domingo, 30 de enero de 2011

Creo para entender

Credo ut intelligam”, decía el bueno de San Agustín: “creo para entender”. La fe es razonable, se apoya en razones, no es fruto de la arbitrariedad de no se sabe quién, que se entretiene inventado preceptos ininteligibles para fastidiar la vida de los hombres. No, la fe es razonable, pero eso no quiere decir que sea racionalista, que pueda demostrarse a través de silogismos lógicos o empíricamente mediante datos medibles en un laboratorio. El contenido de la fe ni es racional, ni es evidente, si no nuestra libertad quedaría reservada a la ignorancia o al empecinamiento. Podemos aceptar o no a Dios porque su presencia es velada, porque nos deja un cierto margen a la confianza. Nos pide que hagamos el esfuerzo de confiar en El. Por eso, aunque podamos llegar a Dios por la razón -contemplando las maravillas de la Naturaleza, la inmensidad y la perfección de lo que observamos, y deduciendo racionalmente de ellas hasta encontrarnos con el Creador-, habitualmente no se llega a Dios por el discurso intelectual sino por la experiencia vital: por el ejemplo de un ser querido, por un choque interior con lo inesperado, por algo aparentemente cotidiano que nos sacude, … Tras la fe viene el entendimiento; las razones fortalecen la fe, pero no la generan.
Pensaba en estas cosas volviendo anoche de una cena a la que me había invitado mi buen amigo Rafa. Me pidió que intentará dar razones de la fe a un grupo numeroso de amigos y colegas suyos (estábamos más de veinte personas). El ambiente fue muy agradable y se notaba que todos profesaban a Rafa un cariño sincero. Esto me dejó más tranquilo, esperanzado que la imagen amable del cristianismo que él procura vivir sería más eficaz a largo plazo que mis palabras. Hablamos de todo, de la existencia de Dios,  de la existencia histórica de Jesucristo, de su relación con la Iglesia, de los supuestos tesoros de la misma, de la existencia del infierno, de los principios morales, del supuesto menosprecio católico a la mujer por no aceptarse el sacerdocio femenino, del mejor o peor imagen que damos los católicos de la fe, etc. En fin, los temas propios del ambiente cultural de este país, que llama la atención tenga una visión tan negativa sobre una institución que ha definido tan radicalmente su Historia. España como concepto cultural no se entendería sin el catolicismo, no tendrían sentido buena parte de sus monumentos, lo mejor de su legado colonial, de su arte, de su tradición cultural… y sin embargo, muchos ven la Iglesia de una manera muy crítica, con base en algunos casos, con ligereza en otros y con notable injusticia muchas veces, mezclándose tópicos y experiencias propias o ajenas con la misma firmeza.
Como es lógico en una reunión tan amplia, y sin conocer a la mayor parte de los que se reunieron ayer en casa de Rafa, intuí por el tono y contenido de las cuestiones que había situaciones personales y trayectorias muy variadas: ateos convencidos, creyentes genéricos, cristianos dudosos, católicos poco entusiastas y católicos convenidos. La que me pareció más esencial, pues es sin duda el inicio de todo, decía: “En qué Dios creéis los cristianos”. Lástima que mi propia limitación oratoria o las diversas interrupciones de la conversación cruzada no me permitieran explicar con profundidad esa cuestión tan radical, así que no sé si conseguí satisfacer la inquietud de mi interlocutora. Me parece que no basta preguntarse sin mas si Dios existe o no, pues de la existencia de Dios se derivan cosas muy diversas para la vida de los seres humanos, dependiendo de cómo sea ese Dios. ¿Es Dios un ser apartado de su creación, que puso el “mecanismo” en marcha y luego lo dejó a su independencia? ¿Tiene o quiere tener alguna relación conmigo? ¿Somos fruto del azar evolucionista o somos queridos por Dios? ¿Qué nos exige a cambio de crearnos? ¿Es la religión un modo de aplacar o evitar la ira Dios, o una relación amorosa con un Padre que nos ama infinitamente?
Los cristianos tenemos respuestas para esas preguntas, que no son fruto de la reflexión filosófica o la tradición oral, sino de la Revelación. Estamos convencidos que Dios nos facilitó la tarea, nos dio las preguntas del examen, revelándose a si mismo, en su Palabra primero y luego encarnándose en un hombre real, Jesús, que nos mostró no sólo una “ideología” sino principalmente un camino, una verdad y un modo de vida: El mismo. Ya no tenemos excusas; Dios no se ha escondido, nos ha hablado inequívocamente en la Historia. Queda ahora a nuestra libertad escuchar ese mensaje y seguirlo o no.
Puede haber dudas, puntos menos comprensibles. Ahí se sitúa el “Creo para entender”, podemos dudar con afán de aprender, y esa es la base de cualquier persona que aprende en el colegio o la universidad, o dudar con afán de excusarnos para no actuar. La actitud es muy distinta. Cada uno tiene que juzgar, en el santuario de su propia conciencia, cómo afronta las preguntas, cómo busca las respuestas, y actuar con el coraje necesario para ser consecuente con ellas.

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