viernes, 18 de marzo de 2011

¿Por qué se odia a la Iglesia?

Decía Unamuno que el nacionalismo se cura viajando, puesto que cuando uno conoce otras culturas aprende que la suya no es necesariamente la mejor, y que de todos los lugares pueden sacarse experiencias positivas. Los tópicos se curan con la educación, la ignorancia no ayuda a cambiar visiones de nuestro entorno en las que se mezclan datos reales con ficción y se acude casi siempre a lugares comunes que alguien, no sé sabe bien quién, algún día propuso y desde entonces se repiten con la rutina de quien adolece de una cierta pereza mental.
Estas ideas son bien aplicables a la visión que sobre la Iglesia muchas personas tienen en nuestro país, que mezcla datos históricos más o menos puntuales, con principios que parecen tan irrebatibles como si se hubieran extraído de una formulación matemática. Supongo que todos podemos citar unos cuantos de estos tópicos, pero tal vez uno de los más recurrentes sean las riquezas de la Iglesia, el carácter superfluo de sus pertenencias y la vida cómoda de sus representantes. En dónde se asienta esto, no sé bien decirlo. Conozco muchas iglesias y no he visto lujo en ninguna, salvo que consideremos que es un lujo tener objetos artísticos; en ese caso habría que declarar una mansión al Prado, pero no veo menos social cualquier catedral que nuestro más insigne museo: la ventaja es que buena parte son gratuitas.
La cosa no pasaría de anecdótica, si no fuera caldo de cultivo para tomar posturas hacia la Iglesia que acaban el odio y en las consecuencias que el odio lleva consigo: desprecio, marginación, violencia. 
Un ejemplo de lo que digo es la foto adjunta, tomada de una reciente manifestación de la CGT contra las medidas económicas del gobierno. ¿Tiene algo que ver la Iglesia con esas medidas del gobierno, con la
generación de la crisis económica, o con la banca que las estimula? Nada más injusto me parece en un momento donde hasta la última parroquia de barrio está ayudando a las personas que más están sufriendo la crisis. ¿Realmente la señora que porta, tan sonriente, esta pancarta, piensa que los curas se están aprovechando de la crisis económica, que tienen que ver algo con los banqueros? ¿Quién está dando de comer, lo más básico que necesita una persona en desempleo, a cientos de miles de parados en España sino Caritas? ¿Con qué dinero, sino con el de los que realizamos nuestras aportaciones en las parroquias? Comparto la preocupación de los sindicalistas de la CGT por la crisis actual y comparto su rechazo a las medidas del gobierno, pero les ruego que consideren un poco contra quien tirán las piedras. La Iglesia siempre va a estar al lado de quienes luchan por las personas más vulnerables, no tiene que recibir lecciones sociales quien se deja la vida por ayudar a los más desfavorecidos. ¡Pregúntadles a ellos!
El odio es fácil de sembrar; sus consecuencias duran mucho más tiempo. Hace un par de semanas se asaltó a una capilla católica de la Universidad de Somosaguas, mostrando un olímpico desprecio hacia las convicciones religiosas de los demás. Esta semana, se ha robado un Sagrario en una iglesia de Carabanchel.  ¿Quién es más responsable el que realiza o el que instiga? 
Necesitamos una nueva cultura laica, que se quite los prejuicios y juzgue lo religioso con un poco más de objetividad. Acabo con una cita de un cristiano del siglo IV, Tertuliano, que parece escrita hace pocos meses: "He aquí, pues, el primer argumento que presentamos contra vosotros: la injusticia de vuestro odio hacia el nombre de cristiano, injusticia que hace más grave e indefendible el mismo pretexto en que se escuda: a saber, la ignorancia. ¿Hay acaso algo más injusto que el hecho de odiar lo que se desconoce aunque el objeto en sí sea digno de odio? Pues un odio es merecido cuando se sabe que se merece. Al faltar este conocimiento, ¿cómo se defiende la justicia del odio, si esta justicia tiene que fundarse no en los acontecimientos sino en el convencimiento íntimo? Cuando precisamente odian porque desconocen la naturaleza de aquello que odian, ¿no es posible que aquello sea de tal naturaleza que no merezca odio? Así pues, combatimos ambas cosas por su mutua dependencia: ignoran porque odian y odian injustamente porque ignoran. Es prueba de una ignorancia que al querer excusar la injusticia la hace condenable, el hecho de que todos los que antes odiaban porque no conocían dejan de odiar en el momento en que dejan de ignorar".

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