lunes, 30 de julio de 2012

Sestear o descansar

El verano es un periodo de difícil catalogación. Es esperado con entusiasmo por ser equivalente a vacaciones, a desconexión del ritmo habitual de trabajo. Nos evoca temperaturas altas, casi siempre desagradables, que suelen combatirse con mayor consumo de líquidos, tanto bebidos como nadados. Algunas personas aprovechan para cultivar una cierta obsesión por ennegrecer su cuerpo, quizá como testimonio atábico de que algún día todos los seres humanos eran negros, según parece desprenderse de los descubrimientos arqueológicos realizados en Africa. En fin, el verano parece también sinónimo de horizontalidad, indiferente al grado de iluminación solar, ya que la siesta diurna complementa el sueño nocturno cuando los calores lo permiten.
Pero también el verano es momento de cultivar aficiones que durante el ajetreo cotidiano no encuentran un hueco apropiado en  nuestras vidas. La lectura de novelas que ayudan a entretenerse, mientras nos dan un conocimiento más profundo de la naturaleza humana, de su historia, de sus amores o desamores, de su indagación. La música, escuchada o tocada. El deporte, ejercicio físico que aligera la grasa y las tensiones del alma. La conversación distendida, imprescindible para recordar que la comunicación es el modo natural de transmitir lo que llevamos dentro. Recorrer nuevos lugares, aprender de nuevas gentes, disfrutar de recónditos paisajes, contemplar... todo eso también es el verano. Ojalá la imaginación por encontrar nuevas formas de invertir ese tiempo libre superen a los convencionalismos, que ponen en el tumulto playero, en los jolgorios llenos de ruido y vacios de contenido la meta de un tiempo que también resulta precioso.

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