lunes, 6 de agosto de 2012

El Mall

He tenido la suerte de estar varias veces en Chile, que me parece uno de los países más agradables para viajar, terremotos aparte, por la variedad y riqueza de sus paisajes, su buena infraestructura y la calidad de sus gentes. Tengo varios amigos chilenos, con los que siempre resulta agradable charlar y disfrutar de la buena gastronomía del país. Una de las cosas que más me llamó la atención cuando fui por primera vez a Chile fue la extensión de sus centros comerciales y el entusiasmo de sus ciudadanos con los mismos. Alli han optado por denominarles de la misma forma que lo hacen en EE.UU.: Mall, o incluso utilizan la expresión: "Shopping Mall", calcada del inglés, pero que se acaba pronunciando  por buena parte de los usuarios por algo así como "choping". Así, una invitacion común de fin de semana de un amigo sonar como: "¿Te vienes al choping?" o tal vez "¿vamos al Mall?"  Lo que indica que uno pasará el sábado por la tarde en un mega-centro comercial con múltiples tiendas y lugares de ocio, después de pasar ciertos apuros para aparcar el coche por la afluencia de visitantes.
Me venía esto a la cabeza cuando yo mismo invité a unos amigos al pasado fin de semana a un "choping", en este caso a uno cercano al barrio madrileño en el que vivo. El aspecto interior del centro comercial es exactamente el mismo que el que podria encontrar en Santiago de Chile, en Minneapolis o en Ciudad del Cabo, pues los diseñadores de estos mega-espacios de consumo no se andan con muchas particularidades locales. Me acordaba de uno de los grandes que visité hace varios años en Alberta, Canadá, que tenía más de 1 km2 de extensión, incluyendo un parque de atracciones completo, una piscina monumental, con olas y trampolines de más de 10 m (naturalmente, climatizada; en Alberta se alcanzan los 30º bajo cero con bastante frecuencia en invierno), una pista de patinaje sobre hielo, un mini-golf y tropecientos restaurantes de todos los sabores. El centro comercial que yo visité el sábado no era tan grande, pero lo suficiente para marearte y sentir que no habías estado en ningún sitio en particular. La partida de bolos resultó entretenida (a eso íbamos, y no hay muchas alternativas para este deporte en los alrededores); la cena y el barullo, para olvidar.
Es curioso este afán que tenemos los seres humanos (no todos, ciertamente) de rodearnos de ruido. Gracias a los cascos, uno puede estar las 24 h huyendo del silencio. Me pregunto el impacto que tendrá eso sobre la capacidad de reflexionar, pues para pensar sobre algo necesitas reparar en ese algo; dejarte impresionar por lo que tienes dentro. Supongo que los que compartieron conmigo esa tumultuosa tarde visitarán a menudo el lugar; para mi era excepcional y espero que lo siga siendo, porque no es precisamente de mi agrado ni el ruido ambiente ni la estandarización que domina en estos mega-centros comerciales, los Mall o choping, como dicen mis amigos chilenos.

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