domingo, 7 de octubre de 2012

Un matrimonio para siempre

Hace unos años, cuando se estaba discutiendo en nuestro país la conveniencia de autorizar el matrimonio entre homosexuales, lei en la prensa un comentario de uno de sus fervientes partidarios, que se iniciaba más o menos así: "Al igual que ya nadie en España discute sobre la conveniencia del divorcio...". Como occurre frecuentemente entre los fervientes partidarios de algo, tienden a menospreciar o directamente a ignorar a las personas que piensan de otro modo. Siento disentir de ese sesudo comentarista, pero a mi me parece que somos muchos los que pensamos que extender la cultura del divorcio ha tenido efectos devastadores, no sólo en la estabilidad familiar -que salta a la vista- sino también en otros muchos aspectos sociales, desde la educación (en términos generales, los niños que conviven con su padre y su madre tienen mejores rendimientos que con uno solo) hasta la vivienda (dos casas por cónyuge en lugar de una por matrimonio), o el desequilibrio económico de quienes tienen que mantener dos familias en lugar de una.
Me venía esto a la cabeza esta mañana cuando en Misa hemos escuchado el Evangelio del día. Corresponde a uno de los pasajes en el que Jesús declara con toda nitidez que el matrimonio cristiano es uno e indisoluble. Los judíos del siglo I - como los de ahora- están divididos en varias corrientes que interpretan de manera más o menos estricta los preceptos de la ley mosaica. En este caso preguntan a Jesús si repudiar a la propia mujer requería razones muy estrictas o podía hacerse con mayor liberalidad: -"Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: "¿Puede el marido repudiar a la mujer?". El les respondió: ¿Qué os prescribió Moisés?". Ellos le dijeron:
"Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla." Jesús les dijo: "Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación,  El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino  una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre" (Marcos 10: 2-9) . Así de sencillo, como suele relatar las cosas San Marcos, el más parco de los evangelistas.
Recordar este texto  puede ahora parecer antidiluviano, pero no: es simplemente cristiano; es lo que Jesús quería para el matrimonio. ¿Puede la Iglesia cambiar esto? Me temo que no, o traicionaría a su Fundador. ¿Puede interpretarse de modo más liviano? Las palabras de Jesús dan poca esperanza para los "interpretadores" que acaban sacando de una frase significados contradictorios. Por si alguno tenía dudas, basta que siga leyendo el mismo capítulo de San Marcos, pues parece que a los apóstoles también les pareció Jesús muy estricto y quisieron confirmar si realmente así era: "Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. El les dijo: "Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio" (Marcos 10: 10-12). En fin, la cosa es bastante evidente, pues Jesús habla con toda nitidez. Algún avispado siempre puede indicar: "Ya, pero en el Evangelio de San Mateo se establecer una condición, ya que Jesús afirma: "Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio" (Mateo 5: 32). Esto daría pie a pensar que en caso de fornicación sí que puede uno divorciarse. Tanto Marcos como Lucas no incluyen esta condición, por lo que los primeros cristianos unanimemente entendieron que a lo que Jesús se refería no era a que el divorcio se justificaría cuando uno de los dos cónyuges cometiera adulterio, sino más bien que la separación solo era posible cuando en realidad no existía un verdadero matrimonio, sino más bien fornicación; esto es, cuando se convive maritalmente con quien no es un cónyuge auténtico. En consecuencia, Jesús no estableció condiciones para el divorcio, sino para el matrimonio.
En éste, como en en otros muchos casos, se da una "solución" cristiana a una cuestión social que no es exclusiva de cristianos, pero que lleva consigo una forma excelsa de llevar a término lo que naturalmente significa. Dicho de otra forma, el matrimonio uno e indisoluble no sólo no es exclusivo del cristianismo (pueden vivirlo muchas otras personas), sino que además es deseable socialmente, pues es la forma de convivencia que proporciona más felicidad para las personas (cuando se vive plenamente), además de reportar los mayores beneficios sociales, por lo que desde tiempo inmemorial se ha protegido juridicamente. No hace falta ser cristiano para valorar la importancia del matrimonio: ya lo hacían también la Roma clásica o la China imperial. El carácter peculiar, la novedad cristiana de esta institución natural es que se base en un amor auténtico entre los cónyuges, un amor basado en mucho más que la atracción, un amor que -como nos pedía San Pablo- sea paciente, generoso, servicial, humilde, comprensivo, alegre.... en definitiva, un amor enraizado en el amor a Dios.

4 comentarios:

  1. Hola Emilio, disculpa que me meta en este fregado. En este caso, en mi opinión, hay que distinguir entre matrimonio religioso y civil. Respecto al primero no tengo nada que decir ya que quien se casa "por la Iglesia" acepta las normas que esta le impone. En cambio, el matrimonio civil es un acto administrativo. El divorcio en este último caso es algo perfectamente legítimo que puede tener consecuencias negativas o positivas. Hay parejas que se casan y más tarde no se soportan. Yo no veo razón para que esas parejas tengan que seguir en una convivencia insoportable. En el caso de haber hijos el problema se complica, obviamente, pero valorar qué es mejor para ellos, si vivir en una familia donde sus padres no se hablan o se maltratan, o vivir con uno de ellos es algo que no puede juzgarse de forma general ni a priori. La lectura de los posts que salen en el enlace (un buen amigo mío) puede ser interesante para tener información directa y de un especialista http://alfredo-reflexiones.blogspot.com.es/search?q=monoparentales
    Saludos

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    1. Gracias Angel. A mi modo de ver la unidad e indisolubilidad del matrimonio no son cuestiones religiosas, sino valores civiles que todo matrimonio debería respetar. Eso no quiere decir que todos los matrimonios salgan bien, o que no pueda darse la separación conyugal por razones graves. Pero muy distinto es trivilizar el matrimonio como si se tratara de un contrato basura, y muy distinto es considerar eso como un progreso social, pues tiene problemas sociales evidentes. No estoy juzgando casos concretos, sino principios, y la estabilidad matrimonial es un principio que el ser humano ha respetado en muchas culturas que nada tienen que ver con el cristianismo. ¿Qué añade el cristianismo a eso? Una motivación sobrenatural, una gracia de Dios, para llevar adelante las dificultades que toda convivencia en pareja tiene. No lo veas la estabilidad como una imposición religiosa, sino como una garantía. ¿No te parece que un trabajador está más motivado para superar los problemas de la empresa cuando tiene un contrato indefinido que cuando sabe que le pueden despedir en cualquier momento?

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  2. Hola de nuevo. La estabilidad de las parejas no es un invariante en las sociedades humanas pero eso no es razón para defenderla o rechazarla porque la percepción de esa "indisolubilidad" cambia con las sociedades y el tiempo. Me parece bien que se defienda la indisolubilidad del matrimonio pero no introducirlo en las leyes civiles ya que considero que la libertad individual debe prevalecer en algo que es, desde el punto de vista laico, un contrato (el amor no depende de que haya matrimonio, conozco parejas perfectas que no están casadas, por supuesto).
    Sobre la otra parte de la cuestión (si la separación es un mal en sí misma), considero que es el reconocimiento de un fracaso. Un fracaso es lamentable pero puede ser peor insistir en el error y mantenerse años y años en una infelicidad permanente. Es como el montañero que se da cuenta de que ha medido mal sus fuerzas y debe renunciar a hacer cumbre. Es un fracaso, sin duda, pero retornar le salvará la vida y podrá volver a intentarlo en otro momento tras haber aprendido de sus errores para no reincidir.
    La estabilidad no es positiva por sí misma sino cuando es síntoma de que todo va bien. Si todo va mal, la separación, a ser posible amistosa, antes de que todo se degrade excesivamente, puede ser la solución. En este sentido, el ejemplo del trabajador solo es válido cuando le va bien y está a gusto en la empresa. Si esta afectado por "mobbing", esa permanencia puede ser un auténtico desastre personal. Saludos.

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    1. Angel, creo que deberíamos volver al origen de mi entrada. Hablaba de que la estabilidad del matrimonio es un bien social, y no solo un valor religioso, porque tiene beneficios para el conjunto de la sociedad, y por eso sociedades muy diversas lo han protegido juridicamente. Claro que personas pueden amarse sin casarse, pero la sociedad considera que un vínculo jurídico da consistencia social a una institución que beneficia a la sociedad. Por eso le da beneficios que los solteros no tenemos. Si el argumento es el amor, ¿por qué la sociedad no da los mismos beneficios de un matrimonio a la convivencia de un padre y un hijo, de dos hermanos, o de un hombre y dos mujeres? por citar algunos ejemplos de convivencia bajo el mismo techo, la última de las cuales se da en otras culturas. Simplemente por proteger a una institución que ha dado históricamente frutos excelentes de estabilidad social, de solidaridad intrageneracional, de protección a la infancia y a la ancianidad. Al margen de los problemas de parejas concretas, para eso está la separación conyugal, mi argumento inicial -que ahora vuelvo a subrayar- es que resulta frívolo menospreciar o directamente destruir el contrato matrimonial, que debería estar por encima de los intereses individuales porque ha sido el soporte familiar de la civilización occidental, a la que -pese a sus defectos- todavía muchos nos sentimos orgullos de pertenecer.

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