domingo, 11 de noviembre de 2012

La obra inacabada

La costa de Benidorm
Estuve el pasado miércoles en Alicante, en un tribunal de una tesis doctoral que allí se leía, por cierto de muy buena calidad. El taxista que me llevaba a la Universidad desde la estación del tren, me comentó el gran impacto que la actual crisis económica había supuesto en esa región, especialmente relacionada con la construcción y todas las industrias auxiliares. Precisamente la tesis incluía algunos datos sobre el área de Benidorm, uno de los ejemplos paradigmáticos de lo que supuesto el turismo en nuestro litoral, que ha pasado de ser un pequeño núcleo de pescadores a una ciudad cercana a los 80.000 habitanes, con hoteles de más de 50  plantas. Todo ese boom parece que ahora se tambalea bajo la recesión. Inversiones millonarias que no parecen justificarse mas que por el afán de que la maquinaria a ningún sitio siguiera funcionando. Un caso concreto de inversión no aprovechada es el tranvía que se ha construido entre el centro de Alicante y la Universidad, que está completamente construido, pero no se ha puesto en funcionamiento por falta de presupuesto. Me venía a la memoria la parábola de Jesucristo sobre el rico que planificaba cómo almacenar mejor sus posesiones, inconsciente de que podía llamársele en cualquier momento a dar examen de su vida: es la conclusión de quien pone por delante lo que no está por delante. La economía tiene por objeto servir a las personas, no aprovecharse de ellas, no ofuscarlas en una búsqueda de fines que solo son medios.
Obviamente el caso del tranvía de Alicante no es la única, ni seguramente la más cuantiosa de las infraestructuras que hemos hecho en este país aprovechando la bonanza económica. Creo que nos ha faltado sabiduría, para saber de dónde veníamos y a dónde teníamos que ir, para conocer nuestras limitaciones y aliviarlas cuando había recursos para ello, para distinguir entre gastar e invertir: gastar es comprar bienes para consumirlos, invertir es gastar en personas o recursos que rinden beneficios a medio y largo plazo. Ahora estamos lamentando esas actitudes, y difícilmente nos explicamos cómo hemos llegado aquí. Echamos la culpa a los banqueros -que la tienen, y mucha-, a los políticos -impresentables, en una buena parte-, a los funcionarios -entre los que efectivamente hay algunos poco responsables-, e incluso a la Iglesia -que no sé bien qué tiene que ver con este "fregado": lo importante es buscar algún responsable que no seamos nosotros mismos. Debemos en algún momento reconocer que somos un país de escasos recursos y aprovechar los que tenemos, los que hemos ido fraguando en este tiempo, aprender de las lecciones recientes, reforzar nuestras potencialidades y, sobre todo, no perder lo mejor que tenemos: tantos jóvenes bien formados, con iniciativa, que están marchandose de nuestro país para buscar un futuro más prometedor. Estamos en horas bajas, pero dependemos de nosotros mismos (no solo de los alemanes) para salir de este hoyo que nosotros mismos hemos cavado.


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