domingo, 31 de marzo de 2013

La alegría de la Pascua

Los cristianos celebramos hoy la Resurrección de Jesucristo. Es la fiesta más importante del cristianismo, la Pascua por excelencia. Si Jesucristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, como argumentaba San Pablo, pues todo hubiera acabado en una químera anclada a la Cruz. Pero no era ese el final, no es ése el destino del sacrificio del inocente. No es cierto que el mal triunfe, aunque a nuestros ojos tantas veces lo parezca, aunque se nos antoje demasiado débil el triunfo de Jesús. El reinado de Cristo es definitivo: no necesita ninguna otra demostración, pero Dios no quiere reinar como los gobernantes temporales, no quiere evidenciar su poder, tal vez para que sea más libre nuestra aceptación. Si el poder de Jesús necesitara evidenciarse por la fuerza, imponerse por un dominio material, no cabría más que someterse, y El quiere que le queramos libremente. A veces esto nos desconcierta, y nos gustaría que Dios se manifestara de modo más rotundo, que acabara con las injusticias, que retirara la cizaña del mundo. Por eso, nos preguntamos, con el entonces Cardenal Ratzinger, "¿por qué sigue impotente?, ¿por qué reina tan débilmente, crucificado, como un fracasado? Sin embargo, es evidente que quiere reinar así, ése es el poder divino. Porque dominar por imposición, con un poder que se ha conseguido y se mantiene por la fuerza, al parecer, no es la forma divina de poder" (La sal de la Tierra, 1997, 239).
Pero cualquier poder material es perecedero. Cualquier imperio ha caído. Cualquier gobernante, por más poder que hubiera tenido, ahora está tan enterrado como cualquier otro ser humano, quizá junto al más débil o ignorante. Solo Jesucristo está vivo, solo El ha resucitado. La muerte no fue el final de su Vida, sino sólo una etapa. Los cristianos no tenemos derecho al pesimismo, no podemos mirar los problemas con horizontes terrenos. La ecuación sólo se resuelve cuando se añade un término que está anclado en la vida eterna. Cuando la existencia terrena parezca absurda; no perdamos de vista que no se encierra en sí misma. No es necesario que todas las piezas encajen aquí, porque algunas de ellas no son de aquí. Sin espíritu estamos perdidos en la ilógica de un puzzle al que le faltan muchas piezas: no podremos armarlo, ni siquiera a veces veremos cuál es su tema de fondo. Por eso la Resurrección de Jesús nos recuerda nuestra dimensión más profunda, a la que estamos llamados, que reclamamos en lo más hondo de nuestra alma, a veces sin quererlo explícitamente. ¿Por qué, si no, esa tendencia a perdurar? ¿por qué son siempre más altos nuestros anhelos? ¿por qué sentimos que la felicidad de la tierra no es suficiente?

domingo, 24 de marzo de 2013

¿Qué significa la Cruz?

Hoy Domingo de Ramos iniciamos los cristianos la semana litúrgica más importante, a la que llamamos, con propiedad, Semana Santa. Para muchos serán sólo unos días de descanso, para otros una ocasión de recuperar tradiciones culturales. Para los cristianos es una ocasión especialmente nítida de recordar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En nuestro país son frecuentes en estos días las manifestaciones públicas de los misterios pascuales, habitualmente en forma de procesiones callejeras, que recuerdan el sentido último de estos días. A mi no me atraen especialmente; prefiero celebrarlo de modo más íntimo, en los oficios litúrgicos y en una oración más recogida.
Tanto para quienes son más partidarios de la devoción pública, como para los que se siente más cercanos a una celebración más discreta, son días especialmente propicios para meditar sobre el sentido último del sufrimiento de Jesús y, por extensión, de la presencia del dolor, del sufrimiento, en el mundo. ¿Por qué quiso Jesucristo redimirnos con un sacrificio tan tremendo? ¿no podría haberlo hecho con mucho menos dolor? La tradición católica lo interpreta como un signo de la maldad del pecado; es tan grave que el hombre se enfrente a Dios, que desprecie la imagen de Dios en los demás hombres, que el mismo Hijo de Dios tenía que morir, en su humanidad, para repararlo. Ese sacrificio ha servido para pagar por todos los pecados de todos los seres humanos, también por los nuestros. El tremendo dolor de Cristo fue fruto de nuestras conductas equivocadas, y estos días, ante la meditación de ese dolor, ¿vamos a seguir manteniendo tales conductas? ¿vamos a seguir pidiéndole a Jesús que muera por ellas? ¿no seremos suficientemente generosos para acabar con ellas, para cambiar?
Por otro lado, la consideración del sufrimiento de Jesús en su Pasión nos recuerda nuestro propio dolor, físico o espiritual. El mundo sigue doliéndose por nuestros pecados. Y nos preguntamos ¿si Jesucristo ya ha sufrido por ellos, porque es necesario que siga existiendo? ¿Hay algo más que redimir? La tradición cristiana confiesa a Jesús como el único Redentor de los seres humanos. El sacrificio de la Cruz bastó para redimirnos del pecado. Sin embargo, Dios quiere también que nosotros nos asociemos libremente a la Redención, no quiere -si podemos hablar así- imponernos su sacrificio. Podría haber salvado a todos automáticamente, pero ya no seríamos libres de aceptar o no su amor por nosotros. Aunque ya no es necesario más sacrificio, Dios nos permite asociarnos al dolor de su Hijo con nuestro propio dolor. Ese es el sentido de las palabras de San Pablo:  "Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por vosotros, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su cuerpo, que es la Iglesia" (Colosenses 1, 24-25). Por eso, cualquier dolor, enfermedad, sufrimiento, tienen un sentido redentor si nos unimos al sacrificio de la Cruz. La Beata Teresa de Calcuta, que tan bien conocía el dolor humano, nos dejó escrito: "El sufrimiento en sí mismo no es nada; pero el sufrimiento compartido con la Pasión de Cristo es un don maravilloso". Para las personas sin Fe, la existencia del dolor es desconcertante: la enfermedad, las deficiencias fisicas o síquicas, o el sacrificio, particularmente del inocente, son absurdos. Para quien tiene Fe y sabe reconocer a Jesús en los que sufren, ese dolor tiene un sentido profundo, pues acompaña a su propio padecimiento: "Desde que el Hijo de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece", nos dijo Benedicto XVI en su visita a la Fundación Instituto San José de Madrid en 2011. Para un cristiano, el dolor tiene sentido, no porque lo busquemos de modo enfermizo, sino porque lo aceptamos con una significación más honda.
La Cruz es el símbolo del cristianismo, no un adorno que nos colgamos al pecho, porque recordamos el mayor testimonio de quien tanto nos amó que estuvo dispuesto a morir por nosotros. También porque nos recuerda que debemos seguir su ejemplo, renunciando a nosotros mismos para darnos a los demás, buscando su bien. No podemos construir un cristianismo sin Cruz, evitando el sacrificio en nuestra vida, si sabemos que es necesario para los demás o para nuestro bien espiritual. En su homilia a los cardenales que le eligieron el Papa Francisco lo dejó meridianamente claro: "Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor"

domingo, 17 de marzo de 2013

La luz encerrada

Leía hace unos días un análisis sobre la situación del catolicismo en las universidades americanas, y me parece que, con algunos matices, el diagnóstico que planteaba el autor puede muy bien aplicarse a la situación española. Comentaba el autor la frase de Jesús en el Evangelio: "Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos  los que están en la casa". El texto es de San Mateo, pero en muy similares términos lo recoge también San Marcos y San Lucas. Los cristianos no tenemos una virtud especial que nos haga brillar más que los demás, sino que tenemos una misión del mismo Jesús para transmitir Su luz, y no tenemos derecho a ocultarla. Un discípulo de Jesucristo anónimo es tan absurdo como una bombilla desconectada: no sirve ni para decorar. El nuevo Papa Francisco se lo dijo con toda claridad a los cardenales el día después de su elección: “Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor".
¿Dónde está la luz de Jesucristo en la Universidad? ¿Dónde la inteligencia "católica"?, ¿qué aportamos al debate cultural contemporáneo? ¿Tenemos que limitarnos a defendernos de los ataques y ser irrelevantes el resto del tiempo? ¿Dónde estamos los profesores que nos reunimos con Benedicto XVI en el Escorial? ¿De qué hablamos? ¿De qué publicamos? ¿Cómo nos conocen nuestros alumnos?
Lógicamente no estoy diciendo que nos convirtamos en una especie de predicadores a tiempo completo, con identificador en la solapa, sino simple y llanamente que seamos coherente, que hablemos de lo que llevamos dentro, que valoremos lo que nuestra fe aporta al mundo. No tiene sentido que la Iglesia, que ha construido la civilización occidental (sus universidades, su derecho, su arte, su respeto a la dignidad humana, su ciencia, su economía...) sea ahora un testigo mudo de los cambios sociales, un farol apagado, una luz que no ilumina a nadie.
Llevo unos meses trabajando en una editorial digital (www.digitalreasons.es) que pretende aportar algo relevante a ese debate cultural, a mostrar las razones de nuestra esperanza, con toda humildad pero también con toda firmeza. Te animo a colaborar con esa iniciativa. Contactame si puedes colaborar de alguna forma con ella.

domingo, 10 de marzo de 2013

Insultar a la Iglesia es gratis

Estos días suponen para los católicos un periodo de especial incertidumbre y esperanza, ante la elección de un nuevo pastor que guiará a la Iglesia en los próximos años. La noticia trasciende el interés religioso y ocupa la portada de la mayor parte de los medios de comunicación social. Naturalmente uno no espera que en todos se cite elogiosamente a los cardenales que van a elegir al nuevo pontífice, pero sí al menos que se les tratara con el mismo respeto que se exige a cualquier persona que mantiene por medios honestos sus ideas. Las continuas referencias a la pederastia por parte de tantos medios distan mucho de asegurar ese respeto. Si cada vez que sale alguna autoridad en la Iglesia se asocia la noticia a un caso más o menos lejano, circunstancial o simplemente erróneo, no deja en el fondo de transmitirse un mensaje nefasto, además de marcadamente injusto sobre una institución que, no lo olvidemos, ha sido y sigue siendo la que más recursos materiales y personales dedica a la educación, la atención y el bienestar de los niños en todo el mundo.
Imagínense qué pasaría si cada vez que salen noticias de un homosexual, alguien citara la posible conexión entre homosexualidad y pedarastia, basada en datos que pudieran considerarse más o menos fidedignos. Ciertamente hay pedarastas que son homosexuales, pero de ahí a pensar que todos los homosexuales son pedarastas o todos los pedarastas homosexuales va un abismo que convertiría en criminal a cualquier persona por el hecho de ser homosexual. ¿Se imaginan qué ocurriría si algún personaje público estableciera esa relación? ¿qué cantidad de colectivos protestarían de la manera más airada? ¿qué recriminaciones públicas llevarían consigo esas afirmaciones?
Si ahora cambiamos el término homosexual por el de sacerdote, me parece que se entenderá mejor a qué quiero referirme, y sin embargo, los medios siguen insistiendo en la relación entre pedarastia y sacerdocio, basados en casos aislados, de países concretos, generalizando de la manera más simple y deshonesta, sin preocuparse lo que puede suponer eso para muchos sacerdotes que no tienen absolutamente nada que ver con ese fenómeno y serán vilipendiados, quizá hasta físicamente, por ello.
A cualquier católico le produce verguenza y profundo dolor que un sacerdote haya abusado de los más inocentes. Los casos son muy dolorosos pero son los que son: unos pocos cientos entre los cientos de miles que, desgraciadamente, ocurren cada año y nada tienen que ver con los sacerdotes católicos. La proporción de sacerdotes pedarastas es mucho menor que la de casados pedarastas, maestros pedarastas, jueces pedarastas o cantantes pederastas. A la vez, la proporción de pedarastas sacerdotes es inmensamente más baja que la de otros colectivos a los que nadie parece vincular con esos comportamientos delictivos. Insultar a la Iglesia parece que resulta más sencillo y más aceptable socialmente que a otras instituciones o grupos de personas. Estamos en una sociedad plural donde cada opinión es respetable, pero todavía es más respetable la dignidad de cada persona, la presunción de su integridad moral y el respeto a la verdad de los hechos.

domingo, 3 de marzo de 2013

Ecologia y natalidad

Nuestra sociedad aprecia las cosas que nos acercan a la naturaleza, tanto en su contemplación, como en nuestra forma de vivir. La etiqueta de "ecológico" se ha convertido en un marchamo de calidad, que pueda aplicarse a cosas tan variadas como un jamón o un coche. Como muchas de estas cosas a las que se aplica ese calificativo distan mucho de ser naturales (un electrodoméstico, por ejemplo), se entiende que ecológico significa "bajo consumo", esto es que su funcionamiento se acerca lo más posible, dentro de sus fines últimos, a un funcionamiento natural. Por tanto, será más ecológico el frigorífico que enfríe con menos consumo de energía. En el ámbito de la alimentación, un producto es ecológico cuando tiene menos insumos externos a la cadena natural (pueden ser pesticidas, conservantes o abonos químicos, entre otros). Para el común de los mortales esto implica que es un alimento más sano, puesto que evitamos los efectos negativos que tienen esos añadidos artificiales. Puesto que esos añadidos habitualmente suponen una producción más eficiente (los alimentos son más abundantes o más duraderos), cuando se evitan lo que comemos o bebemos es más caro, pero muchas personas estamos dispuestas a pagar esa diferencia de precio por los beneficios a nuestra salud o al menor impacto ambiental que ese tipo de producción orgánica lleva consigo.
Esto que parece razonable y es cada vez más aceptado por la sociedad occidental choca frontalmente con la actitud más extendida en lo que se refiere a ámbitos que podemos llamar con propiedad de  ecología humana, en donde parece que esa cercanía a la naturaleza no se considera con la misma integridad. Esta semana, por ejemplo, he tenido oportunidad de escuchar dos conferencias de una experta mundial en métodos naturales de regulación de la natalidad, la Dra. Mercedes Wilson, que trabaja desde hace muchos años en extender el conocimiento de estos métodos naturales.
El asunto resulta bastante coherente con nuestra mentalidad ecológica. ¿Hay algo más natural que la reproducción humana? ¿por qué entonces no respetamos lo que la naturaleza nos enseña? Si es natural que la mujer no sea fértil más que unos días concretos de su ciclo menstrual, ¿por qué no utilizar esa información para espaciar los nacimientos, si razones serias lo aconsejan, o para facilitar la concepción en casos de infertilidad? Hay una percepción generalizada que los métodos naturales no funcionan o son imposibles de llevar a efecto, pero los datos de la ciencia son abrumadoramente favorables. Por ejemplo, el método desarrollado por los doctores australianos Billings, basado en la observación de la mucosa vaginal, ha mostrado una eficiencia superior al 98% en observaciones realizadas en países tan variados como EE.UU., Canadá, la India, Filipinas o China. Esta eficacia se refiere a evitar los nacimientos, pero también se han hecho algunas experiencias para el tratamiento de la infertilidad. La Dra. Wilson en un reciente experimento con 54 parejas que llevaban más de 3 años intentando concebir, ha observado una tasa de éxito superior al 80% al cabo de tres años de tratamiento, muy superior a la fecundación in vitro y, naturalmente, mucho más económica (coste practicamente cero, solo vitaminas y un gráfico de colores).
En suma los métodos naturales son más eficientes, no tienen efectos secundarios (ni físicos, ni morales), y son muchísimo más baratos que los artificiales. Tal vez sea por eso por lo que son menospreciados, ya que no llevan consigo beneficios para los lobbies farmaceúticos, que silencian los efectos secundarios de los métodos anticonceptivos, mientras que casi nadie se preocupa de los miles de embriones humanos congelados sobrantes de las técnicas de reproducción artificial. Si somos coherentes, una mentalidad cercana a la naturaleza nos llevará también a adoptar hábitos más naturales, no solo en lo consumimos o en lo que comemos, sino también en el respeto de nuestra biología reproductiva.
Termino con un breve vídeo de la Dra. Wilson que explica con sencillez el fundamente e interés del método natural propuesto por los Dres. Billings: