domingo, 11 de agosto de 2013

¿Se puede vivir sin esperanza?

La dureza y extensión de la crisis en que estamos sumidos ha implicado para muchas personas la pérdida o el resquebrajamiento del optimismo vital. La noción de progreso como algo lineal, siempre ibamos a mejor, y la constación de que hay cosas que estamos perdiendo y que seguramente no vamos a recuperar, nos une a un ambiente cultural propio del llamado postmodernismo, caracterizado por un pesimismo existencial, un nihilismo que considera como pasajera cualquier alegria, pues en última instancia son espejismos y, al final, solo queda la amargura. Detrás de esta actitud hay muchas cosas, a mi modo de ver una evidente es la pérdida de la Fe, con mayúsculas, pues cuando se pierde la confianza de que hemos sido creados por un Dios personal, que vela por nosotros, es muy difícil mirar más allá de las cosas que nos fuelen, física o moralmente, encontrar el sentido vital de nuestra existencia. Sin Dios, se acaba perdiendo también la fe en los demás seres humanos y, en última instancia, en nosotros mismos. No niego que haya personas sin fe, ateos o agnósticos, que tengan esperanzas cotidianas, pero el sentido último, la Esperanza con mayúscula de que todo tiene sentido, de que las piezas encajarán, de que la injusticia no tiene aquí su última palabra, sólo la puede dar el reconocimiento de un Dios a la vez amosoro y justo. Citando a Roman Guardini, decía recientemente el Papa Francisco "que Dios responde a nuestra debilidad con su paciencia y éste es el motivo de nuestra confianza, de nuestra esperanza". Sin Dios es muy difícil no caer en el desaliento, al comprobar que los motivos de nuestras esperanzas menores son frágiles: el amor y la amistad, las más nobles, están sujetas a la muerte o la debilidad humana; los objetivos profesionales o las cosas que nos ilusionan, apenas dura su encanto cuando los conseguimos, dejándonos una tensión interior para seguir buscando. Anhelamos algo más, más allá de lo que podemos alcanzar, pero tenemos la convicción interior de que no es un intento vano, de que estamos "llamados" a eso. La esperanza de conseguirlo, la convicción de que hay un mundo más allá al que tendemos, nos llena de alegría, que refuerza las alegrías o remedia el dolor de lo cotidiano. Como bien escribia Dostoyevski, "la sola idea constante de que exista algo infinitamente más justo y más feliz que yo me llena totalmente de desmedida ternura y de gloria, sea yo quien sea, haya hecho lo que haya hecho. Para el hombre, bastante más indispensable que su propia felicidad es saber y creer en todo momento que existe un lugar donde hay una felicidad perfecta y calma para todos en todo...". Podemos vivir sin muchas cosas, pero no podemos vivir sin esperanza, sin el sentido último de lo que hacemos; podremos remediarlo con sentidos más pequeños, pero en el fondo seguramente algo en nuestro interior nos dirá que tenemos un gran vacío, pues anhelamos una alegría plena: no nos conformamos con menos.

4 comentarios:

  1. Hola Emilio,
    Estoy de acuerdo en que sin Esperanza con mayusculas es dificil a veces no caer en el desaliento, etc.... pero no crees que para tener esa Esperanza hace falta antes tener Fe con mayusculas, y esta es un don que Dios da. Se tiene o no se tiene!! No???

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  2. Asi es. La Fe es un don, pero Dios no juega al escondite. Siempre le encuentra quien le busca con teson. Ánimo con ello. Un abrazo. Emilio

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  3. Sí Emilio, juguetón no es: ni juega al escondite ni a los dados (permíteme la broma :) ). Pero recuerda que muchos son los llamados y pocos los elegidos!
    Un abrazo. Eusebio.

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  4. SIEMPRE TENGO LA ESPERANZA DE QUE ALGO MUY BUENO LLEGARA A MI VIDA Y NOS AYUDARA EN LO QUE MAS NECESITEMOS OBREMOS CON FE DIOS ESTA JUNTO A NOSOTROS SIEMPRE.

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