domingo, 24 de noviembre de 2013

¿Los cristianos somos culpables... de todo?

El pasado jueves organicé una jornada técnica sobre cuestiones de é
tica ambiental, en el marco de una cátedra que estoy organizando en mi universidad. Preguntabamos a los ponentes cuáles eran sus motivaciones filosóficas o teológicas, si tenían alguna, para trabajar activamente en la conservación de la naturaleza. La mayor parte manifestaron que no tenían un ideario filosófico muy definido, aunque se mostraban más cercanos al biocentrismo. En cuanto a las posibles motivaciones religiosas, la mayor parte afirmaban que había mucha variedad entre las personas de su organización, si bien varios se inclinaban por mostrarse más cercanos al budismo, y alguno criticó la visión cristiana. Al terminar la sesión, en los prolegómenos de la comida, continuamos la conversación, y uno se mostró especialmente crítico con la Iglesia católica, a la que  no sólo acusó de la crisis ecológica, sino también del atraso cultural y científico de nuestro país, además de otros aspectos que me llevaron a plantear con él un diálogo un poco más detallado sobre esas cuestiones.  La postura que esta persona mantenía era, en pocas palabras, una cadena de tópicos que parecen tomarse "por defecto" en cualquier persona con un mínimo de inquietudes intelectuales en nuestro país. Como es lógico, hemos de admitir que ha habido sombras en la historia del cristianismo, como en toda sociedad formada por personas con defectos, pero de ahí a la colección de generalidades que se manejan hay una distancia que espero algún día -quizá con una mejor formación en los colegios y universidades- tienda a reducirse.
En la legislación ambiental existen, en líneas generales, dos tipos de planteamientos, los que ponen la carga de la prueba en el supuesto contaminador o en quien lo denuncia. La diferencia entre ellas es muy relevante. Si quien pretende, por ejemplo, poner una industria potencialmente contaminante tiene que demostrar antes que su actividad es inocua, el esfuerzo añadido a la inversión puede ser muy considerable. Si, por el contrario, quien sospecha de que puede haber contaminación es quien tiene que demostrarlo, el esfuerzo y la inversión económica recae en la sociedad civil, con muchos menos recursos para afrontar esa defensa. Parece lógico que sea la industria que va a introducirse en una región quien demuestre que no tendrá impactos negativos, pero muchas legislaciones -sobre todo las que favorecen el "desarrollo" a toda costa- ponen en ellas la posición más ventajosa.
Pensaba en este ejemplo para referirme al diálogo que tan frecuentemente tengo que mantener con colegas y amigos del mundo universitario sobre el papel de la Iglesia en la Historia, y particularmente en la Historia de España: de entrada es culpable, de cualquier cosa, y somos los cristiano-católicos quienes tenemos que demostrar que no lo es. Aunque la Iglesia haya promovido y fundado la práctica totalidad de las universidades en nuestro país hasta el s. XIX, por defecto es contraria a la ciencia; aunque haya sido el principal mecenas del arte, y disponga del mejor patrimonio monumental, es contraria a la cultura; aunque tengamos una tradición mística inigualable, como me decía el colega al que antes citaba, ¡¡hasta somos contrarios a la meditación!! En fin, poco más le falto a mi interlocutor achacar a la Iglesia la crisis económica o la derrota del Atletico de Madrid en la final de la copa de Europa de 1974.
Curiosamente, estos intelectuales convencidos de la maldad de catolicismo "institucional" (muchos aprecian, o dicen apreciar, el Evangelio), nada dicen del impacto que ha podido tener la Iglesia sobre el carácter alegre y abierto de los españoles, que casi todo el mundo aprecia, sobre la fortaleza de la familia en nuestro país, sobre nuestro carácter solidario (primer país en donación de órganos, por ejemplo), o sobre otras muchas virtudes de nuestro pueblo. Parece que eso ha nacido por generación espontánea, o que tiene que ver con las calendas de julio o una confluencia astral fortuita. Pero no es así, está ciertamente ligada a nuestro catolicismo cultural, como prueba que esas virtudes estén debilitándose en las últimas décadas, precisamente por el abandono generalizado de esas raíces religiosas. No hace falta ser tan perspicaz para captarlo, basta olvidarse de los prejuicios, conocer la Historia, con mayúscula, y estar abierto a la realidad social contemporánea.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Cristianos contra el nazismo


La Historia, con mayúscula, es más esquiva que la novela, más difícil de leer, tiene menor impacto popular, menor presencia en la opinión pública, pero tiene una ventaja que supera a todos sus inconvenientes: es verdadera. La novela o el teatro mezclan habitualmente historia real y ficción del autor, incluso cuando pretenden calificarse de históricos. El mayor o menor rigor a lo que realmente ocurrió no siempre es garantía de éxito: parece que a veces halaga más escuchar lo que quiere escucharse, que atenerse a los hechos históricos.
Esto es sin duda lo que ocurrió con la pieza teatral que dio lugar a la imagen colaboracionista de Pio XII con el regimen nazi. Una simple obra teatral estrenada en los años sesenta en Alemania, unida posteriormente a una película de mayor impacto internacional, han sido suficientes para echar encima del Papa Pacelli toda una leyenda negra, que poco tiene que ver con la realidad.

En último libro del historiador español, José Manuel García Pelegrín, que publica la editorial Digital Reasons, se pone en evidencia los enormes esfuerzos personales de Pio XII por salvar la vida a miles de judios que vivían en Roma. La neutralidad del Vaticano (que solo pudo conseguirse con un prudente silencio), permitió que casi 8000 judíos romanos escaparan de los campos de exterminio nazis. El silencio solo fue parcial, puesto que ya en su época de nuncio en Alemania, el entonces cardenal Pacelli había visto con enorme preocupación el ascenso del nazismo al poder y había alertado a Pio XI sobre sus posibles consecuencias nefastas.  De su pluma es la mayor parte de la enciclica Mit brennender Sorge (Con viva preocupación), publicada en 1937 por el todavía Papa Pio XI para denunciar los errores del nazismo. Allí se lee, por ejemplo: "Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a esta". Estas palabras se escribian cuatro años despues de la firma del polémico concordato de la Iglesia con el gobierno alemán, en un momento en el que no se tenía una evidencia tan clara del sustrato ideológico del nazismo (recuerdese que todas las democracias occidentales connivieron con el regimen nazi hasta el inicio de la Guerra mundial en 1939).
El libro de García Pelegrín incluye numerosa documentación de la resistencia cristiana, y particularmente de la Iglesia católica ante la barbarie nazi, que puede calificarse, con toda propiedad y como el propio autor recomienda, como un movimiento neopagano. Incluye numerosas citas sobre las relaciones entre el catolicismo y los movimientos de resistencia ideológica al nazismo, particularmente la conocida Rosa Blanca, en la que militaban destacados intelectuales católicos. Particularmente interesante son las homilias del obispo de Munster, que denunció las tropelías de las leyes nazistas sobre la eutanasia. También resulta de gran interés la historia de Franz Jägerstätter, quien decidió objetar al reclutamiento militar porque suponía apoyar al nacismo. Este campesino católico, que fue beatificado en 2007 por Benedicto XVI escribió en su diario, poco antes de ser arrestado y morir ejecutado en 1943. «Hoy en día se oye muchas veces decir que no se puede hacer nada ya, que si alguien dice algo, le castigan con la cárcel y la pena de muerte. Por supuesto que así no se puede cambiar el rumbo de la historia; pero a nuestros misioneros no les fue mejor muchas veces. En muchas ocasiones no obtuvieron otros resultados que la prisión y la muerte. Por supuesto que me doy cuenta de que hoy en día no sirven de nada muchas palabras. Se dice que las palabras instruyen, pero los ejemplos arrastran. Y aunque uno callara como un muro, podría hacer mucho bien; pues así se puede ver a cristianos que, aun hoy, en plena oscuridad, son capaces de alzarse con toda claridad, serenidad y seguridad, que en medio de tanta falta de paz y de alegría, con tanto egoísmo y odio se levantan con la más pura paz, alegría y ánimo de servicio. Que no son como una caña agitada por el viento"

domingo, 10 de noviembre de 2013

¿Por qué el bien resulta atractivo?



En ocasiones tendemos a exagerar los rasgos negativos de la sociedad contemporánea, sin apreciar las muchas cosas estupendas que nos brinda, particularmente en el orden material. La afluencia de bienes ciertamente ha ido paralela a una pérdida de relaciones humanas: las sociedades más avanzadas técnica y económicamente son muchas veces las más egoístas, las menos solidarias, pues parece que ponemos más confianza en esos bienes que en las personas que tenemos a nuestro alrededor.
Sin embargo, en el fondo todos estamos deseando que esos valores se propaguen, que la sociedad sea más justa, más generosa, más solidaria, más digna de lo mejor de la naturaleza humana. Por eso, a todos nos resultan admirables los ejemplos de las personas que muestran actitudes de generosidad, quizá heroica, con motivo de un desastre natural o de circunstancias extraordinarias, y repudiamos los comportamientos contrarios. Estos días me llegó el enlace a un anuncio que ha publicado en Youtube una compañía Tailandesa de comununicaciones. Muestra una historia sencilla, pero que a todos nos conmueve:

En el fondo, a todos nos resulta atractivo el bien y rechamos el mal, aunque en la práctica no siempre estemos dispuestos a actuar conforme a esos planteamientos, que consideramos ideales, pero nos faltan muchas veces coherencia para vivirlos.
No es trivial preguntarse por qué nos resulta atractivo el comportamiento bueno. El genial escritor C.S. Lewis dedica la primera parte de su obra "Mero Cristianismo", para muchos el mejor texto de teología natural del s. XX, a  reflexionar sobre esta realidad, concluyendo que esa tendencia innata al bien es parte de la estructural moral que Dios ha puesto en el ser humano, es en el fondo un argumento de gran peso antropológico para mostrar la comunidad de valores, que no parece razonable sea fruto de una coincidencia universal.

domingo, 3 de noviembre de 2013

¿Todo es relativo?


"Bueno, ése es tu punto de vista, pero yo tengo el mio, tan respetable como el tuyo". Se trata de una frase bastante común y que expresa, en principio, una actitud muy positiva, pues vivimos en un mundo con opiniones contrastadas y donde se respeta la diversidad de pensamiento. Estoy de acuerdo con esa postura siempre que no suponga una renuncia a la búsqueda de la verdad, algo que está erosionando muchos aspectos de nuestros valores sociales, al hacernos perder la brújula ética necesaria para una sociedad digna del ser humano. A estas alturas parece que abogar por la verdad es poco menos que equivalente a intolerancia y prepotencia, pero la verdad no debería de lujo inalcanzabla, sino más bien un prespuesto para la diálogo y el progreso. Pongamos un ejemplo sencillo, si dos personas sostienen puntos de vista contradictorios, por ejemplo uno afirmando y otro negando la recuperación económica podemos afirmar que los dos puedan pensarlo honestamente, pero no que los dos estén en la verdad, pues no puede ser a la vez una cosa verdadera y errónea.  O bien, estamos o bien no estamos recuperandonos económicamente, pero no las dos cosas, por muy respetable que sea la opinión de quien lo indica. Pongo este ejemplo de un tema que es bastante discutible, pero podría ponerlo de otros muchos aspectos donde la verdad se sustenta sobre cuestiones menos debatibles. Como dice un amigo, los datos no se discuten, se comprueban. No tiene sentido discutir sobre la población que tiene España: basta mirar en la página web del instituto nacional de estadística. Naturalmente de éste y de cualquier tema podríamos discutir: hasta qué punto está actualizado ese dato demográfico, por ejemplo, pero la base de partida es que si una afirmación es verdadera, su contrario no puede serlo. La discusión sobre la verdad de las cosas se ha tornado un tema crucial actualmente, pues generalmente se admite que sólo lo que es medible experimentalmente es sujeto a una cierta verdad, mientras el resto de los temas: económicos, filosóficos, teológicos, por ejemplo, serían terreno del puro relativismo (cada uno sostiene una postura, tan válida como su contraria). En el terreno jurídico y ético, esta postura ha dado lugar a una serie de desmanes sociales, pues el hombre ciertamente necesita referentes éticos. Cuando no los tiene, acaba reinando una confusión sobre la base del derecho y, en última instancia, sobre el fundamento del orden social. Ahora bien, si el derecho no se asienta en la verdad de las cosas, ¿dónde puede asentarse?  ¿Sobre las mayorías? En principio sí, pero no siempre la mayoría es acorde con la verdad de las cosas, como la experiencia histórica de la alemania nazi nos recuerda. A este triste pasado se refería Benedicto XVI en su discurso ante el parlamento alemán en el 2011: "La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz (...) “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín. Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político".
Por tanto es preciso ir más allá, admitiendo, en primer lugar, que el relativismo no es una respuesta final a los problemas. Todas las posturas son respetables, pero algunas son verdaderas y otras no: encontrar éstas puede ser tarea árdua, pero no imposible, no podemos renunciar a la existencia de la verdad, o de lo contrario solo tendremos acuerdos cambiantes e inestables.

Te recomiendo la lectura del último libro del Prof. Diego Poole, titulado precisamente "Relativismo y Tolerancia". Está disponible en la editorial Digital Reasons. Revisa la fundamentación ética y jurídica del respeto a la verdad y las falacias del relativismo y su impacto en el orden jurídico.