domingo, 26 de octubre de 2014

La verdad y los medios

El periodista británico Malcom Muggeridge escribió sobre su biografiada Teresa de Calcuta: “Tiene la inestimable ventaja de no ver nunca la televisión, de no oír la radio y de no leer los periódicos, por lo que posee una clara visión de lo que sucede en el mundo”. La cita la recoge Antoni Coll en su libro "Dios y los periódicos", que acaba de publicar la editorial Digital Reasons. Se trata de una interesante reflexión personal sobre múltiples factores que afectan a la información que proporcionan los medios: su objetividad, su influencia, sus conexiones con verdades hondas que a veces se camuflan, cuando no se manipulan completamente, al hilo de los intereses que hay detras de quien dirije los grupos de opinión. Vivimos en una sociedad globalizada, donde las fuentes de información son muy variadas, aunque cada vez nos llegan más por un unico canal: nuestra conexión a internet, ya sea con el móvil, la tableta o el ordenador. Ahora es sencillo escapar de quienes convierten su dominio en los medios en un vehículo para  difundir su particular visión del mundo como si fuera la única posible. Hay medios en muchos países, en múltiples idiomas, que informan desde distintos ángulos. No es necesario quedarse solo con una versión de los hechos.
Coincidí en mi último vuelo con un estudiante universitario de Barcelona. Como era esperable, salió el tema de la consulta independentista que impulsa el gobierno catalán. Resulta fácil concluir que una de las mejores formas de acercar posiciones sería obligar , si esto fuera posible, y durante un tiempo razonable, a que los partidarios de la consulta leyeran los periódicos, escucharan la radio y vieran la televisión de los medios que la niegan, y viceversa: al menos todos habríamos ganado un poco en entender por qué la gente piensa como piensa. La influencia de la visión que dan los medios es enorme, no voy a descubrirlo yo; también debería serlo su responsabilidad para conocer las consecuencias de esas posturas radicales, ya sea en promover un referendum, en condenar a personas o instituciones antes de que se demuestre su culpabilidad, en propalar rumores infundados o en ocultar hechos que lesionen a quienes sustentan esos medios. El sesgo de los medios es evidente, tanto de los públicos -bastante grave a mi modo de ver- como el de los privados, más legítimo, pero también torticero, pues un medio debería servir en primer lugar a la verdad y luego a quien lo financia. Ante ello, sólo cabe acudir a las fuentes. Por ejemplo, ante el diluvio de disparates, simplificaciones, interpretaciones interesadas, y conclusiones imaginadas que ha rodeado al último sínodo de los obispos sobre la familia, ¿qué mejor que leer las fuentes?

domingo, 19 de octubre de 2014

Aborto y pensamiento único: a propósito del obispo de Alcalá

Es curioso que se utilice esta expresión: "pensamiento único" para criticar la postura del adversario político, sea del signo que sea, asumiendo que tiene el monopolio de los medios para establecer y comunicar ese pensamiento. Pero más allá de las divergencias políticas, hay cuestiones en las que todos los partidos establecidos, e incluso los que quieren llegar a establecerse y de momento se auto-atribuyen poco menos que la impecabilidad, parecen estar de acuerdo. Son esas cuestiones sociales que se consideran axiomas indiscutibles y a las que la omnitolerante democracia no puede menos que no tolerar. Entre ellas está el aborto, en el que parecen unirse en extraño maridaje polos tan contrarios como Iglesias, Sanchez y Rajoy. La aceptación social del aborto, dijo Julián Marías,  es "la gran perversión de nuestro tiempo"; a mi modo de ver, uno de las enfermedades más graves de la civilización occidental. No conozco abolicionistas del aborto que quieran criminalizar a las mujeres, no se trata de una guerra entre hombres y mujeres, ni entre creyentes o ateos. Se trata de una guerra entre seres humanos gestantes y otros que tienen la capacidad de que dejen de serlo: entre quienes ponemos la vida por delante de la libertad, y los que ponen la libertad por delante de la vida cuando se trata de vidas humanas, aunque paradojicamente pongan la vida por delante de la libertad cuando se trata de vidas animales.
Como todo axioma indiscutible, no cabe la disidencia cuando hablamos del aborto. Quien no quiera aceptarlo mejor que se calle y que, en todo caso, aparque su opinión contraria a la esfera de la intimidad casera. ¡Hablar en público va contra la ley!, y eso lo dicen, precisamente, quienes defienden como supremo bien ¡la libertad de expresión! Me gustaría ver a esos devotos del librepensamiento defender con toda energía a quien declara posiciones que no comparten. Un ejemplo, entre otros, el ayuntamiento de Alcalá acaba de aprobar una moción del grupo socialista que nada mas y nada menos, "exige a la Conferencia Episcopal la destitución del obispo de la localidad, Juan Antonio Reig Plà". Como se dice habitualmente no sabe uno si reirse o llorar. Resulta que un ayuntamiento con los votos de quienes se consideran partidarios de un estado laicista, piden a una organización religiosa que quite o ponga a sus líderes religiosos porque dice -con más o menos fortuna- lo que ese grupo religioso sostiene: en este caso, la defensa de toda vida humana. Ahora resulta que el Vaticano va a tener que enviar una terna al PSOE para ver a quien elige obispo (esto es, como en tiempos del Innombrable). 
Si resulta enfermizo que la sociedad actual acepte una barbaridad como el aborto, parece que todavía es más preocupante que el enfermo no quiera saber que lo está, que opte por silenciar a quien apunta la gravedad de los síntomas, el escenario de las consecuencias. Me consta que el obispo de Alcalá es un hombre batallador en éstas y otras cuestiones que no gustan al pensamiento único, pero también que es una persona educada y amable, que critica las conductas y acoge a las personas. Por otro lado, nos guste o no nos guste lo que dice, es un ciudadano como cualquier otro, y si vivimos en una sociedad libre no podemos menos que aplaudir que alguien tenga la gallardía de decir lo que piensa aunque contravenga la corriente dominante. Más aún, cuando está defendiendo la vida de quienes no tienen voz para defenderse.

domingo, 12 de octubre de 2014

La virtud es atractiva

Ayer volví a ver "Carros de Fuego", esa magnífica película de H. Hudson, ganadora de cuatro oscars en 1981. En un momento de la película, el protagonista -un ídolo del rugby escocés- amonesta cariñosamente a un niño porque estaba jugando al fútbol en domingo, violentando la interpretación del descanso dominical que hacen los presbiterianos. Para que el chico no quedara con el amargor de la riña, invita al niño a jugar al día siguiente con él. Justifica ante su hermana, misionera como él, ese nuevo compromiso adquido, indicandole: "Quieres que el chico crezca pensando que Dios es un aguafiestas".
Con mucha frecuencia se pone a Dios como valor para reprender la travesuras de los niños ("Dios no quiere que juegues en el patio"), o incluso para amenazarlos ("si no te portas bien, Dios te va a castigar"), lo que acaba consiguiendo que los niños tengan una imagen muy tosca y desagradable de Dios. La virtud no se estimula afeando el vicio al que sustituye, sino por el propio valor de la virtud. Ser virtuoso no sólo es hacer cosas buenas, sino sobre todo disfrutar con ellas: ser feliz haciendo el bien. En el camino de conseguir una virtud, naturalmente habrá veces que tendremos que rechazar nuestras primeras inclinaciones (al fin y al cabo, el pecado original siga pesando en cada uno de nosotros), pero me parece importante recalcar que es un estadio itinerante hacia la virtud, que nunca es antipática y desagradable. Me parece que una de las claves de la verdadera educación cristiana es precisamente hacer agradable la virtud, estimular que los chicos la consideren algo por lo que realmente vale la pena hacer sacrificios, llevarnos tantas veces la contraria. Aquello de "todo lo bueno en esta vida o es pecado o engorda" no deja de ser una simplificación torticera de la realidad. El pecado no puede ser bueno, puede sernos atractivo por momentos puesto que nuestras pasiones no siempre son nobles, pero en el fondo siempre nos deteriora internamente, nos rompe por dentro. Para eso está la confesión, para reconocer el error, pedirle perdón a Dios y su gracia para recomponernos. 
Los cristianos procuramos vivir acordemente con la Ley de Dios no porque temamos el castigo divino, al menos no como causa principal, sino por el placer de agradar a quien sabemos que nos ama. “Hacedlo todo por amor”, recomendaba San Josemaría, y es un consejo que sirve para todos los cristianos. Eso es lo más importante de nuestra existencia, como seres humanos y como cristianos: el amor que hemos dado y el que hemos recibido; y no hemos de perder de vista que Dios no se cansa nunca de querernos, y que de ese amor que recibimos se alimenta el que podamos dar. Nuestro actuar moral no debería estar ligado a la idea de premio y castigo, sino de modo primordial al amor que todo hijo procura a su padre bueno. Esto es perfectamente compatible con la esperanza del Cielo, o el temor al Infierno, que nos ayuda en momentos especialmente delicados de nuestra vida, pues también el ser humano necesita estar seguro de que las piezas acabarán encajando, de que la justicia se cumplirá y alcanzaremos una felicidad sin límites. Lo importante es nuestro amor a Dios, por un lado, y cómo aceptamos el amor de Dios en nuestras vidas, por otro. Lo demás, sólo si nos ayuda en ese objetivo.

domingo, 5 de octubre de 2014

Carta abierta al ex-ministro Ruiz Gallardón

Estimado y admirado Sr. Ruíz Galladón:

Hace unos meses incluí como entrada en este blog una carta abierta dirigida a usted, siendo titular del Ministerio de Justicia, animándole en su batalla por reformar una de las leyes a mi juicio mas nefastas aprobadas por el anterior gobierno, que supone un desprecio hacia la vida de los seres humanos en gestación, los más débiles, los más vulnerables, los que, precisamente por eso, deberian ser primordialmente protegidos por la sociedad.
Ahora me siento en la obligación de volver a escribirle para agradecerle sus esfuerzos durante estos años de continuas presiones -lamentablemente no sólo de fuera, sino también y sobre todo de dentro de su partido-, y su dignidad al poner sus convicciones por delante de sus intereses políticos. Pocos, muy pocos, son los políticos españoles que han dimitido por sus ideas (me permito recordar aquí también a Manuel Pimentel, quien dejó el gobierno de Aznar por una ley de inmigración que consideraba injusta). Las escasas dimisiones están asociadas a chanchullos económicos o singulares meteduras de pata: los demás tragan con cualquier cosa, parece que dejaron su dignidad cuando decidieron entrar en la política. A usted la dimisión le honra. Me parece que continúa su brillante carrera política con una coherencia que no le van a reconocer sus críticos de un lado y de otro. Dimitir por las ideas es la más noble forma de confirmar que uno no vende sus principios por un puñado de votos.
Parece que la clase política española está nerviosa con el vuelco electoral que puede producirse en la próxima primavera. No soy amigo de los populismos, me parece que las revoluciones comienzan con el afán de cambiar una sociedad podrida y acaban engendrando una sociedad tiránica, además más podrida aun que la original. No obstante, el triste espectáculo al que todos los días asistimos: Gurtel, Barcenas, EREs andaluces, Banca Catalana, ITVs, herencia de Puyol, tarjetas de Caja Madrid, generan demasiada presión para que la sociedad española acepte que todo siga igual.
A esto se añade, y a mi me parece todavía más grave que lo anterior, la falta de referentes morales de los politicos españoles, el engaño sistemático de pedirnos el voto para unas cosas y hacer las contrarias. En lugar de políticos profesionales parecen humoristas de salón a los que podría aplicarse perfectamente la famosa frase de Groucho Marx: "estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros".
Espero Sr. Ruíz Gallardón que su marcha de la política no sea definitiva, y le animo a que lidere alguna alternativa al desastre ético que suponen hoy por hoy nuestros partidos políticos, para que no sea necesario elegir entre el populismo bananero de Podemos y la casta sinvergonzona a la que justamente critican. Este país se merece algo más.