domingo, 21 de diciembre de 2014

Llegar al fondo

Ayer estuve viendo una película que grabé recientemente de la televisión: "El nombre". Me pareció una magnífica obra, que retrata extraordinariamente las pasiones humanas. Un hecho aparentemente anodino, la elección del nombre del niño que espera uno de los protagonistas, acaba desenvolviéndose en una intensa conversación, donde afloran los rencores reprimidos. Viendo esa película me preguntaba qué nos acerca más a las personas que queremos, olvidar los sucesos que por su medio nos hirieron, o sacarlos a la luz, aunque sea violentamente, para sanarlos o al menos mostrar al exterior nuestras heridas. Personalmente soy más partidario de la primera actitud, recordando quizá aquella frase tan hermosa que leí quizá en algún almanaque: "escribe en la arena las faltas de tu amigo". El rencor no ayuda a resolver los problemas, y además acaba deteriorando a quien lo acumula. Prefiero poner en práctica la frase que repetimos en el Padrenuestro: "Perdona nuestras ofensas, como nosostros perdonamos a quienes nos ofenden". Es difícil perdonar, perdonar a fondo, olvidando definitivamente la ofensa. Es más asequible perdonar el momento, quizá luego acumulando agravios, que en el fondo suponen que el perdón no es sincero. Pero así somos, nos cuesta borrar el fondo de nuestra alma de las heridas provocadas por quienes más queremos. Si no es posible curarlas realmente, si no conseguimos de Dios el favor de hacerlo a fondo, quizá sea mejor alternativa hablarlas, mostrar nuestro dolor a quien lo ha provocado. Si hay verdadero cariño, acabará aceptándose la reprimenda, aunque en un primer momento se creen situaciones tensas. Cuesta mucho decir las cosas que tenemos en el fondo del corazón, pero si no podemos perdonarlas, mejor contarlas con serenidad, en el momento apropiado, cuando serán más fácilmente aceptadas.

domingo, 14 de diciembre de 2014

El llanto de Raquel

"Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen" (Mt 2: 16-18). Con estas tremendas palabras describe San Mateo uno de los primeros genocidios de la Historia. La rabieta de un reyezuelo que busca obsesionado a quien considera puede arrebatarle el poder y decide "asegurarse" eliminando a todos los niños de la región. Estamos cerca de la Navidad, cuando volveremos a conmemorar el nacimiento de Jesús y el martirio los Inocentes, de quienes murieron por El sin haberle conocido. Hay muchos Herodes en la Historia de la humanidad, muchos reyezuelos que se siente amenazados y deciden eliminar a quienes consideran una amenaza. Unos intentaron eliminar a quienes eran de otra raza, de otro pueblo, de otra lengua o de otra religión... Otros han intentado, todavía más crueles, eliminar a toda una generación. No estamos hablando de eventos que ocurrieran hace milenios, siglos, décadas, sino de cosas que pasan actualmente, cuando cientos de miles de niños en gestación son eliminados anualmente. La ideología antinatalista está más vigente que nunca. El genocidio más radical es el que atenta contra la naturaleza humana en su conjunto, la que intenta eliminar a los que no han nacido para seguir manteniendo sus privilegios, sus riquezas, su dominio del planeta. Conocer a fondo las raíces ideológicas de esta postura, sus actores principales y sus más destacados oponentes es el objetivo del libro que ha publicado recientemente la editorial Digital Reasons. El título del libro refleja muy bien su contenido: "¿Superpoblación? La conjura contra la vida humana", ya que se van desgranando las distintas fases de esta auténtica guerra contra la humanidad, desde el malthusianismo del s. XIX, y la ideología eugenésica de inicios del XX, hasta el control generealizado de la natalidad, la revolución sexual y la ideología de género de finales del XX e inicios del presente. El autor, José Alfredo Elía, desgrana los principales actores de estos procesos, que aúnan las ideologías supuestamente más progresistas, con los capitalismos más despiados. No es de extrañar que en esta guerra contra la población estén unidos regímenes comunistas, como el chino, donde ni siquiera esta permitido decidir el tamaño de tu familia, con las fundaciones más representativas del capitalismo norteamericano (Rockefeller, Kissinguer, Clinton...). También revisa quienes se han opuesto a esta ingente maquinaria de autoextinción, desde economistas humanistas como Simon y Clark, hasta demógrafos de la talla de Sauvy, Ahaunu y Boserup. La vida humana también tiene defensores, como Madre Teresa, del Dr. Lejeune o Paul Marx, que se han opuesto tenazmente a la maquinaria ideológica que acompaña a esta verdadera cultura de la muerte. También se detiene el autor en comentar el papel de la Iglesia católica y de otras instituciones religiosas en defensa de la vida humana, desde el inicio hasta su fin natural, con particular relieve en la Humanae Vitae y los escritos de San Juan Pablo II sobre la teología del cuerpo. Un libro muy recomendable para quien quiera conocer las bases y los actores de esta guerra soterrada por el futuro de la población humana.

domingo, 7 de diciembre de 2014

La felicidad sólo es real cuando se comparte

En el marco de un ciclo de cine sobre ética ambiental que he organizado estos días he podido ver de nuevo la película "Into de Wild", traducida en español como "Hacía rutas salvajes". Basada en una historia real, cuenta la trayectoria vital de un jóven norteamericano, Christopher McCandless, que decepcionado por el ambiente familiar y educativo en el que vive, decide dejar todo e iniciar un viaje que le acabará llevando a Alaska, que anhela como el único destino donde finalmente encontrará la felicidad. En ese viaje, Chris tropieza con diversos personajes que le ofrecen la amistad y el cariño que había añorado en su ambiente, pero prefiere no comprometerse con ninguno y continuar su viaje hasta los parajes más solitarios de Alaska. Tras el encuentro con la belleza y la soledad de un entorno natural que le fascina y que parece confirmar esa felicidad perfecta, comienza a descubrir las limitaciones del entorno y las propias para adaptarse a un paisaje muy bello pero también muy hostil.  El final resulta trágico, pues cuando se convence que la felicidad no está tanto en el exterior sino en su propio interior y decide volver, se encuentra con la insalvable barrera del río en crecida. Mermadas sus escasas provisiones y en periodo difícil de caza, acaba moriendo famélico e intoxicado por unas plantas que confunde con patatas silvestres.
La película sugiere muchos temas, sirve de reflexión sobre el sentido último de la vida, la búsqueda de la felicidad que todos añoramos, las relaciones humanas, nuestra relación con el entorno... Somos seres sociales y necesitamos a los demás, aunque el protagonista parece no darse cuenta hasta que es demasiado tarde. Sin duda me quedo con la última frase que escribe en su diario: "La felicidad sólo es real cuando se comparte". ¿Quiere esto decir que sólo podemos ser felices cuando estamos con alguien, que la soledad no es fuente de gozo, o incluso que sólo somos felices cuando lo comunicamos a los demás? En mi opinión, lo mas hondo de esa frase es que la felicidad no puede empezar y terminar en nosotros mismos; dicho de otra forma, que sólo quien se abre a los demás puede ser realmente feliz. Quien busca la felicidad sólo para sí mismo, en sí mismo, consigo mismo, seguramente acabará infeliz. La soledad es necesaria en momentos, necesitamos la paz interior que sólo da el silencio, pero es un estado transitorio. ¿Pueden ser felices los ermitaños, quienes eligen vivir solitariamente? Creo que sí, pero no porque vivan solos, sino porque viven con Dios, en Dios, si El les llama por ese camino, que no es naturalmente el de la mayor parte. No es lo mismo vivir solo que ser solitario, no es lo mismo buscar la soledad para remansar nuestro espíritu que buscarla por comodidad o egoísmo. Hay algo de nosotros que está inacabado y necesitamos a los demás para completarlo, primero en nuestro espíritu, en el trato de intimidad con Dios, luego en quienes Dios nos pone cerca. De su felicidad depende la nuestra, de nuestro empeño por hacerles felices, nuestro propio gozo. La generosidad abona la alegría, el egoísmo la neutraliza.