viernes, 25 de diciembre de 2015

El cumpleaños de Jesús

Recibí hace unos días un mensaje en el móvil, que incluía una carta de Jesús a un amigo, señalando su contrariedad porque hubiera tantas fiestas en honor de su cumpleaños (eso es la Navidad), y fueran tan pocos los que le invitaban a esas fiestas.
Sí, la Navidad se ha convertido para muchas personas en una celebración de no-se-sabe-qué. Hay que estar contentos, hay que regalar, hay que tirar petardos, hay que decorar, hay que poner luces, hay que comer y beber más de la cuenta, hay que cantar, hay que reunirse con la familia, hay que viajar... pero no sé sabe bien por qué. ¿Qué hace que estos días sean tan entrañables? ¿Cuál es su sentido? ¿Por qué hacemos extras que no nos permitimos en otros periodos del año?
No voy a meterme ahora en los detalles históricos sobre desde cuándo se celebra la Navidad y por qué se instauró el 25 de Diciembre. Lo importante es que la Tradición cristiana, que abarca toda Europa, América, muchos países de Africa y Oceanía, y algunos de Asia, celebra -algunos desde hace muchos siglos- que en estos días nació Jesús de Nazareth, Dios que quiso hacerse hombre, como nosotros, para "redimirnos del pecado y darnos ejemplo de vida", como decían los viejos catecismos: en suma, para morir por nuestras culpas y para darnos un maravilloso testimonio de una vida que nadie en la Tierra, en la Historia, ha podido superar. Si hubieramos sido atrapados por un grupo terrorista, secuestrados y encarcelados en condiciones durísimas, y alguien se hubiera ofrecido para liberarnos de esa prisión, intercambiandose por nosotros, ¿cómo le estaríamos agradecidos? ¿qué haríamos en su recuerdo? Si ese alguien fuera además un príncipe, con una enorme fortuna, que perdería completamente por liberarnos; si fuera muy poderoso y perdiera toda su influencia para ocultarse en una cárcel por nuestra libertad... Pues mucho más que so hizo Jesús por nosotros, y por eso, y por esa luminaria de su vida y sus palabra que no puede apagarse, celebramos la Navidad, su cumpleaños. ¿Vamos a seguir celebrándolo sin El? ¿Vamos a reir, a cantar, a comer, a bailar sin acordarnos cuál es el motivo último de esa alegría?

domingo, 20 de diciembre de 2015

En el año de la misericordia

El pasado día 8 iniciaba el Papa Francisco solemnemente el año de la misericordia, un año jubilar en la Iglesia católica para conmemorar el 50 aniversario del fin del Vaticano II, marcado por una virtud que le resulta especialmente cercana al actual Pontífice. "Dios no se cansa nunca de perdonar", ha repetido en muchas ocasiones, y nos invita ahora a considerarlo con una renovada fuerza, y a darlo a conocer a quienes, por una u otra razón, se han apartado de Dios y de la Iglesia.
Dice el conocido aforismo, que Dios perdona siempre, el hombre algunas veces y la naturaleza nunca. En mi reciente viaje a Emiratos, nos invitaron a visitar la gran mezquita Sheikh Zayed en Abu Dhabi. En una de las paredes del interior figuran los calificativos que los musulmanes atribuyen a Dios: el segundo de ellos es "El Compasivo con toda la creación"; el tercero "el Misericordioso con los creyentes". También los musulmanes reconocen la misericordia de Dios, aunque lamentablemente algunos no la practiquen. Para los cristianos, el nombre propio de Dios es Creador (Padre), Palabra (Hijo) y Amor (Espíritu Santo), todo en la íntima unión de la Trinidad. No puede separarse ningún atributo de Dios del ser Padre-Palabra-Amor. A eso nos llama el Papa Francisco en este año de gracia, a reflexionar de nuevo sobre ese Amor que explica la Creación y la Redención.
Si Dios ha querido crearnos para el amor y ha querido redimirnos para recuperar el amor perdido por nuestra propia soberbia, el año de la misericordia es principalmente un periodo para recuperar el amor a Dios y para ahondar en ese amor a través del amor a sus criaturas, a todas. Recuperar el amor perdido es reflexionar sobre el sacramento del perdón. Me preguntaba un amigo hace unos meses hablando de la confesión: "¿Pero ese sacramento no lo habían quitado en el Vaticano II?"; no, no lo han quitado. Sería tremendo que los católicos perdieramos ese tesoro: un Dios que perdona, que nos manifesta ese perdón hasta físicamente, cuando escuchamos "yo te absuelvo de tus pecados". Es El, aunque actué a través de una imagen suya, de un sacerdote, que siempre nos recibirá con corazón paternal, como el buen padre de la parábola del hijo pródigo. (Para quienes hace tiempo que no se confiesan, hay una guía didáctica muy sencilla en el siguiente enlace)
Un año también para, recuperando ese amor, entregarlo a los demás. Misericordia significa "misere cor dare": dar el corazón al mísero, a quien necesita esa compasión, ese sentir con. Ser misericordioso es mirar más allá de nosotros mismos, ver personas necesitadas de nuestro cariño, de nuestra atención, de nuestro tiempo, quizá de nuestros recursos, aunque no sólo. Leía hace tiempo uno testimonio de un voluntario que trabajó junto a la Madre Teresa de Calcula (pronto la llamaremos Santa). Al llegar al hospital, le dejó en brazos un niño pequeño que estaba agonizando. No pudo hacer nada. Murió poco después. Ella le dijo que sí había hecho mucho, mostrar a ese niño que había sido querido, servir de imagen de Dios para entregar un amor visible a quien ya no tenía nada.

domingo, 13 de diciembre de 2015

¿Qué celebramos en Navidad?

Ayer regresé de Emiratos Arabes, un país de reciente creacion (nació en 1971), pero de gran empuje cultural y económico. Heredero de las tradiciones nómadas de la península arábiga, la gran riqueza petrolífera primero y la perspicacia de los líderes tribales (jeques) después han convertido a este país en referente del mundo árabe, además uno de los más abiertos a Occidente.  En Emiratos conviven el inglés y el árabe como lenguas cooficiales, amparando a una enorme diversidad de trabajadores de distinos sectores que buscan en el afluencia economica del país una mejor vida. El rápido desarrollo de sus dos principales ciudades, Dubai y Abu Dhabi, las convierte en eje económico, comercial y turistico del golfo pérsico.
Estos días celebraba el país su día nacional, el 44 aniversario de su nacimiento, y las calles de Al Ain, donde me he alojado, se engalanaban con luces y motivos decorativos referentes al evento. Me invitaron a visitar una feria cultural que organizan con este motivo donde recuerdan sus tradiciones, su artesanía y gastronomía, sus danzas y canciones, su destreza en la doma de caballos y camellos. Aparentemente, conviven bien el fomento de esas tradiciones con la apertura a las nuevas tendencias, principalmente tecnológicas. Choca un poco ver a mujeres y hombres ataviados con sus trajes tradicionales manejando móviles de última generación. Parece que la tecnología, muy presente en la vida cotidiana del país, no les resulta contradictoria con sus propias raíces culturales: la tablet y el móvil conviven con el velo o el turbante. Por ejemplo, la directora del departamento de Geografía de la Universidad más importante del país me recibió con cordialidad, pero excusó darme la mano indicando que no era costumbre (diferencias culturales dijo), y no parece que sintiera contradicción entre dirigir trabajos de sus alumnas sobre imágenes de satélite mientras iba vestida, al menos en el exterior, con el mismo estilo de ropa que podría haber llevado su bisabuela.
Me dio que pensar esta cuestión por contraste con cuestiones que vemos todos los días en nuestro país, que en apenas 30 años ha cambiado tan drásticamente hasta olvidar las costumbre sociales y las tradiciones culturales que había acumulado en su larga historia. Desde luego no pienso que cualquier cosa sea buena por el hecho de ser antigua, pero también me parece un error despreciar una tradición por el hecho de serlo. Confundir una tradición, en el modo de hablar, de vestirse, de comportarse, de valorar ciertas cosas, con el atraso es actitud de nuevos ricos, que piensan con orgullo pasar por encima de sus antepasados como si fueran deficientes mentales, cayendo por eso en los mil tropiezos que ellos ya superaron.
Hay muchos frentes donde esta actitud esta presente. Ahora se puede observar claramente en la tradición navideña. A base de obviar lo que no puede obviarse, porque es el núcleo de lo que celebramos estos días, se acaba por caer en la más ridícula estulticia. Ya no se felicita la Navidad, sino "las fiestas", pero parece que nadie se pregunta de qué son esas fiestas, qué celebramos exactamente y por qué deberíamos felicitarnos. Para obviar el recuerdo del nacimiento de Jesús, (Navidad = Nacimiento), intentan identificar la Navidad con las cosas más absurdas, como los osos polares, la nieve, o las luces de no-se-sabe-qué. Naturalmente el árbol es más representativo que el Belén, porque lo usan los nórdicos o los estado-unidenses, y ese señor gordo vestido de rojo (que por cierto es una imagen de San Nicolás, obispo de Mira en la actual Turquia) más generoso que nuestros Reyes Magos. Me parece que más allá de los símbolos el asunto es de más calado, pues supone el abandono de una tradición cultural propia para cambiarla por algo mucho menos sólido, de menos calado y, además, foráneo, extrinseco a nuestras raíces. No parece que tenga mucha lógica.

domingo, 6 de diciembre de 2015

¿A qué ha ido el Papa a Africa?

Un perspicaz analista de la situación internacional se quedaría perplejo ante el reciente viaje del Papa a Africa. Ha visitado tres países: Kenia, Uganda y Republica Centro-africana. Ninguno de ellos cuenta con relevancia internacional, ninguno cuenta para los planes de los poderosos: no tienen grandes recursos naturales, ni excesivo petroleo, ni una gran población... Tampoco deberían ser objetivos prioritarios de una Iglesia católica que trata de recuperar su presencia social en Occidente, de seguir avanzando en Oriente y de reducir el envite de las sectas en América. Visto desde fuera, no es un viaje muy razonable, pero la cuestión de fondo es que la Iglesia no se mueve por ninguna de las motivaciones que se mueven las grandes potencias: no busca los recursos, ni las grandes masas, ni la influencia política o económica. La Iglesia sólo pretende, nada más y nada menos, que vivir como Jesús vivió, continuar su labor de anunciar la "buena nueva " (el Evangelio), a todas las personas, a cada una a cada uno, independientemente de su condición social o económica, de su situación geográfica, de su influencia. Dijo un escritor francés que Dios sólo sabe contar hasta uno; para Dios cada uno es importante, cada uno merece toda la sangre de Cristo, todo el tesoro de la Redención. El viaje del Papa Francisco no puede ser más ilustrador de esta actitud: va a visitar a quien necesita su calor humano y sobrenatural, a quien requiere consuelo, cariño, coraje, oracion. Unos pueblos duramente castigados por la violencia, por enfrentamientos crueles, casi siempre producto de intereses foráneos.
Mejor que nadie expresa la alegría de quien recibe al Papa sin tener nada que ofrecerle, salvo su cariño filial, el obispo español de una de las regiones que visitó Francisco,  Bangassou, Juan José Aguirre. Con palabras emocionadas de gratitud, nos indicaba el enorme valor de quien recibe la visita de un padre, de un padre para quien cada hijo es valioso, independiente de los juicios humanos que sobre él o ella se hagan. Recomiendo su carta, llena de pasión por la vida y de esperanza pese al dolor que viven cotidianamente: "Gracias porque nos has dado valor y esperanza, porque no te callaste, porque miraste a la cara a los pobres, porque abriste la Puerta Santa de la Misericordia enseñándonos un carril prioritario, diferente del resto de la Iglesia, para ir más rápido hacia Sus Manos, experimentar su amor, y nos pediste que lo repartiéramos después, en forma de gestos de reconciliación. Nos enseñaste un camino, nos mostraste cómo salir de hoyo, del laberinto en el que estamos... Cuando, después de la foto ritual en la Nunciatura, te cogiste a mi brazo para subir los escalones, sentí tu fuerza, no tanto física, sino sobre todo humana y espiritual. Bromeamos contigo en la comida con los Obispos cuando te enseñamos dos palabras en sango: ndoyé y siriri. Las repetiste a los jóvenes de la vigilia de oración 3 horas después: " Empapad vuestra vida de amor y paz"

lunes, 30 de noviembre de 2015

Lo que nos jugamos en la cumbre del clima de Paris

Hoy se inicia la vigésimo primera conferencia de las partes del tratado de cambio climático de Naciones Unidas (COP21) en Paris. En juego está la renovación del protocolo de Kyoto, firmado en 1997 y ratificado en 2005 y que ha sido el primer acuerdo internacional de envergadura para mitigar el cambio climático de origen humano. Pocos años antes se había firmado el acuerdo de Montreal, que fomentaba la eliminación de los gases clorofluorados (CFC), principales responsables del deterioro de la capa de Ozono. En ese caso, los países miembros de la ONU aparacaron sus intereses nacionales y tomaron una decisión contundente, basada en las evidencias científicas, para transformar un proceso industrial mediante el uso de tecnologías alternativas. En este caso, se trata de algo similar, sobre una gran base de evidencias científicas, se trata de modificar las fuentes de generación energética, transformando paulatinamente las fósiles por las renovables. La diferencia está en la magnitud de las medidas y en la dependencia de los procesos que se aconseja evitar. Los CFC podían sustituirse por otros gases que facilitaban una alternativa a la refrigeración; en el caso del petróleo, carbón y gas natural, la alternativa requiere una inversión muchísimo mayor, afecta a compañías y países que tienen una gran influencia geopolítica y mediática, y la alternativa tecnológica está todavía en desarrollo. Con estas tres premisas, se entiende que haya tantos intereses volcados en contaminar el dictamen científico o en esgrimir argumentos estratégicos que en el fondo son una cortina de humo para ocultar sus intereses nacionales. Los países emergentes claman por el derecho a seguir emitiendo para garantizar su desarrollo; algunos de los más desarrollados (EE.UU. en particular) dicen que no tiene sentido comprometerse en acuerdos cuando no van a vincular a quienes ahora más emiten o van a emitir (China, India, Brasil...); los más concienciados (Europa) apuestan por un compromiso serio, y los más pobres, sufren las consecuencias de los impactos y no pueden hacer mucho más que protestar. Así las cosas, la cumbre de Paris es un encuentro clave para abordar un acuerdo global, consistente y estable, que vaya en la correcta dirección, que implique profundas reformas en el sistema energético, transferencia de tecnología a los países emergentes y serio compromiso con la reducción de la deforestación, entre otros.
Muchos líderes morales han hecho un llamamiento a la consecución de acuerdos globales, basados en la responsabilidad que tenemos con la conservación del planeta. El Papa lo ha hecho en múltiples ocasiones, de manera más solemne en su última encíclica: “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan” (Laudato si, n. 22). “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo” (Laudato si, n. 25)

domingo, 22 de noviembre de 2015

Laicismo y tolerancia

El laicismo militante de muchos países europeos intenta eliminar cualquier referencia religiosa en la vida pública, como si la fe sólo tuviera implicaciones personales, etiquetando de fundamentalista e intolerante a quien procure influir con sus propias convicciones morales o religiosas. Por ejemplo, cuando se habla de temas tan delicados como la regulación legal del aborto en lugar de escuchar y refutar los argumentos, la discusión se acaba lanzando el consabido tópico de como eres creyente estás imponiendo tu opinión a los que no lo somos. Este seudorazonamiento no se aplica en cambio para callar la boca de quienes intentan abolir el uso de pesticidas o de la energía nuclear, por más que dirijan su opinión al conjunto de la sociedad y no solo a quienes comparten sus ideas. Parece que en este caso se asume que quien hace esas propuestas expresa su opinión legítima, mientras en el caso de quien sostiene posturas pro-vida, por definición están sesgadas por unas convicciones que, sean o no religiosas -puesto que obviamente para defender la vida del no nacido no hace falta ningún argumento religioso-, solo son aplicables a quienes piensan asi.
A mi modo de ver, resulta un motivo de especial preocupación que se intente anular la opinión de personas creyentes  en cualquier materia social bajo la sospecha de que intentan imponer a los demás sus convicciones religiosas, lo cual no sería tolerable en un estado laico, incluso cuando esas opiniones estén fundamentadas en argumentos que no son religiosos.
Con este planteamiento, quien no se declare ateo convencido no tendría ningún derecho a opinar sobre aspectos que se refieren a la vida pública, pues estaría imponiendo su fe a los demás. Como los ateos no tienen fe, parecen libres de toda sospecha, ya que parece que lo único que se puede imponer es la fe, no las opiniones sociales de cualquier otro tipo. En este escenario perverso, se estaría anulando la capacidad de los creyentes para configurar la sociedad en la que viven, relegándose en consecuencia a ciudadanos de segunda categoría. Así, se daría la paradoja de que en una sociedad que se congratula de respetar los derechos elementales acabaría convirtiéndose en su principal hostigadora.
Debería resultar obvio que cuando un creyente, de cualquier credo religioso, ofrece su opinión sobre problemas sociales que afectan también a personas no creyentes, lo hace inspirado en que sus convicciones son válidas para todo el mundo. Exactamente igual que un ecologista considera que es bueno para la sociedad evitar la energía nuclear, o que un antisistema está en contra de la globalización. No se dirige sólo a los ecologistas o a otros antisistema, sino que ofrece sus convicciones a la sociedad en su conjunto y nadie por eso le acusa de estar infringiendo ningún principio de convivencia, siempre que lo haga pacíficamente, por supuesto.
De la misma forma, cuando un creyente opina que el aborto o la manipulación de embriones humanos son negativas para la sociedad, lo hace movido por unas razones que considera válidas para el resto de los ciudadanos, pues no son específicos de su práctica religiosa. Sería absurdo que algún católico planteara regular legalmente la asistencia a la misa dominical o las vigilias cuaresmales, pues estos son temas exclusivamente religiosos, pero cuando propone soluciones a problemas sociales de interés general, que afectan a personas creyentes o no, su opinión es tan valiosa como la de cualquier otro ciudadano. Tanto derecho tiene a opinar quien tiene convicciones religiosas como quien tiene convicciones ateas. El estado se declara neutral en este terreno, y, por tanto, debería admitir tanto unas como otras.
En consecuencia, resulta muy preocupante que se descalifique el razonamiento de una persona simplemente porque sea creyente, al margen de la consistencia del mismo. Imaginemos que la Iglesia católica prohibiera fumar a sus miembros. Eso no supondría que, a partir de ese momento, cualquier persona que criticara el tabaco lo hiciera por convicciones religiosas, ni tampoco que cualquier ciudadano, católico o no, que impulsara una legislación antitabaco fuera un fundamentalista religioso porque pretendería convertir un pecado en una prohibición legal, saltándose la neutralidad religiosa del estado. Si la crítica del tabaco se hace sobre argumentos de salud pública, médicos y sociales, y no sobre razones teológicas, cualquier persona, creyente o no, tiene perfecto derecho a presentarlos como una alternativa válida para todo el mundo.
Junto a ello, y sobre todo, esa persona tiene derecho a que se le conteste con la misma línea de argumentación, en lugar de despreciar su razonamiento bajo la sospecha de que está influido por su fe. Siguiendo con ese ejemplo, aunque los católicos fueran los únicos en rechazar el tabaco, la discusión tendría que centrarse en si el tabaco es o no bueno para la sociedad, para la salud de las personas, y, en caso negativo, en cómo resolver el conflicto entre la libertad personal y la salud pública, y no sobre la supuesta carga moral de fumar. Para mí es claro que la actitud ante el tabaco no es una cuestión religiosa, pero el ejemplo me parece que ilustra sobre el razonamiento que intento defender. Si una persona, sea creyente o no, expresa sus convicciones con razones que no son religiosas, tiene el derecho a ser contestado con el mismo tipo de argumentos, en lugar de ser menospreciado por su afiliación religiosa. Al igual que los argumentos ante el tabaco, los transgénicos o las centrales nucleares no son religiosos, vengan o no de personas creyentes, tampoco lo es la defensa de la vida humana, como no lo fue la abolición de la esclavitud (que también se promovió por grupos religiosos, no lo olvidemos). No se puede discutir del fondo de un asunto cuando no se concede al oponente el derecho a disentir, cuando no se analizan sus razones, sino su adscripción ideológica.

domingo, 15 de noviembre de 2015

La Fe contra nada

Parece razonable hoy hablar de los atentados en Paris. La conmoción es generalizada. Esa nueva forma de guerra, que no discrimina lugares ni personas, amenaza con convertirse en generalizada: Egipto, Turquía, Túnez, N.York, Londrés, Madrid, Paris,.... No conozco las claves de la lucha antiterrorista, pero la lógica dice que una sociedad libre es vulnerable, es tanto más vulnerable cuanto más libre. Queremos viajar sin trámites, renunciamos a inscribirnos, nos molestan los controles, que nos filmen, abominamos que tengan información nuestra... de todo eso imagino que se aprovechan quienes simplemente tienen que entrar en un país, apoyarse en quienes comparten su locura, y atentar contra quienes simplemente viven cotidianamente.

No tengo ninguna receta especial para aminorar la amenaza terrorista, pero sí quiero apuntar dos cuestiones que me han dado que pensar estos días. Por un lado, la respuesta de la sociedad occidental se restringe a manifestaciones de valores que parecen huecos: libertad y democracia son muy importantes, pero no tienen apenas contenido: también los norcoreanos hablan de la democracia, como ellos la entienden. Ante la amenaza de personas que tienen convicciones tan fuertes que les llevan a matarse, matando, solo puede responderse con convicciones profundas. Ante la Fe, sin duda deformada hasta el desprecio del mismo Dios a quien dicen servir, no puede esgrimirse la nada. En occidente necesitamos recuperar la Fe; siempre la hemos tenido y eso ha permitido que lleguemos donde estamos. No puede restringirse a una confrontación entre su perversa interpretación de Dios y nada; necesitamos responder con el rostro verdadero de Dios, que es el fundamento de nuestra libertad y de los demás ideales que definen la sociedad que queremos. Solo he oído a un mandatario occidental utilizar la palabra oraciones para referirse a los fallecidos de Paris: los demás hablan de un recuerdo, un pensamiento, una intención: ¿qué es eso? ¿qué fundamenta eso? No es preciso ser cristiano para reconocer los enormes avances que el cristianismo ha llevado consigo: eso es occidente. No se ha dado en otro sitio, aunque ni Australia, ni otros muchos países que comparten esos mismos valores están en occidente. Lo que les une no son los puntos cardinales, sino una determinada visión del ser humano, del respeto a personas que piensan de otro modo, de justicia, de misericordia. Todo eso es esencialmente cristiana, lo quieran llamar así o no.
Mi segunda reflexión tiene que ver con la educación. ¿Qué han escuchado los ciudadanos europeos que en un momento de sus vidas se han ido a Siria o Iraq a unirse a una empresa absurda que les lleva a cometer atrocidades? ¿Qué les hace vivir al margen de la sociedad que les ha acogido? ¿Qué valores han recibido? ¿Qué Historia han aprendido? No podemos seguir impartiendo una educación hueca, vacía de convicciones, insulsa, neutra. Para defender el modo de vida en el que vivimos tenemos que creer en el él, que fundamentarlo con valores produndos, que están por encima del juego político, incluso de las convicciones personales: el relativismo moral está desnudo ante el fanatismo.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Los "otros" cristianos

Iglesia de Omodos en Chipre central
Estos días he estado en Chipre por razones profesionales. Se trata de una isla privilegiada del Mediterráneo, con una larga tradición histórica y con un entorno natural y humano sumamente agradable.
Cada vez que estoy en un país de mayoría ortodoxa, me viene a la cabeza la gran afinidad entre los cristianos de un lado y otro del Mediterráneo. Como es bien sabido, la separación entre la iglesia latina y la oriental, o si se prefiere, católica y ortodoxa, fue más fruto de cuestiones personales que teológicas. La herencia de la tradición romana había quedado en la Roma oriental (Bizancio), mientras la capital del anterior imperio se recuperaba de un largo declive cultural tras la paulatina asimilación de los pueblos bárbaros. Bizancio eran tan cristiana como Roma, o quizá más aún pues conservaba muy cercanas las tradiciones de los primeros siglos de la Iglesia. Ocupaba los lugares santos del cristianismo, bizantinos hasta la conquista musulmana a fines del s. VII. Bizantinas eran las iglesia más emblemáticas de la cristiandad, desde la Basilíca del Santo Sepulcro, hasta la de Belén, pasando por la mayor parte de los lugares donde habían predicado los primeros cristianos: Efeso, Tesalónica, Corinto, Galacia, Tiro, Atenas, Alejandría...
Tras diez siglos de separación, ahora los cristianos orientales nos parecen muy alejados de nosotros, pero en realidad siguen estando tan cerca como en el momento de la separación. No entendemos su liturgia, pero apreciamos su arte, la delicadeza de sus iconos, su sentido de lo sagrado, la belleza de sus monasterios. No entendemos su lengua, pero en el fondo hablamos un lenguaje común, creemos en el mismo credo, vivimos de los mismos sacramentos, practicamos la misma oración...
Los últimos Papas han intentado acercarse a la iglesias ortodoxas, tenderles un abrazo fraterno. Desde el encuentro de Pablo VI con Atenágoras hace algo más de 50 años, se han sucedido muchos abrazos entre Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco con los patriarcas de las principales iglesias ortodoxas. Todos ansiamos la unión, para que la Iglesia pueda respirar con los dos pulmones, como el gustaba decir a S. Juan Pablo II. Sería una lección muy hermosa para un mundo que se aleja de Dios, que no entiende de Teología, que sabe más bien poco de Historia y que no entiende que los amigos de Jesús estén divididos.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Holy wins

Estos días hemos vuelto a sufrir la frivolidad colectiva con ocasión de una fiesta importada y manipulada, que a fuerza de patrocinarse en los medios acabará colándose hasta en el calendario laboral. Halloween se ha convertido en la noche de los disfrazes, las brujas, los zombies y demás estrafalarios personajes, que poco tienen que ver con la raíz del acontecimiento. Como es bien sabido, el término hace referencia a una forma arcaica en inglés de referirse a los santos ("Hallowed be thy name" es como los anglosajones rezan en el padrenuestro nuestro "santificado sea tu nombre").
Puesto que la noche es previa al día de todos los santos, que hoy celebramos, la fiesta era una manera de recordar a los fieles difuntos que ya disfrutan del cielo, a tantas almas anónimas que tuvieron vidas ejemplares aunque no hayan sido elevados a los altares. De ahí pasó a recordar la realidad de la muerte, que como nadie quiere recordar, había que teñir de todo tipo de estrafalarias interpretaciones, jolgorios y desenfrenos que más tienen que ver con la ignorancia ante la muerte que con su consideración.
Por eso, no estaría de más volver al origen de la efemérides y considerar a tantos antepasados nuestros  que tuvieron vidas nobles y ahora disfrutan de Dios en el cielo, o a tantos otros que esperan a hacerlo, y solo necesitan un empujón de nuestras oraciones.
Hace unos días me comentaron la iniciativa de una parroquia, que celebra la fiesta de "Holy wins", el santo gana, animando a sus feligrases a considerar la importancia de considerar nuestra vida como un tránsito hacia otra mejor. Como dice una poesía popular, "Aquel que se salva sabe y el que no, no sabe nada". No es cuestión de disfraces que solo intentan ocultar la única realidad incuestionable (que hemos de morir en algún momento), sino más bien de tenerlo presente, de modo que sirva para guiar nuestras vidas.

domingo, 25 de octubre de 2015

El sentido del mal

En la narración de la Creación del mundo, el libro del Génesis nos señala con reiterada insistencia que Dios se complacía en todas las obras de sus manos: hasta siete veces repite el texto sagrado: “Y vio Dios que estaba bien”. Naturalmente es un modo de decir, pues no parece razonable que Dios hiciera un mundo maligno, pero resulta interesante que se insista tantas veces en la bondad intrínseca de la Creación. ¿Cómo se conjuga esto con nuestra experiencia cotidiana del mal, manifestado en la injusticia, el egoísmo, la soberbia, el sufrimiento del inocente?, ¿cómo compaginar esto con la Omnipotencia y la Misericordia infinita de Dios? ¿Si Dios es nuestro Padre, y desea para nosotros lo mejor, por qué consiente la injusticia? ¿Por qué Dios está callado?, "¿por qué sigue impotente?, ¿por qué reina tan débilmente, crucificado, como un fracasado?”.
El mal siempre es ausencia de un bien esperable. No es un mal que no podamos volar, pero sí que alguien no pueda ver o andar, porque es propio de nuestra naturaleza hacerlo. La existencia de desastres naturales que afectan a millones de personas nos recuerda que estamos sujetos a unas leyes que nos exceden: podemos intentar entenderlas para prevenir sus efectos, pero estamos por encima del funcionamiento natural del mundo. Si se vive junto a una zona sísmica, será mas probable sufrir los efectos de un terremoto; si cerca de una zona árida, los de una sequía, si en una llanura aluvial, los de una inundación, y así sucesivamente.
Junto a los males naturales están los humanos, los que origina la actuación perversa de los hombres: guerras, comercio de esclavos, pederastia, hambre…, son consecuencia de la libertad mal elegida, de la naturaleza humana imperfecta. También ahí puede haber un mensaje de Dios para el mundo, también ahí puede haber un sentido último de las cosas, que no apreciamos fácilmente. La existencia de contrariedades, nos recuerda que nuestra naturaleza no es perfecta, y a la vez es altavoz para darnos cuenta que no somos autosuficientes, que necesitamos la ayuda de otros. En el libro del Génesis se nos cuenta la historia de José, uno de los hijos más jóvenes de Jacob, que es vendido como esclavo por sus hermanos, a consecuencia de su envidia. Incluso de algo tan horrible como el comercio de esclavos salió un bien a largo plazo, ya que José varios años después acaba siendo intendente del Faraón egipcio, y salvando del hambre a su padre y hermanos. El mismo José acierta a ver en su inicial desgracia el diseño providente de Dios: "No fuisteis vosotros, los que me enviasteis acá, sino Dios... aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir... un pueblo numeroso” (Génesis, 45: 8).
El mal en el mundo tiene un carácter enigmático tal vez porque nos falta perspectiva para verlo en su totalidad. A veces, pasados los años, una situación desgraciada produce efectos positivos, o un suceso que calificamos como desgracia nos hace descubrir bienes mayores. Quizá la muerte prematura de un amigo, de un familiar, nos hace madurar como personas, supone una mayor unión en la familia. Tal vez en ocasiones, nunca entendamos en la Tierra porque ocurrió esa situación desgraciada, pero no podemos dudar de que las cosas ocurran porque Dios las consiente, y por tanto todas tienen un sentido, aunque no toda justicia se cumple aquí en nuestra vida mortal. No hemos de perder de vista que Dios es infinitamente justo, pero que la justicia de Dios tiene una dimensión eterna. Para nosotros el escenario se interrumpe en unas pocas décadas, para Dios no existe el tiempo, y por tanto todo es un permanente presente, una activa contemplación. El éxito o fracaso no tiene una valoración temporal y, por tanto, no podemos juzgar como definitivo lo que observamos en este mundo. Mirar las cosas a la luz del destino eterno del hombre también nos ayudará a entender mejor lo que aquí nos parece injusto, por que "sin la perspectiva de un más allá, la justicia es imposible" (Giussani, 1987: 164).

domingo, 18 de octubre de 2015

La soberbia es antipática

Dicen algunos que los ciudadanos de cierto país tienen como principal negocio comprar a una persona por lo que vale y venderla por lo que se cree que vale. No creo que sea patrimonio exclusivo de ese país, ya que la capacidad de engrandecer nuestros méritos es bastante común a todo el género humano.
Frente a esa soberbia, que aparece de forma más o menos larvada en buena parte de lo que hacemos o decimos, la humildad, como cualquier virtud, nos enriquece por dentro, nos hace más plenos, más serenos, más capaces de dar y aceptar a los demás. También nos hace más alegres, afianza nuestra felicidad en la tierra y es camino seguro para el cielo. Así proclama la Virgen en su encuentro con su prima Isabel: “…porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, santo es su nombre” (San Lucas, 1: 46-49). Porque vio su humildad, por eso María se hizo grata a Dios, por eso fue elegida para desempeñar el papel más importante que un ser humano ha realizado en la Historia.
“Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Santiago 4: 6) nos dice el apóstol Santiago, porque Dios no concede sus dones a quien se empeña en no solicitarlos, a quien considera que ya tiene todo. El soberbio, si podemos hablar así, ata las manos a la misericordia divina, porque ni siquiera se considera necesitado de ella. San Pablo en su carta a los cristianos de Roma pone en la soberbia humana la causa principal del paganismo, ya que bloquea la mente para descifrar el sencillo mensaje que se contiene en la Creación:  “Lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del mundo lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras. De manera que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron sus razonamientos, viniendo a obscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios se hicieron necios, y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos y reptiles" (San Pablo, Romanos 1: 19-23).
El soberbio no sólo es ingrato a Dios, sino que también resulta desagradable a los demás hombres. Una persona que siempre quiere llevar la razón, imponer su criterio, centrar la atención, ser admirado, es un candidato casi seguro a la soledad. Tendrá muy pocos amigos quien se considere el centro de todo, quien sea incapaz de ver las necesidades de los demás porque sólo atiende a las propias, quien no admita sus errores.
Hace varios años estuve en un seminario con un premio Nobel, cuyo nombre no recuerdo. El tema no era de mi especialidad, pero me hacía ilusión conocer a un científico eminente, aunque no lograra entender todo lo que dijera, como así fue de hecho. Sin embargo, valió la pena acudir a ese seminario, ya que me dio una enseñanza que no he olvidado con el paso de los años. Tras presentar los resultados de sus últimos trabajos, se abrió un debate con los asistentes, expertos también en esa materia. Me llamó mucho la atención que respondiera a una de las preguntas con un sencillo: “No lo sé, le agradezco la pregunta y pensaré sobre ese asunto”. Con el paso de los años, he asistido a muchas conferencias y seminarios sobre mi especialidad, impartidos por personas mucho menos eminentes que el científico al que me he referido, y muy pocas veces he escuchado una respuesta parecida. Admitir que uno no sabe algo es tan grande y hermoso como contestar certeramente, pero parece que nos cuesta admitir ante los demás nuestras propias carencias. Ese verdadero sabio dio su mejor lección al admitir su ignorancia, en lugar de improvisar una respuesta que tal vez hubiera satisfecho a la audiencia, pero no a la verdad más honda.
Por contraste con esta imagen, viene a mi memoria otra que me pasó años más tarde. Habíamos invitado a un tribunal de tesis a un profesor conocido en la materia que se juzgaba, con bastante prestigio en ese campo. La autora de la tesis, una profesora chilena que tenía especial admiración por los escritos de ese profesor, quedó tan decepcionada como yo cuando le tocó comentar la tesis a ese profesor, ya que en lugar de hablar de ella se puso a contarnos sus viajes por Chile, su conocimiento de la geografía chilena y las investigaciones que había hecho él en ese campo. En definitiva, en lugar de hablar del trabajo que venía a juzgar, se puso a conversar del suyo propio, como si fuera él el sujeto principal del acto. Ni que decir tiene que no le hemos vuelto a invitar a un tribunal de tesis, deseándole, eso sí, que siga realizando una investigación muy fructífera en ése u otros países.

domingo, 11 de octubre de 2015

Los perros y el compromiso

Estuve el pasado miércoles comprando unos peces para mi acuario doméstico. Mientras me atendían, vi un cartel grande que indicaba algo así como: "No se admite la devolución de las mascotas bajo ningún concepto. No son juguetes, sino seres vivos. Si no estás dispuesto a comprometerte a cuidarla, no la compres". Pensé en la gran cantidad de mascotas que circulan por nuestras calles, al menos por las de mi barrio, y el grado de compromiso que llevan consigo. Imagino que en muchas ocasiones los niños que han promovido la compra le pasan el encargo al sufrido padre o madre, que pasea al perro a las 7 de la mañana, pues no parece que los que me encuentro a esas horas estén especialmente entusiasmados con la idea del paseo, al menos a esa hora. Tener un animal a nuestro cargo es ciertamente un compromiso, implica cuidarlo, proveerle de lo necesario para que viva, al menos, con una elemental comodidad: darle de comer, pasearlo, vacunarlo, asearlo, curarlo si es preciso y un largo etcétera.
Es curioso que una sociedad que huye cada vez más del compromiso con otras personas (!desde el matrimonio hasta las relaciones laborales!), esté dispuesta a asumir el compromiso con otros seres vivos. Parece que la ética del cuidado, tan necesaria en los tiempos que vivimos, la aplicamos más a otros animales que a nuestras relaciones humanas. Ciertamente el cuidado implica compromiso, sacrificio, hacer cosas que no nos apetecen. Sacar al perro a las 7 de la mañana no es tarea de gusto, no al menos todos los días, también los del crudo invierno, pero quien lo hace se apoya en su cariño por un animal que acoge en su casa. ¿Dedicamos el mismo tiempo a, por ejemplo, las relaciones familiares? ¿Cuantas veces llamamos, visitamos, atendemos, escuchamos, mostramos interés por quienes comparten nuestra misma sangre: hermanos, padres, tíos, primos...? ¿Cuánto a quienes trabajan con nosotros?
Cada vez nos quejamos más de las distancias y la dificultad de encontrar tiempo para estar con los demás; pero todo es cuestión de prioridades. El cariño requiere dedicación, vencer nuestro egoísmo, quizá la pereza. La ética del cuidado es hoy más necesaria que nunca, implica ponerse en el lugar del otro, serle útil, compartir, mostrar afecto. En inglés cuidado se traduce por care, y la expresión I don't care viene a significar "no me importa": no poner cuidado, no tener cuidado, de quienes nos rodean, indica que mi aprecio por ellos es muy bajo, que me resultan irrelevantes. La "ética del cuidado", con los animales que acogemos, pero sobre todo con las personas que nos rodean, que conviven profesional o familiarmente con nosotros hará que nos importen más, y a la postre que nuestra vida tenga mucho más significado.

domingo, 4 de octubre de 2015

Cristianismo líquido

Hace algunos años hablaba con un amigo sobre las consecuencias de la fe en la vida ordinaria. Me contestó algo así como: "Oye, que yo también soy católico, aunque no soy tan fanático como para ir a misa todos los domingos". El comentario me dejó perplejo, pues mi interlocutor consideraba como un exceso lo que para un católico, simple y llanamente, es el umbral mínimo de la práctica religiosa. Ir a misa los domingos no es práctica para unos pocos católicos superdevotos, sino para todos; de tal manera que se atenta contra el tercer mandamiento si no se asiste ese día. Claro está que para un católico que realmente se da cuenta de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, ir a misa no se considera un precepto (algo obligatorio), sino una manifestación elemental de amor a Dios.
Me venía esto a la cabeza cuando en estos días se está discutiendo sobre lo que deberían acordar los asistentes al sinodo sobre la familia que comienza hoy. Desde unos medios y otros se alecciona a la Iglesia para que cambie su posición moral, como si aceptar el divorcio o el matrimonio homosexual fuera a llenar los templos de fieles. En el muy improbable caso de que así fuera, no es ése desde luego el criterio para decidir sobre cuestiones tan delicadas, ya que el cristianismo no es un movimiento sociológico (que vira según las tendencias sociales), sino el seguimiento de una Persona, Jesucristo, que propuso un modo de vida que hace más féliz al ser humano.  Ciertamente hay una gran cantidad de divorciados casados de nuevo, que les gustaría comulgar y estar en un contacto más vivo con la Iglesia. Nada les prohibe esto último. Como bien a dicho el Papa, una cosa es no poder comulgar y otra estar excomulgado, por lo que son bienvenidos a participar en los sacramentos, aunque no puedan recibirlos mientras sigan en esas circunstancias.
El tema de fondo es si la Iglesia puede cambiar lo que millones de cristianos han creído y vivido en los últimos dos mil años de historia. "La democracia de los muertos", como le gustaba expresar a Chesterton. No es cuestión solo de ser fiel al mensaje de Jesucristo, sino también al legado de quienes nos han precedido en la fe. No es necesario recordar que ha habido cristianos que han perdido la vida por defender el matrimonio indisoluble (Sto. Tomás Moro y una gran cantidad de mártires ingleses, por ejemplo), como para que ahora frivolicemos sobre este asunto.
Me parece importante convencerse que la difusión del Evangelio no implica distorsionarlo para que nuestros contemporáneos lo acepten, sino más bien presentarlo de un modo que lo entiendan y, con la gracia de Dios, lo vivan libremente. No se trata de que cambiemos el Evangelio para adaptarlo a los tiempos, sino de que cambiemos los tiempos para que sean más acordes con el Evangelio. Sabemos que el mundo es cada vez más individualista, pero no podríamos renunciar al mandato del amor cristiano para que los egoístas entiendan mejor la fe: se trata más bien de convencerles que el egoísmo les hace más infelices que la generosidad.
En suma, no podemos presentar el cristianismo como algo flácido, adaptable a cualquier molde como una masa de repostería. El cristianismo es exigente (a Jesús le costó morir en la Cruz), pero llena de felicidad y sentido en la vida. Predicar otra cosa puede hacer el mensaje más asequible a muchos, pero hará que pierda toda su eficacia.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Consumo y ecología

Todas las personas tienen, en mayor o menor medida, una tendencia a buscar un ideal, un marco que consideran idóneo para afrontar una determinada situación que perciben como problemática. En pocas palabras, casi todos queremos mejorar el mundo. Hay personas que son más idealistas y se enfrentan a grandes problemas, y otros que se conforman con intentar mejorar lo que les rodea; también, hay quien ha "tirado la toalla" y considera que no puede hacerse nada, o incluso quien ha cambiado de opinión y lo que antes consideraba desdeñable ahora le parece de lo más aceptable.
Uno de los frentes donde ese "cambiar el mundo" se ofrece ahora como más atractivo es el ambiental. Casi todos queremos hacer de este planeta un entorno más limpio, más acogedor, más sostenible para las generaciones actuales y futuras. Sin embargo, en la práctica, muchos de estos "idealistas ambientales" acaban por pensar que la solución de los problemas les excede tan grandemente que su contribución es irrelevante y, por tanto, acaban por no hacer nada. Me parece que en todos los frentes, y principalmente en el ambiental, esa actitud no conduce a ningún sitio, y que la única solución de los problemas mundiales es implicarse, ser mucho más activos. En las cuestiones ambientales tenemos varias razones de peso. Por un lado, algunos problemas ambientales tienen ciertamente una dimensión global (cambio climático, biodiversidad, contaminación del océano...), pero otros son mucho más locales (residuos, infraestructuras, contaminación local del aire o del agua), y ahí la excusa de que el problema nos excede es mucho menos justificable. Por otro lado, incluso en problemas globales nuestra contribución es muy importante para conseguir mover a otras personas en esa dirección, y en última instancia para presionar con nuestras reclamaciones a quienes ostentan el poder para cambiar la raíz de las causas de la degradación. Nos ha recordado la importancia de esta actitud pro-activa el Papa Francisco en su última encíclica: todos tenemos la capacidad de cambiar el "estado de cosas".
Una manifestación clara de ese cambio es revisar nuestros hábitos de consumo. Qué y cuánto consumimos indica una cierta actitud ante la vida. Si pensamos que consumir nos dará la felicidad, que seremos más dichosos cuanto más poseamos, tenemos una visión bastante pobre de los valores humanos. Como bien dice el Papa: "Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir" (Papa Francisco, Laudato si, 2015, n. 204). Poseer es un sucedáneo de ser: tener más no es lo mismo que ser más. No se es más generoso, amable, alegre, honesto o trabajador porque se tengan más cosas: es más, precisamente teniéndo más cosas es mayor la probabilidad de que esas cosas nos "tengan" a nosotros. Basta echar una ojeada a las horas que la gente emplea en móviles o en video-juegos para darse cuenta la diferencia entre consumir y ser, entre disfrutar del tiempo y agotarlo. Es cuestión de voluntad y de motivación interior, de valores., cada uno los que le parezcan más sólidos. También los cristianos tenemos enormes razones para ese cambio en el patrón de consumo, para entender de otra forma nuestra relación con lo que somos y tenemos: "La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo" (Papa Francisco, Laudato si, 2015, n. 222).

domingo, 20 de septiembre de 2015

Nacionalismo y generosidad

Llegue el jueves de un viaje a Rumanía, un país muy interesante desde diversos puntos de vista, y muy cercano a nuestro país ahora, ya que contamos con una notable comunidad rumana viviendo en nuestras ciudades. Hablaba con unos profesores de la Universidad de Bucarest, con los que hice un salida de campo, de las diversas circunstancias sociales y económicas de la historia reciente de ese país, y les pregunté si había movimientos internos que abocaran por la separación en las regiones históricas que lo forman. Conviene recordar que Rumanía solo existe desde 1881, y fue formada principalemnte con tres regiones de características biogeográficas y sociales bien distintas: Transilvania (incluye la mayor parte de los Cárpatos), Valaquia (al sur del País, en la llanura del Danubio), y Moldavia (al Este, buena parte de esta región es ahora un país independiente). Es curioso que un país que apenas cuenta con 140 años de vida no tenga tensiones separatistas. Tampoco parece tenerlas Alemania o Italia (el asunto de la Padania no deja de ser más bien anecdótico), que existe como tales desde 1870.
Pensaba en esta cuestión ante el bombardeo informativo que llevamos padeciendo en los últimos meses (años?) con el tema de la posible independencia de Cataluña. Hablando con amigos catalanes este verano, parece que el sentir de las calles es bastante favorable a la separación, sobre argumentos que parecen muy endebles, pero que han conseguido calar en la sociedad hasta llegar a un punto de tensión muy notable. Que una determinada región de un país tenga un idioma o una cultura propia es muy de alegrarse, ya que un país no puede ser monolítico. Que esas diferencias justifiquen la separación cuando hay una historia compartida de más de 500 años resulta llamativo. Las mismas diferencias entre Cataluña y el resto de España tiene la Cataluña francesa con el resto de Francia. Lo mismo cabe decir del país vasco francés. ¿Como pueden tirarse por la borda 500 años de convivencia pacífica en el seno de un país diverso? ¿Que pasará con las familias que tienen distintos puntos de vista? ¿Qué con las que tienen raíces en otras regiones?
Aparentemente, el arguemento de fondo para la posible separación es que "todos los males vienen de Madrid", o dicho de otra forma, "la independencia resolverá todos los problemas". Cando seamos independientes, no habrá listas de espera, la educación mejorará, los impuestos bajarán, la vivienda será más accesible, las empresas serán más competitivas,... ¿Realmente puede pensar eso una persona razonablemente inteligente? Parece que sí, a juzgar por el apoyo que reciben los partidarios de la independencia. Visto desde fuera, solo veo en el fondo razones de un cierto egoísmo social. Pagamos más de lo que recibimos, porque producimos/trabajamos más. No importa cómo se ha conseguido esa riqueza, sus raíces históricas, la importancia de la migración o del comercio interior. Pero en cualquier sociedad moderna, aceptamos pacíficamente que paguen más los que más tienen para que los que menos tienen tengan lo suficiente. Es una cuestión de generosidad, de estar convencido que cuando el barco tiene problemas tenemos que remar todos, no de cambiar de barco quien tiene recursos para hacerlo.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Involución humana en el matrimonio

Hace unos meses leí un libro de un buen amigo, Ignacio Martínez-Mendizabal, paleontólogo de gran prestigio que lleva muchos años trabajando en Atapuerca. Hacía una revisión en su obra de los grandes hitos en la historia de la evolución humana, desde los primeros homínidos al homo sapiens actual. Indicaba en su obra que la evolución no es ni única, ni principalmente siquiera, un proceso biofísico, sino una mezcla entre mutaciones genéticas y progreso cultural. En otras palabras, los avances de nuestros antepasados hasta lo que entendemos por hombre moderno son fruto de patrones culturales que han permitido que la especie tuviera una pervivencia inimaginable por sus propias características fisiológicas. Es obvio que si no hubieran sido seres sociales, los primeros homínidos hubieran sucumbido ante especies mucho más grandes, más fuertes y más veloces que ellos, conviertiéndose de cazadores en presas.
Uno de esos saltos evolutivos de origen cultural que comentaba Ignacio era el monoparentalismo. Los primeros homínidos tenían poca capacidad reproductiva porque las hembras tenían que cuidar de las crias y alimentarlas simultáneamente, además de transportarlas y evitar depredadores. Cuando consiguieron que el padre de la criatura buscara los alimentos para ambos, la tasa de supervivencia infantil aumentó mucho y eso permitió expandir las poblaciones. Eso suponía claro está la monogamia, esto es, la formación de parejas estables. En pocas palabras, lo que hoy podríamos llamar la fidelidad conyugal supuso una ventaja muy considerable para nuestros antepasados, al permitirles tener más hijos y que pervivieran.
Todo lo que digo hasta aquí parece obvio, tan obvio como para que resulte difícil de discutir. Y, sin embargo, a lo que estamos asistiendo en las últimas décadas es precisamente a lo contrario: estamos destruyendo la unión conyugal sobre la que se funda la base del desarrollo humano. La aceptación social del divorcio supone, a mi modo de ver, un paso hacia la autodestrucción de la especie humana, que está directamente ligado, por otro lado, con la drástica reducción en las tasas de natalidad. Ciertamente, algunas de las funciones que antaño sólo podía hacer el nucleo conyugal, ahora se trasladan a los servicios sociales que poseen los estados más consolidados, pero ciertamente otros muchos no. Llama la atención la frivolidad con la que se observan estadísticas que resultan sumamente preocupantes (las últimas que leí indicaban que en España 7 de cada 10 matrimonios se rompen), por los impactos sociales, educativos y sanitarios que tienen. No estoy juzgando ningún caso concreto, obviamente, sino una tendencia. Tendríamos que reflexionar como sociedad sobre este problema; en primer lugar identificarlo como tal, y buscar su origen y analizar sus consecuencias, recuperando el valor del compromiso y la estabilidad vital, en bien de la sociedad, de cada familia y de cada persona.

domingo, 6 de septiembre de 2015

La mirada de la Ciencia no basta

El relativismo se ha implantado en la sociedad contemporánea como un forma estándar de acercarnos a la realidad; casi todo es fruto del punto de partida de quien enjuicia las cosas y no tanto de cómo son las cosas en sí, lo que dificulta encontrar un sólido terreno sobre el que edificar cualquier intercambio de ideas. Casi todo es discutible, opinable, fruto de la interpretación que cada uno haya elegido... Pero ese planteamiento mina el conocimiento humano; si todo depende del punto de partida, no podemos entender la realidad, sino solo interpretarla. La excepción a ese estado mental es el método científico, que aparentemente asegura que podamos hablar objetivamente. Solo la ciencia empírica es capaz de conocer la realidad, de medirla y modificarla. Parece que solo la Ciencia proporciona garantía de veracidad: si los datos medibles confirman una hipótesis, podemos darla por buena, y ése es el único medio de avanzar en el conocimiento: todo lo demás es opinión de cada uno, y ni siquiera vale la pena discutir sobre su veracidad.
Naturalmente que ese planteamiento es muy simplificador. Por un lado, se desconoce que la Ciencia tiene muchas limitaciones; para empezar la propia de su método, pues sólo mide la realidad material. Hay muchas cuestiones que nos preocupan día a día y que no son medibles científicamente, desde el amor de una madre, hasta los valores éticos o las fluctuaciones de la economía. Que la Ciencia es limitada lo saben en primer lugar los propios científicos, que conocen las incertidumbres asociados a cualquier medición de la realidad, la fragilidad de las hipótesis, la dificultad de establecer principios inmutables.
El Dr. Alejandro Serani tiene la virtud de compartir un perfil científico y filosófico. Es un especialista en neurofisiología que ha sabido completar las carencias de la Ciencia con la Filosofía para proporcionarnos una visión mucho más integrada de qué somos y cómo se relacionan esos dos principios, mente y cerebro, que forman nuestro yo. En su último libro: Mente y cerebro. Una comprensión biofilosófica del viviente animal, el profesor Serani proporciona una visón muy interesante sobre las relaciones entre nuestra estructura fisiológica y nuestro conocimiento. El supuesto dilema entre mente y cerebro, un principio espiritual y otro material, que han intentado eliminar removiendo la parte espiritual o la material, sólo se resuelve mediante la unión personal, ya que son parte de la realidad de cada ser humano. La Ciencia es un instrumento maravilloso de conocimiento, pero no es suficiente; no toda la realidad es científica. Es preciso conocer otros enfoques, otras visiones de la realidad que nos permiten entenderla en toda su riqueza.

domingo, 30 de agosto de 2015

Por qué cuidar la Tierra según la "Laudato si"

Salió hace unos días una noticia sobre el incremento observado (y previsible) en el nivel del mar, a partir de un estudio realizado por científicos de NASA. Si estoy de suficiente humor, a veces me entretengo leyendo los comentarios que realizan en la versión digital del periódico a este tipo de artículos científicos, que en el caso de los relacionados con el cambio climático rozan con frecuencia el esperpento. Los sesudos "comentaristas" aportan sus datos incontestables que echan por tierra las conclusiones del estudio en portada, datos que naturalmente los científicos autores de dicho estudio no citan, ya que están financiados por no sé sabe qué multinacional ecologista que es quien realmente promueve el cambio climático. Algunos en su delirium tremens atribuyen tal confabulación climática al "zapaterismo", o incluso al recien erigido ayuntamiento de Madrid.
En fin, la cuestión sería divertida si no fuera porque esta politización estúpida de un tema de enorme calado científico, que centra el trabajo de centros de primer nivel mundial (Max Planck, NOAA, NASA, Meteo France, Hadley Center, PIK y muchos otros), está detrás del cierto escepticismo que ante el cambio climático se observa entre personas que solo lo conocen por los medios. Extendiendo el asunto, podemos decir que algo parecido ocurre con otras cuestiones ambientales, que un cierto tipo de personas -influidas por su orientación política o cultural- considera de poca importancia, fruto de la exageración de quienes quieren, en el fondo, introducir otras cuestiones.
He observado esta misma actitud en algunas personas que reciben cordialmente las palabras y los escritos del Papa, pero que todavía andan desconcertados con la Laudato si, que o bien critican abiertamente o al menos consideran como un texto muy circunstancial, particularmente en la primera parte de la encíclica, cuando habla precisamente de los principales problemas ambientales del Planeta. Se me ocurren algunas consideraciones para estas personas:
1. No es la primera vez que un Papa habla de estas cuestiones. Hay muchos textos de S.Juan Pablo II y Benedicto XVI en terminos muy similares a los que usa la Laudato si.
2. La encíclica no apoya una visión extremista de la cuestión ambiental, sino que realiza un juicio muy ponderado de lo que actualmente se sabe sobre los principales problemas. En el caso concreto del cambio climático, hay algunos temas en discusión, pero la posición de los científicos sobre esta cuestión es bastante unánime y la encíclica la recoge con bastante ecuanimidad.
3. Todavía más importante que las anteriores, las razones de fondo para cuidar la naturaleza no son fruto de los problemas observados. Aunque la encíclica introduzca la importancia de cuidar el planeta sobre la costación de los grandes problemas ambientales que estamos generando, la razón última del cambio que propone la encíclica (de la conversión ecológica, como textualmente indica) es el reconocimiento del valor intrínseco de las demás criaturas creadas. No se trata de que cambiemos nuestra actitud de depredación ambiental hacia el cuidado porque esté en juego nuestra supervivencia (que lo está), sino porque es lo que Dios ha querido al diseñar la Creación. En pocas palabras, hubiera o no problemas ambientales, el mensaje final de la encíclica sería muy similar: ¿qué papel jugamos en la Creación?, ¿qué relaciones deberíamos tener con las demás criaturas?. ¿qué derecho a usar los recursos que compartimos con ellas? Además, a esta razón teológica, se añade otra social, fruto de que los problemas ambientales son muy severos, lo que lleva a que el cambio de mentalidad se muestre como más necesario. En definitiva a las preguntas anteriores se añade: ¿qué derecho tenemos a usar los recursos que necesitan otras personas, también las que vivirán en el futuro?
En definitiva, cambiar nuestro enfoque, de usar el planeta a ser parte de él, no se fundamenta en lo mal que van las cosas, sino en cómo quiere Dios que vayan. Aunque fueran bien, deberíamos hacer ese cambio, porque es lo más acorde con la verdad última de las cosas. Claro cuando la verdad íntima no se respeta se encienden los pilotos rojos, pero incluso negar que haya pilotos rojos tampoco justifica negar el argumento de fondo.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Lo trivial y lo importante

Sigo de vacaciones en Colonia, ya con un pie en el avión de retorno. Además de la singularidad del
país, este año las vacaciones han tenido la novedad de la enfermedad. Tras casi quince días de mi retorno de Indonesia, caí en la cuenta de que me había traído un desagradable pasajero, muy pequeño pero susceptible de cambiar súbitamente la salud y el ánimo. Una infección bacteriana me tumbó de un día para otro a la cama, donde intento recuperar la armonía fisiológica en los últimos cuatro días. Es curioso que hagamos planes cada vez más intensos, intentando llenar el tiempo que tenemos para sacarle su máximo fruto, y de repente un animal microscópico nos altere completamente los planes. He pensado estos días en ese sencillo hecho, junto a fiebres altas y dolores de cabeza intensos: nuestra capacidad de predecir es limitada; no tenemos todo bajo control. Hace falta bien poca cosa para que se altere completamente el panorama vital. Como al fin y al cabo somos alma y cuerpo, en perfecta armonía, el desajuste biológico se marca en el estado de ánimo, por más que uno procure darle al suceso una significación más alta. Siempre es complicado entender el sentido del dolor, de la enfermedad, del mal, porque tenemos una tendencia a encontrar las razones de las cosas. Pero también es razonable considerar que somos frágiles, que no dependemos de nosotros mismos. Parece que sólo nos define lo que es fruto de la libertad, pero también hay acontecimientos que no elegimos y que influyen en nuestro carácter: el trato con personas con quienes podemos no estar de acuerdo, realizar actividades que no son agradables, y sobre todo la enfermedad, el diálogo entre nuestro cuerpo y el entorno, casi siempre en perfecto equilibrio pero que a veces se distorsiona. También del dolor puede aprenderse. Y todavía tiene un significado mayor si ese dolor tiene un sentido sobrenatural, es ocasion de entender mejor el dolor de Jesús por nuestros pecados, el de tantos inocentes, con los que entonces nos une una conexión mucho más estrecha.

lunes, 17 de agosto de 2015

Propaganda e ideología

Colonia en 1945
Estoy estos días pasando mis vacaciones en Colonia, una de las ciudades con mayor tradición histórica de Alemania. Al visitar cualquier monumento es fácil recordar el tremendo impacto que tuvo la II Guera Mundial, cuyo setenta aniversario celebramos también estos días. Salvo la magnífica catedral gótica que preside la ciudad, que salió milagrosamente ilesa de los intensos bombardeos, todos los demás edificios civiles y religiosos sufrieron de un modo u otro las consecuencias del avance aliado. Convivir estos días con el pueblo alemán, lleva casi instintivamente a reflexionar sobre el origen del conflicto. Dejando a un lado las raíces históricas de la guerra, las consecuencias de una paz mal negociada, de una tremenda depresión economica y social, sigue sorprendiendo cómo uno de los pueblos más cultos de Europa pudiera verse atraída por la barbarie del nazismo. Naturalmente la cuestión es mucho más compleja de lo que puede plantearse en estas pocas líneas, pero la cuestión de fondo sigue siendo la misma: hasta los pueblos mejor educados pueden caer en el populismo, en la perniciosa influencia de ideologías nefastas, que bajo la promesa de una redención inmediata, acaban destruyendo los valores más elementales de una sociedad. La ideología nazí consiguió encandilar a los alemanes (a una buena parte de ellos, al menos), con promesas de gloria que acabaron en el desastre. La eugenesia, la primacía racial, el control policial del estado se vendieron habilmente como soporte imprecindible de la nación, del progreso, o incluso del cuidado ambiental.
Es una buena lección para los tiempos que vivimos, un motivo de reflexión sobre la posibilidad de que cualquier pueblo sea manipulado hasta extremos que años más tarde nos parecen ridículos. El aparato estatal al servicio de una idología hueca, ya sea en nombre la raza, la nación, o la cultura propia acaba produciendo una confusión social que solo algunas personas son capaces de resistir. Son lecciones para todos los tiempos y sociedades, de los que ningún país o nación está indemne.

sábado, 8 de agosto de 2015

Cristianos en minoria

Catedral de Bogor, Indonesia
Casi todos los días aparece una noticia terrible sobre la persecución de los cristianos en países de mayoría musulmana, donde una interpretación exclusivista del Islam, está acabando con siglos de convivencia pacífica. La violencia en nombre de Dios no sólo está siempre injustificada, sino que resulta una blasfemia, pues nada es más ajeno a Dios que la violencia.
Cuando en España pensamos en países de mayoría musulmana, vienen a la cabeza instintivamente los árabes, en donde el Islam arraigó desde su nacimiento. No hay que olvidar, sin embargo, que el país del mundo con más musulmanes es Indonesia, donde ahora me encuentro por razones profesionales. Precisamente estos días se ha celebrado el congreso del partido musulmán mayoritario en el país. En la prensa han aparecido referencias a este evento, y a la necesidad de mantener la diversidad cultural y religiosa del país, donde no solo hay una minoria cristiana importante, sino también budista, hindu, y musulmana de otras orientaciones (principalmente sufíes y chiies). Por el momento, la convivencia parece tranquila, y no he notado ningún síntoma de problemas religiosos en los pocos días que he estado aquí, donde he podido asistir a misa en la catedral de Bogor, una ciudad de unos tres millones de habitantes cercana a Jakarta.
Aunque a veces tendamos a pensar, sobre la imaen que tenemos en Europa, que el cristianismo se "bate en retirada", no es realmente así, ya que en otros continentes y sobre todo en Africa y Asia está creciendo notablemente. Estos días he visto mucha gente en las muy tempranas misas (a diario a las 6 am), lo que indica un notable interés por nuesta Fe. Sin duda, Asia es el continente que va a regir el mundo en los próximos años, gracias a su empuje demográfico y a su dinamismo económico, aunque todavía hay muchas fracturas sociales, así como una enorme proporción de personas que viven en la pobreza extrema. Asia es la cuna de todas las grandes religiones (desde el Próximo al Lejano Oriente), y tiene una profunda tradición cultural y espiritual. Los cristianos de estos países parecen ser tan dinamicos como las propias sociedades, con mucha gente joven en las iglesias, incluidos sacerdotes y religiosas. Hay mucha esperanza cristiana para esta sociedad, aunque sigan viviendo -y tal vez por eso- en minoría.

domingo, 26 de julio de 2015

No es un país para viejos

No pretendo en esta entrada comentar la muy galardonada película de los hermanos Coen, sino reflexionar sobre el papel que juegan en nuestra sociedad las personas mayores, los que nos han precedido en construir la sociedad que ahora disfrutamos. Somos la especie con mejor pasado evolutivo, ya que no sólo incorporamos las mejoras biofísicas de las generaciones pasadas sino, y sobre todo, hemos sido capaces también de recibir sus valores, sus tradiciones culturales, sus progresos humanos. Si cada generación tuviera que empezar de cero, estaríamos todavía en el Paleolítico. Hemos avanzado porque hemos escuchado a nuestros mayores, hemos incorporado su sabiduría a nuestra propia inventiva, que a su vez transmitimos a los más jóvenes, en una cadena cultural que nos ha hecho colonizar paisajes tan variados como las heladas tundra asiática, el bosque exhuberane de la Amazonía o los áridos desiertos de Africa.
Aprender de quienes nos precedieron ha sido absolutamente clave en nuestro progreso, recibir su experiencia vital a través del contacto directo y de la educación, nos permite ahora disfrutar de un desarrollo tecnológico y científico sin precedentes.
Pero esa cadena de generosidad intergeneracional parece ahora interrumpirse por el individualismo moderno, que olvida la importancia de nuestros mayores, que los arrincona en residencias, que los aisla muchas veces de nietos y bisnietos, para los que sólo son una anécdota ocasional.
Envejecer y apreciar el envejecimiento es el tema del último libro que hemos publicado en Digital Reasons. Escrito por el Prof. Velayos, catedrático de anatomía y experto en enfermedades del cerebro, el libro Envejecimiento celebral revisa los cambios físicos y sicológicos asociados a la senectud, y algunas de las enfermedades que pueden aparecer en este periodo de la vida. Incluye algunas recomendaciones para prevenir algunas de ellas, para cuidar enfermos que las padezcan y para vivir esa época de la vida con plenitud. Los mayores son un tesoro de humanidad, que no podemos menospreciar. Cuantas veces se pierden esos últimos años en donde podemos sacar tantas lecciones de su debilidad. Nuestros padres nos alimentaron, vistieron, atendieron cuando eramos incapaces de hacerlo por nosotros; parece justo que hagamos algo similar, si fuera el caso. El ser humano es relación, y en la relación se enriquece como persona. Cortar esos vínculos puede hacernos la vida más confortable a corto plazo, pero acabará por erosionarnos humanamente y como sociedad. Ya lo estamos viendo; reflexionemos sobre ello.

domingo, 19 de julio de 2015

El descanso y el trabajo

Precisamente porque estamos ya en periodo estival, donde las vacaciones o se disfrutan o se esperan como inmediatas, puede ser interesante darle vueltas al concepto que tenemos del trabajo. Tanto escucho últimamente la palabra jubilarse, bien por parte de los que van a hacerlo pronto, bien por la quienes desconfian de que puedan hacerlo algún día, que parece más propio del ser humano jubirlarse que trabajar. Sin embargo, nos dice el primer libro de la Biblia que tras la creación del hombre Dios le encomendó que “labrase y cuidase” el jardín de Edén (Génesis, 2: 15). Por tanto, desde el inicio de la existencia human, y no sólo como conecuencia del pecado original, estaba previsto que trabajáramos. En este relato de la Creación, Dios concede a los primeros hombre y mujer la tarea de colaborar con él en el desarrollo de la Creación. Ese es el sentido último del trabajo para un creyente: culminar lo que Dios ha querido dejar inconcluso, permitiéndonos transformarlo. Dios nos hace partícipes de la Creación, aunque nosotros no creamos propiamente, sino que transformamos, dando belleza o utilidad a lo que ya existe.
Puesto que participa de la obra creadora de Dios, cualquier trabajo hecho cara a Dios siempre es fecundo para un cristiano, ya que contribuye a acrecentar la tarea creadora, siempre que, claro está, pueda decirse de esa actividad, como de la Creación original, “y vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Génesis, 1: 31).
Como consecuencia del desorden que introdujo el primer pecado de Adán y Eva, y de la pérdida de la armonía original entre el ser humano y el resto de la creación, el trabajo humano se asocia al esfuerzo, se convierte a veces en contrariedad: “con fatiga sacarás del suelo el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás” (Génesis, 3: 17-19). Siguiendo el texto sagrado, ese sudor y cansancio que acompañan el trabajo de tantos seres humanos no son parte del designio original de Dios, sino consecuencia del desorden introducido por el ser humano. Ahora el trabajo es sinónimo de esfuerzo, cansancio, fatiga, y tantas veces de contradicción, de dolor. Muchas personas –tal vez la inmensa mayoría— no trabajan en tareas que les resulten atrayentes, sino en labores mecánicas, arduas, poco gratificantes o directamente denigrantes. En conclusión, el trabajo les resulta tedioso, una obligación difícilmente asumida, que sólo se acepta porque supone un medio para conseguir el sustento propio o familiar.
Un cristiano debería tener una visión algo más excelsa del trabajo. Los seres humanos, por privilegio que Dios nos confiere, somos los únicos seres creados que tienen capacidad de transformar cosas, de inventar nuevos utensilios, de construir bellos edificios, de producir obras de arte o simplemente de ayudar a la naturaleza a generar más alimentos.
Del tronco de un árbol podemos generar un asiento confortable, construir un vehículo para navegar, sustentar un lugar para alojarnos, extraer papel para escribir o formar un instrumento para obtener sonidos musicales. Las fronteras de nuestro trabajo, de nuestro perfeccionamiento de la Creación son muy amplias. Además, el trabajo nos mejora, nos fortalece interiormente, nos brinda relaciones sociales, nos permite ayudar a los demás con nuestro servicio.
A estos argumentos podemos añadir otra razón todavía de mayor peso. El trabajo profesional para un cristiano es su marco de santidad, porque estamos imitando al mismo Jesucristo, quien pasó la mayor parte de su vida trabajando. Aunque los textos del Evangelio nos narran principalmente los acontecimientos de la denominada vida pública de Jesús, cuando decide dedicarse por completo a predicar el Reino de Dios, no hemos de pasar por alto que a esa etapa anteceden casi treinta años de vida, que podemos calificar como normal y corriente. Habitualmente se denomina a esta etapa la vida oculta de Cristo, lo que no quiere decir que la viviera encerrado en una cueva o que fuera eremita, sino simplemente que no fue una vida conocida públicamente más allá de su entorno familiar y vecinal inmediato. Jesús era un artesano más, aunque sería el mejor, porque haría su trabajo con perfección humana y con la vista puesta en el servicio a los demás. Por eso cualquier cristiano, imitando esa vida de trabajo de Cristo hacen lo mismo que hizo El en su paso por esta tierra: santificarla, convirtiendo en sublime lo que parece ordinario.

domingo, 12 de julio de 2015

Cuidar la Tierra

Desde la famosa entrevista de Mercedes Milá a Paco Umbral se puso de moda la manida frase de "yo vengo aquí a hablar de mi libro". Afortunadamente, la mayor parte de los mortales tenemos pocas oportunidades de decir esto, pues publicar libros no es tarea que haga uno todos los días. No obstante, los que disfrutamos escribiendo, de vez en cuando alumbramos alguna nueva "criatura", y en esas ocasiones, no podemos por menos que hablar de ella, sobre todo si el oyente (en este caso, el lector) entra en la categoría de amigo.
Hoy me parece razonable dedicar esta entrada dominical al último libro que he publicado, en este caso en colaboración con la Prof. María Angeles Martín, que hemos titulado: "Cuidar la Tierra: razones para conservar la naturaleza". Tenemos versión digital y en papel del libro, asi que en esta ocasión está a gusto de todos los lectores. El libro incluye un repaso de los probelmas ambientales más relevantes y de las raíces del movimiento conservacionista, desde los pioneros del s. XIX (Thoreau, Muir, Emerson...), hasta el nacimiento de las ONGs y los partidos verdes. Se detiene con más detalle a analizar las distintas posturas éticas ante la conservación de la naturaleza, desde un enfoque basado en el antropocentrismo extremo (el único interés de la conservación es el humano), hasta los extremos más ecocentristas (valor intrínseco de la naturaleza, independiente de fines humanos), incluyendo los movimientos de ecoresistencia.  También dedicamos un extenso capítulo a revisar las posturas de las grandes religiones sobre la conservación ambiental. No hemos de olvidar que una religión supone una visión cosmológica del mundo que lleva consigo unos principios morales de actuación. La reciente encíclica "Laudato si" es un magnífico ejemplo de como un lider religioso puede promover el mejor cuidado del planeta. Finalmente, dedicamos un capítulo a analizar las distintas respuestas a la crisis ecológica, señalando el interés de que sea integral, respetando la ecologia humana (nuestro propio cuerpo), las culturas (particularmente las indígenas, muy vulnerables), y las personas (eliminar a los seres humanos en beneficio del planeta es una tremenda falacia).
Animo a los lectores de este blog a que lean también nuestro libro, donde espero encuentren motivos de peso para relacionarse más armónicamente con el entorno, promoviendo el cuidado de nuestra casa común.

domingo, 5 de julio de 2015

Pensar con un embudo

Cuando se utiliza coloquialmente el término idealista, suele hacerse referencia a una persona que tiene una visión magnánima de las cosas, en cuestiones de gran calado, que son difíciles de conseguir para que valen la pena el esfuerzo.  Ser idealista, en este sentido, es propio de la juventud todavía poco contaminada por el pragmatismo.
Pero también podemos utilizar el término idealista con un enfoque más filosófico, refieriéndonos a una teoría del conocimiento que, en pocas palabras, supone que todo lo que conocemos es fruto de unos esquemas mentales que permiten hacer la realidad externa inteligible. Frente al realismo filosófico, que asume que conocemos porque el exterior nos impacta y, por tanto, es la realidad externa a nosotros el criterio último de verdad, el idealismo -principalmente de origen alemán, de la mano de Kant y Hegel- considera que solo podemos conocer porque tenemos unas categorías mentales que nos permiten dar sentido a las experiencias externas, de ahí que en este caso sea nuestro interior el protagonista. En definitiva, todo pasa por nuestro embudo mental, y lo que queda fuera de él, simplemente no existe. Aunque nadie haya leído directamente a Kant y Hegel, lo cual por otra parte no resulta nada asequible, lo cierto es que vivimos en un estado cultural profundamente idealista, en donde tendemos a interpretar la realidad con nuestros esquemas mentales.
Pensaba en estas cuestiones estos días pasados en donde me han invitado a presentar la encíclica Laudato si en algunos foros, algunos de ellos de orientación católica. En esos ambientes parecería lógico esperar una recepción cordial del documento, preguntarse qué mensaje quiere transmitirnos el Papa, por qué, y cómo adaptarlo a la propia vida: en definitiva, dejarse interpelar por el documento en lugar de interpretarlo siguiendo unos esquemas preconcebidos. Espero que, al menos en algunos de los que consigan leer la encíclica, esa interpelación domine sobre la interpretación o, dicho de otra forma, en lugar de ningunear al mensaje, o adaptarlo a sus propias ideas, los lectores reflexionen sobre cómo aplicarlo a su propia concepción del mundo, a replantearse si esa concepción es compatible con las consecuencias de su fe cristiana en terrenos que a priori puedan considerar menos vinculados a la fe. Decía el cardenal Turkson -uno de los que más han ayudado al Papa en la redacción de la encíclica- que la fe cristiana no es como la mermelada, que se pone encima del pan, pero que puede quitarse si el sabor no acaba de convencernos, sino algo que impregna completamente el alimento (la sal de la tierra, decía Jesucristo). Esto vale para la concepción de los sacramentos, para los dogmas de fe y para la doctrina social de la Iglesia. Recibir un documento del Papa con la expectación y alegría propia de quien recibe un consejo de un padre sabio y santo es una actitud muy propia de un católico convencido de su fe, ya hable del aborto, de la pobreza, de la familia o del ambiente. Por cierto, la Laudato si habla de todas estas cosas.