domingo, 26 de abril de 2015

Tecnología de escala humana

Hace varios años, uno de los científicos que descubrió los procesos que deterioran la capa de ozono, Paul Crutzen, posteriormente galardonado con el premio Nobel de la paz, propuso introducir un nuevo periodo geológico, que denominó Antropoceno, por estar caracterizado por la presencia generalizada de la actividad humana, que afecta ya a una variada gama de procesos climáticos, geológicos, biogeográficos o edáficos, hasta el punto que ya difícilmente puede hablarse de paisajes que no tengan, de una u otra forma, la impronta humana.
Paralelamente, otros científicos sociales, comienzan hace menos años a hablar de una nueva era histórica, en la que buena parte de los procesos de mayor calado están asociados al uso y el influjo de la tecnología. No estoy seguro que así sea, pero me parece indudable que el impacto de la tecnología es mucho más hondo que el uso o maluso de unos determinados aparatos. La información se mueve con una rapidez y extensión nunca vista en la Historia, los sucesos se aceleran, el conocimiento difícilmente se reposa, nuestros modos de aprender y de enseñar cambian tan rápidamente que apenas somos conscientes de su influjo.
Si la acción humana tiene una escala temporal absolutamente desproporcionada respecto a cualquier proceso natural (baste con pensar que estamos consumiendo en apenas tres siglos, los combustibles que tardaron más de 300 millones de años en formarse), la tecnología acelera todavía más nuestro cronómetro vital. Sigo sorprendiéndome a mí mismo cuando pienso que una máquina de apenas tres años de vida es algo "obsoleto", que ya no se fabrica, y -por tanto- de lo que no hay piezas de repuesto. La "cultura del descarte", que comienza aplicándose a la tecnología -singularmente a los móviles o los ordenadores- ahora se extiende también a otras máquinas y, lo que es mucho más grave, a las personas. Se habla de personas que están "desactualizadas", que ya no encuentran sitio en el "mercado de trabajo" porque no conocen las herramientas que rigen los procesos. Así las cosas, hemos pasado del necesario interés por "estar al día", por conocer el mundo que nos rodea, al necesario "reciclaje profesional", imagen de un objeto que cambia de uso y de esencia (una botella de vidrio pasa a ser un vaso o un recubrimiento para el aire acondicionado). El ritmo de la tecnología se marca por los gigantes de las TIC (cuatro de las diez empresas más grandes del mundo pertenecen a las tecnologías de la información: Apple, Google, Facebook, Microsoft), que nos convencen todos los días de que necesitamos subirnos a una máquina que va mucho más rápido que nosotros mismos, que nos acaba produciendo desasosiego: la máquina pasa de ser herramienta, medio, a protagonista, fin. Se adaptan los procesos al aparato en lugar del aparato a los procesos; muchas veces no nos simplifica la vida, nos la complica.
No soy tecnófobo, trabajo habitualmente con ordenadores, uso un móvil, estoy escribiendo en un medio digital, pero tampoco soy tecnólatra, sigo pensando que las máquinas están para ayudarnos, no para dedicarles nuestra vida. En la medida en que es una herramienta, estupendo; en la medida en que nos centra una atención que sólo los demás merecen, se precisa mayor capacidad de autocontrol. Sin un sano espíritu crítico, estamos alimentando una generación de niños y niñas tecnodependientes, que no leen ni piensan: sólo ven y escuchan; que no interactúan con quienes tienen al lado, sino con quienes están escondidos tras una pantalla.

domingo, 19 de abril de 2015

Indigenismo y Evangelización

En el próximo mes de septiembre será canonizado fray Junípero Serra, el evangelizador de las costas californianas, promotor de buena parte de las misiones que han dado a la postre origen a las principales ciudades del Estado: San Diego, Los Angeles, Santa Barbara, S. Luis Obispo, S. Francisco...Fray Junípero es el único español que ocupa una estatua en el Capitolio, y es sin duda uno de los personajes claves para entender la cultura de la costa occidental de EE.UU.
Se han levantado algunas voces criticas con la canonización entre los descendientes de los indígenas norteamericanos, retomando una vieja polémica sobre el papel de los religiosos que evangelizaron esas tierras (y por extensión cualquiera de las colonias españolas) en la pérdida cultural y demográfica de las poblaciones nativas.
Como en tantos otros episodios históricos no tiene sentido juzgar los hechos pasados con la mentalidad contemporánea, sino más bien intentar entenderlos con los valores vigentes en cada periodo. Una manera de hacerlo es comparar lo que ocurrió con los indígenas en las colonias españolas frente a las que mantuvieron otras potencias europeas del momento, como Inglaterra o Portugal. Si comparamos la pérdida de población (fruto de las enfermedades, pero también de las guerras) en la América española con la anglosajona, si comparamos la  pervivencia de las culturas indígenas en ambos ámbitos, lo que sabemos sobre la lengua, las costumbres y la religión de los pobladores al norte y el sur del río Grande, el saldo a nuestro favor, si podemos emplear este término es abrumadoramente positivo. No vamos a negar las injusticias que se cometieron, los abusos a las propias leyes del momento, las matanzas en las guerras de conquista, pero tampoco podemos negar la inmensa labor de protección de los indios que realizó la Iglesia española, su papel intelectual en la constitucion del primer derecho internacional, su tarea de preservar las culturas locales. Desde el inicio se pretendió transmitir la fe en las lenguas locales, que conocemos en buena parte gracias a los primeros catecismos, mostrando el respeto por las tradiciones culturales. Hoy esto nos puede parecer muy poco, pero comparando con lo que ocurrió en otras conquistas de antes y después del s. XVI veremos que es realmente excepcional.
Estos temas se tratan en extenso el libro Indigenismo y Evangelización que hemos publicado en la editorial Digital Reasons. Escrito por los historiadores María Saavedra y Javier Amate, especialistas en el tema, revisa los antecentes de la conquista y colonización de América, la organización territorial y las diversas fases de la tarea evangelizadora, a la que se prestaron con singular entusiasmo tanto los sacerdotes seculares como las órdenes religiosas. Destacan tambien su papel en la fundación del sistema edudativo y sanitario de América, su preocupación por mantener los decretos reales de protección de la libertad de los nativos, por evitar los abusos de los colonos. Un libro de lectura imprescindible para quien quiera ir más allá de los tópicos sobre este tema.

domingo, 12 de abril de 2015

Dios no se cansa nunca de perdonar

Hace algunos meses, me decían unos amigos -actualmente viven en Roma-, que tienen costumbre de ir los domingos con sus niños, todavía pequeños, al Angelus con el Papa Francisco. Ellos asumen que los niños se enteran más bien poco de lo que dice el Papa, al juzgar por los juegos que simultanean con su alocución. Una de esas visitas a la plaza de San Pedro coincidió con una comida en la que los niños estaban especialmente cargantes, así que recibieron de su madre -quien me contaba esta historia- una reprimenda y un pequeño castigo (creo recordar que consistía en no ver la tele ese día). La cosa fue aceptada a regañadientes por los niños, que pocas horas más tarde, consideraron que la penitencia estaba hecha y pidieron la exención de la "condena". La madre, que intentaba mantener la coherencia de la decisión, dijo que no correspondía todavía. El niño mayor la contestó: "pero Dios no se cansa nunca de perdonar", justo las palabras que había pronunciado el Papa Francisco en la mañana. La madre, desarmada por el razonamiento, condonó la deuda, dándose además cuenta de que sus hijos captaban mucho más las ideas del Papa de lo que ella pensaba.
Estamos hoy en el domingo de la misericoria, que quiso instaurar San Juan Pablo II para que nos quedara todavía más clara esta idea, que ha repetido en muchas ocasiones el Papa actual. Es tan cercano a la misericordia, que ha decidido instaurar un año jubilar con este propósito. Dios es infinitamente Justo, sin duda, pero también, y sobre todo, es Amor. Ese es el primer atributo del Dios en que creeemos los cristianos, y el Amor, como bien decía San Pablo: "es paciente, es benigna (...) todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera" (1 Corintios, 13,1-7). De esa paciencia de Dios surge su infinita capacidad de perdonarnos: basta que seamos conscientes del error y mostremos un sincero arrepentimiento. Esta es la raíz también del sacramento de la Confesión, un verdadero tesoro que la Iglesia católica y las ortodoxas mantienen siguien la tradición apostólica. Recuperar el valor de este sacramento me parece una tarea de singular importancia: saber que Dios siempre está dispuesto a acogernos, confirmarlo a través de las palabras de quien en ese momento le representa (el sacerdote actúa en persona de Jesucristo al perdonar: ¿quién puede hacerlo sino Dios?). Por largo que sea el tiempo que hayamos prescindido de este sacramento, siempre es momento de recuperarlo, de sentir -hasta físicamente- el abrazo de un Dios que nos da la bienvenida al hogar. "Dios es paciente con nosotros porque nos ama -decía hace nos meses el Papa Francisco en una homilia-, y quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los puentes, sabe perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si volvemos a Él, está preparado para abrazarnos".

domingo, 5 de abril de 2015

La lógica de la alegría

Celebramos los cristianos una vez la Pascua de Resurrección, la fiesta más importante del calendario litúrgico. Tras la consideración de la Pasión y Muerte de Jesús, cuando dio verdadero cumplimiento a su promesa de dar la vida por sus amigos, nos alegramos ahora en su "vuelta a la vida", que es primicia de nuestra propia resurrección al final de los tiempos. La alegría cristiana tiene sus raíces en la consideración de que Dios da un sentido último a todo, de que no es el final el dolor, el aparente sin sentido, que el sufrimiento del inocente también tiene un significado último. Dios a veces hace cosas que consideramos inverosímiles, quizá poco lógicas, pero El ciertamente ve las cosas de otra manera. Lo que parecía un fracaso, se convierte en un triunfo. De la Cruz salió una victoria; un símbolo de nuestra Fe. La Cruz no era ciertamente el final, sino el principio, y así lo deberíamos ver siempre quienes queramos llevarla en nuestra vida. Jesús necesitó la Cruz para conseguir la Resurrección, el Dolor para conquistar la Alegría. Ahora nos ofrece su alegría para que la tengamos presente en cualquiera de nuestros dolores, para que afrontemos las contrariedades sabiendo que ya han sido redimidas.
Este es el fruto de la Pascua, una alegría de fondo que está por encima de cualquer altibajo, porque se asienta en El y no en nosotros, porque no depende de lo que obtengamos fuera, sino de lo que llevamos dentro.
Y con la alegría interior, la exterior, la que se ofrece a los demás, para llenarles también de esperanza, para mostrarles con nuestra sonrisa amable el rostro de Jesús:"La alegría es el signo infalible de la presencia de Dios", afirmó Leon Bloy. Y esa misma alegría es el principal argumento para convencer a otros, como nos exhortó hace unos meses el Papa Francisco: "una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie" (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 2013, n. 266).