domingo, 28 de junio de 2015

¿Una encíclica anti-modernidad?

Estoy revisando estos días las diversas interpertaciones que se están haciendo de la reciente encíclica del papa Francisco. Aunque el tema central es la ecología, el texto trata muchas cuestiones que están ligadas al origen o la solución de la crisis ambiental, desde el papel de la ciencia y la tecnología, hasta la empresa, las finanzas y las relaciones internacionales.
Como me parecía previsible tras la lectura de la encíclica, en este caso las principales críticas a un texto pontificio no vienen de la izquierda laicista, sino de la derecha liberal, que sigue sin "creerse" que la situación ambiental sea tan grave, y por supuesto desconfía de la intervención pública, también para proteger el medio, repitiendo la consabida consigna de que todo lo arreglarán las leyes del mercado. Otro día trataré de la respuesta a esas críticas y también a las que han hecho desde la izquierda (menores y centradas, como no podía ser de otra manera, en la defensa ecológica del no-nacido que hace el Papa). Hoy voy a responder al fondo de un artículo que me ha remitido un buen amigo, titulado "El retorno del  anti-modernismo católico" , escrito por el editor de una revista de pensamiento cristiano. Una vez más se evidencia la fuerza de la ideología -en el sentido más filosófico de la palabra- para ajustar la realidad a nuestros esquemas mentales, en lugar de incoporarla a los mismos.
El argumento de fondo de  R.R.Reno es que la encíclica del Papa es un ataque a la modernidad, principalmente por su crítica a los impactos que el modelo económico actual han tenido en la degradación del medio y en el aumento de las desigualdades, uniendola a la ineficacia de la ciencia y la tecnología -por sí mismas- para resolver esos problemas, o incluso como aliadas del poder constituido para extenderlos. Compara el autor de este artículo la "Laudato si" nada menos que con el Syllabus de Pio IX, puesto que en su opinión el texto papal se alinea con una interpretación negativa del pensamiento occidental, que solo puede redimirse cambiando el sistema. En su opinión el texto actual separa a los católicos de la sociedad más avanzada, como intentó el citado texto de Pio IX.
La conclusión del autor es paradójica con los hechos, puesto que apenas ha habido pensadores socialmente avanzados que hayan criticado la encíclica, antes al contrario, se ha recibido con enorme interés por personas de muy diversas ideologías. En mi opinión el autor de este artículo confunde lo existente con lo deseable: igual que a finales del XIX no era igual el modernismo que la modernidad, tampoco ahora es igual el anti-modernismo que el post-modernismo. Las críticas al modelo económico y social no vienen ahora de quienes pretenden llevarnos al Paleolítico, sino de quienes evidencian que el modelo tiene sus limitaciones y hay que reconducirlo. La denuncia no es exclusiva del Papa, sino que se comparte por muchos economistas, científicos, pensadores, activistas sociales. La cuestión de fondo no es una "enmienda a la totalidad", sino una revisión del modelo, que no puede primar el beneficio de unos pocos por encima del bien común, así de sencillo. También sería deseable que el autor releyera el articulo que publicó Lynn White en Science en 1967, puesto que el texto de la "Laudatio si", contesta las principales acusaciones hacia el cristianismo que vertió este autor y han estado en el candelero de la ética ambiental en las últimas décadas: el cristianismo no es antropocéntrico, sino teocéntrico, y la ciencia y tecnología no deberían estar al servicio de los poderosos sino de todos los seres humanos.
El autor del artículo, por otro lado, parece no ser consciente de que es ciudadano estadounidense y que ese país (en su conjunto, con magníficas excepciones) no es precisamente un buen ejemplo de equilibrio ambiental, derrochando recursos naturales y energía que extrae de otros lugares del planeta, además de torpedear acuerdos internacionales sobre temas tan sensibles como el calentamiento climático. La encíclica está escrita por un papa argentino, con la ayuda de un cardenal ghanés (Turkson), y está dirigida a todos los católicos, en su mayor parte habitantes de países en desarrollo. La concepción de la modernidad que tiene el Sr. Reno no es la misma que tienen los habitantes de muchos otros lugares del mundo, donde simplemente tener un grifo de agua corriente puede ser un verdadero lujo. Igual EE.UU. debería replantear si su forma de vida es solidaria con el resto del planeta, si es preciso tener más o enseñar a otros a tener lo necesario. Hace unos meses vi un cartel a la entrada de una iglesia que me parece resume muy bien el mensaje principal de la Laudato si, y que entiendo todo católico debería aceptar como criterio de actuación: "Vive sencillamente para que los demás, sencillamente, puedan vivir"

sábado, 20 de junio de 2015

La conversión ecológica

Después de una expectación inusitada para un documento de la Iglesia católica, por fin se publicó el pasado jueves la encíclica “Laudato si”, la primera que escribe completamente el Papa Francisco (la Lumen Fidei había sido ya incoada por Benedicto XVI). Se trata de un documento sumamente interesante, que toca temas muy de fondo y está bellamente escrito. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un documento (y leo unos cuantos semanalmente!).
Lo primero que me parece necesario destacar es el tema principal de la Encíclica: la ecología, el cuidado de la Creación. Algunos católicos podrían preguntarse por qué escribe el Papa sobre un tema poco relevante, marginal al mensaje central de la Iglesia. Algunos no católicos podrían preguntarse por qué escribe el Papa sobre un tema que no le compete, marginal a una cuestión que es principalmente ética y científica. Espero que ambos venzan el rechazo inicial y lean la Encíclica, pues ciertamente su reticencia tal vez muestra que debería conocer con más profundidad la historia y la teología católica. Hablar de ecología es hablar de una naturaleza que consideramos creada por Dios, y eso la imbuye de una trascendencia que lleva consigo una actitud muy distinta ante el ambiente. Quien considera a la naturaleza como un regalo de Dios, quien aprecia el valor sagrado de lo material que se nos evidencia en la Encarnación de Jesucristo y en los Sacramentos que nos legó, quien repasa la historia de convivencia secular entre los ascetas cristianos y el medio natural en el desarrollaron su encuentro con Dios, no se sorprenderá tanto por la encíclica del Papa Francisco.
Para los católicos que puedan sentir una cierta pereza a leer un documento de 180 páginas, les recomiendo un simple párrafo: “Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes (…) Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (n. 217). Hay muchas razones en el documento para justificar por qué es parte esencial de la experiencia cristiana.
Para los ambientalistas que se han olvidado que somos parte de la naturaleza y que consideran al ser humano como cáncer del planeta, baste este párrafo:  “No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente” (N. 91).
Los retos ambientales son demasiado grandes para ignorarlos (“El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes”, N. 161). La implicación es de todos; no puede dejarse únicamente a los que tienen poder en el mundo, porque las consecuencias las están sufriendo todos los seres humanos, particularmente los más pobres. El Papa, profundizando en una propuesta que hizo Juan Pablo II y reafirmó Benedicto XVI, nos invita a una “conversión ecológica”, que llevará a un cambio efectivo de actitudes ante el medio, y a la vez a un conjunto de decisiones concretas que hagan nuestra vida mucho más frugal, que rompan con el espejismo de que la felicidad está ligada a la posesión de bienes materiales (“Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir” N. 204), que exijan a nuestros gobernantes un compromiso serio con los acuerdos internacionales, aunque eso afecte a nuestro ritmo absurdo de consumo. La economía no puede ser el único criterio de decisión.  Hay costes a largo plazo que no se consideran, hay valores mucho más importantes. La política no puede estar al servicio de la economía, ni mucho menos de la economía especulativa, de las finanzas como fin.
Me preguntaban ayer en una entrevista radiofónica qué me había sorprendido más de la Encíclica. Probablemente , lo que el Papa llama espiritualidad ecológica, que liga esa conversión no sólo a un nuevo estilo de vida, sino también a un cambio cultural más profundo. Nos está invitando el Papa a romper con el egoísmo personal, a pensar más en los demás, en los de ahora y lo que vendrán después, a disfrutar de la belleza de la Creación y a dar gracias a Dios por ella. Esto requiere cambios personales: que cada uno lea la encíclica y haga examen. El texto no es un catálogo de buenas prácticas, sino una llamada a la conciencia personal. Acaba con un tono esperanzado: podemos vencer ese egoísmo, no estamos determinados por nuestras flaquezas, porque no todo depende de nosotros, también de un Dios que está empeñado en que seamos felices, que nos recuerda siempre esos valores que realmente nos dan la felicidad. Acaba el Papa implorando a Dios por ese cambio con dos oraciones que emocionan, uniéndonos a creyentes de otras tradiciones espirituales, y a los demás cristianos, pues la plegaria es parte vital de esa conversión.
Oración por nuestra tierra:  “Dios omnipotente, que estás presente en todo el universo y en la más pequeña de tus criaturas, Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe, derrama en nosotros la fuerza de tu amor para que cuidemos la vida y la belleza. Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie. Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos.  Sana nuestras vidas, para que seamos protectores del mundo y no depredadores, para que sembremos hermosura y no contaminación y destrucción. Toca los corazones de los que buscan sólo beneficios a costa de los pobres y de la tierra. Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa, a contemplar admirados, a reconocer que estamos profundamente unidos con todas las criaturas en nuestro camino hacia tu luz infinita. Gracias porque estás con nosotros todos los días. Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha por la justicia, el amor y la paz”.

domingo, 14 de junio de 2015

La universidad que queremos

Hace unos años escribía uno de nuestros eminentes historiadores, Claudio Sánchez-Albornoz, con el bagaje que le otorgaba también su amplia experiencia política (fue Ministro durante la República y uno de sus presidentes en el exilio): "En la calle todos debemos y podemos defender y predicar nuestras ideas. Hay dos recintos que rechazan por su misma naturaleza las gestas políticas: los templos elevados en honra del Altísimo y las Universidades. Y si las Universidades dejan de ser lugares de estudio y meditación para mudarse, prostituyéndose, en ágoras de acción revolucionaria, como está sucediendo, no vacilo en profetizar la crisis total, irremediable, de la cultura occidental”. Muchos están viviendo con desazón los cambios que se producen en la vida pública española y, a mi modo de ver, corrren el riesgo de confundir la consecuencia con la causa. No se trata de que las convulsiones políticas sean consecuencia de la crisis económica y social que estamos viviendo, sino más bien me parece que son un reflejo de algo más profundo, que bien calificó Sánchez-Albornoz como crisis cultural. El populismo es una atajo fácil, que conduce a un precipicio sin puente: es claro que hay que pasar al otro lado, pero sin puente el atajo se convierte en una marcha a ningún sitio.
Por ejemplo, la cuestión de la corrupción que parece estar en lo más alto de las prioridades de los votantes españoles, no creo que sea problema de tal o cual partido político, sino algo más de fondo, una corrupción admitida socialmente que pone por delante el interés propio a la verdad de las cosas y, como consecuencia, al bien. Aunque el juicio social sea mucho más severo con un político que exige una comisión, que con un profesional que no factura, un contribuyente que defrauda o un estudiante que copia un examen, la actitud de fondo es la misma.
Me parece clave que recuperemos el sentido más profundo de la educación, único remedio para atajar estos males, al restaurar la integridad moral que como sociedad hemos perdido. Nuestro gran humanista del Renacimiento, Luis Vives, afirmaba que "la verdadera cultura sólo es la que conduce a la virtud como meta”. En resumen, educar no es sólo transmitir conocimientos, informar, sino principalmente transmitir valores, ideales, ganas de cambiar el mundo porque en primer lugar queremos cambiar nosotros.  “La finalidad de las letras es hacer al joven más sabio y, por lo tanto, mejor”,  decía el mismo Luis Vives, definiendo la Universidad, como "... una reunión y una conformidad de hombres sabios, y, al mismo tiempo, buenos, reunidos para convertir en hombres de tal índole a quienes acudieran allí para aprender”. En tiempos convulsos, tenemos que acudir a las raíces, reflexionar sobre cómo abordamos la tarea más importante que compete a una generación: pasar lo mejor de sí misma a las siguientes, enseñando sus logros, sus mejores valores. Recomiendo en este sentido el libro que reciente publica la Editorial Digital Reasons, que los profesores Obarrio Moreno y Masferrer, autores del trabajo, muy sabiamente titulan: La universidad. Lo que ha sido, lo que es y lo que debiera ser. Se trata de una magnífica reflexión sobre el sentido último de la educación universitaria, recorriendo sus raíces históricas, reflexionando sobre su posición actual y sus perspectivas futuras, en un ejercicio lúcido de crítica sobre el modelo mercantilista en el que quieren convertir nuestros aerópagos.

domingo, 7 de junio de 2015

Más de lo que estamos mirando

Estuve ayer con unos amigos visitando la exposición que el Museo del Prado dedica a Rogier van der Weyden, uno de los artistas más brillantes de la pintura europea. La exposición tenía pocas obras, pero algunas de las más relevantes. A veces se agradece que una exposición ayude a concentrarse en pocas pinturas, para que podamos dedicarles más atención y, sin duda, este artista flamenco merece mucha atención, al menos una pequeñísima parte de la que él dedicó a cada una de sus obras. Me entretuve especialmente en el descendimiento de la Cruz, que ya había tenido ocasión de disfrutar en otras visitas al Prado, en el tríptico sobre los siete sacramentos y en la crucifixión, recientemente restaurada. Cada detalle nos habla del mundo interior del artista, que nos indica algo mucho más profundo de lo que estamos mirando. No se trata de que pinte con maestría, de que cuide los detalles hasta la minuciosidad, característica del arte flamenco del s. XV, sino de que el artista nos está transmitiendo su mundo interior, quizás porque pone su alma en cada cuadro que elabora. Intuí que no es un artista que pinta de lo que le piden pintar, sino de lo que siente en su interior, de su trato personal con Dios. Acabo de comprobar algo que intuí al ver la exposición: van der Weyden estuvo en estrecho contacto con la devotio moderna, ese movimiento de renovación espiritual que se extendió por los Países Bajos entre los siglos XIV y XVI y que nos legó uno de los libros de espiritualidad más influyentes de la Teología espiritual: la imitación de Cristo. Así, puedo explicar esas lágrimas de Cristo en la Crucifixión, imperceptibles a la distancia en que podemos contemplarla, o en el rostro de Nicodemo en el descendimiento. Me parece que no es cuestión de que al artista le guste la minuciosidad, sino de que nos está contando su propia visión de la Pasión de Jesús. No solo es fruto de su maestría pictórica, sino más bien de su oración contemplativa: nos transmite lo que lleva dentro. Una obra así, contemplada con el detalle que merece, habla por sí sola, interroga, impele.
Eso ocurre de alguna manera en todo arte que valga realmente ese nombre: siempre una obra artística nos transmite mucho más de lo que estamos mirando. Por eso, al terminar de contemplar a van der Weyden y entrar a continuación en la exposición de Goya, me di cuenta de la intrascendencia en que ha caído buena parte del arte contemporáneo. Las obras allí expuestas de Goya se refieren a situaciones cotidianas: la caza, el sueño, las estaciones... me resultó informativa, pero no me sentí incitado a nada más que a admirar los colores, a recordar costumbres de siglos pasados. Obviamente otras obras de Goya nos hablan mucho más de sus conflictos interiores, de su forma de ver el mundo, pero las ahora expuestas muestran más un arte evanescente, que deleita pero no remueve.