lunes, 30 de noviembre de 2015

Lo que nos jugamos en la cumbre del clima de Paris

Hoy se inicia la vigésimo primera conferencia de las partes del tratado de cambio climático de Naciones Unidas (COP21) en Paris. En juego está la renovación del protocolo de Kyoto, firmado en 1997 y ratificado en 2005 y que ha sido el primer acuerdo internacional de envergadura para mitigar el cambio climático de origen humano. Pocos años antes se había firmado el acuerdo de Montreal, que fomentaba la eliminación de los gases clorofluorados (CFC), principales responsables del deterioro de la capa de Ozono. En ese caso, los países miembros de la ONU aparacaron sus intereses nacionales y tomaron una decisión contundente, basada en las evidencias científicas, para transformar un proceso industrial mediante el uso de tecnologías alternativas. En este caso, se trata de algo similar, sobre una gran base de evidencias científicas, se trata de modificar las fuentes de generación energética, transformando paulatinamente las fósiles por las renovables. La diferencia está en la magnitud de las medidas y en la dependencia de los procesos que se aconseja evitar. Los CFC podían sustituirse por otros gases que facilitaban una alternativa a la refrigeración; en el caso del petróleo, carbón y gas natural, la alternativa requiere una inversión muchísimo mayor, afecta a compañías y países que tienen una gran influencia geopolítica y mediática, y la alternativa tecnológica está todavía en desarrollo. Con estas tres premisas, se entiende que haya tantos intereses volcados en contaminar el dictamen científico o en esgrimir argumentos estratégicos que en el fondo son una cortina de humo para ocultar sus intereses nacionales. Los países emergentes claman por el derecho a seguir emitiendo para garantizar su desarrollo; algunos de los más desarrollados (EE.UU. en particular) dicen que no tiene sentido comprometerse en acuerdos cuando no van a vincular a quienes ahora más emiten o van a emitir (China, India, Brasil...); los más concienciados (Europa) apuestan por un compromiso serio, y los más pobres, sufren las consecuencias de los impactos y no pueden hacer mucho más que protestar. Así las cosas, la cumbre de Paris es un encuentro clave para abordar un acuerdo global, consistente y estable, que vaya en la correcta dirección, que implique profundas reformas en el sistema energético, transferencia de tecnología a los países emergentes y serio compromiso con la reducción de la deforestación, entre otros.
Muchos líderes morales han hecho un llamamiento a la consecución de acuerdos globales, basados en la responsabilidad que tenemos con la conservación del planeta. El Papa lo ha hecho en múltiples ocasiones, de manera más solemne en su última encíclica: “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan” (Laudato si, n. 22). “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo” (Laudato si, n. 25)

domingo, 22 de noviembre de 2015

Laicismo y tolerancia

El laicismo militante de muchos países europeos intenta eliminar cualquier referencia religiosa en la vida pública, como si la fe sólo tuviera implicaciones personales, etiquetando de fundamentalista e intolerante a quien procure influir con sus propias convicciones morales o religiosas. Por ejemplo, cuando se habla de temas tan delicados como la regulación legal del aborto en lugar de escuchar y refutar los argumentos, la discusión se acaba lanzando el consabido tópico de como eres creyente estás imponiendo tu opinión a los que no lo somos. Este seudorazonamiento no se aplica en cambio para callar la boca de quienes intentan abolir el uso de pesticidas o de la energía nuclear, por más que dirijan su opinión al conjunto de la sociedad y no solo a quienes comparten sus ideas. Parece que en este caso se asume que quien hace esas propuestas expresa su opinión legítima, mientras en el caso de quien sostiene posturas pro-vida, por definición están sesgadas por unas convicciones que, sean o no religiosas -puesto que obviamente para defender la vida del no nacido no hace falta ningún argumento religioso-, solo son aplicables a quienes piensan asi.
A mi modo de ver, resulta un motivo de especial preocupación que se intente anular la opinión de personas creyentes  en cualquier materia social bajo la sospecha de que intentan imponer a los demás sus convicciones religiosas, lo cual no sería tolerable en un estado laico, incluso cuando esas opiniones estén fundamentadas en argumentos que no son religiosos.
Con este planteamiento, quien no se declare ateo convencido no tendría ningún derecho a opinar sobre aspectos que se refieren a la vida pública, pues estaría imponiendo su fe a los demás. Como los ateos no tienen fe, parecen libres de toda sospecha, ya que parece que lo único que se puede imponer es la fe, no las opiniones sociales de cualquier otro tipo. En este escenario perverso, se estaría anulando la capacidad de los creyentes para configurar la sociedad en la que viven, relegándose en consecuencia a ciudadanos de segunda categoría. Así, se daría la paradoja de que en una sociedad que se congratula de respetar los derechos elementales acabaría convirtiéndose en su principal hostigadora.
Debería resultar obvio que cuando un creyente, de cualquier credo religioso, ofrece su opinión sobre problemas sociales que afectan también a personas no creyentes, lo hace inspirado en que sus convicciones son válidas para todo el mundo. Exactamente igual que un ecologista considera que es bueno para la sociedad evitar la energía nuclear, o que un antisistema está en contra de la globalización. No se dirige sólo a los ecologistas o a otros antisistema, sino que ofrece sus convicciones a la sociedad en su conjunto y nadie por eso le acusa de estar infringiendo ningún principio de convivencia, siempre que lo haga pacíficamente, por supuesto.
De la misma forma, cuando un creyente opina que el aborto o la manipulación de embriones humanos son negativas para la sociedad, lo hace movido por unas razones que considera válidas para el resto de los ciudadanos, pues no son específicos de su práctica religiosa. Sería absurdo que algún católico planteara regular legalmente la asistencia a la misa dominical o las vigilias cuaresmales, pues estos son temas exclusivamente religiosos, pero cuando propone soluciones a problemas sociales de interés general, que afectan a personas creyentes o no, su opinión es tan valiosa como la de cualquier otro ciudadano. Tanto derecho tiene a opinar quien tiene convicciones religiosas como quien tiene convicciones ateas. El estado se declara neutral en este terreno, y, por tanto, debería admitir tanto unas como otras.
En consecuencia, resulta muy preocupante que se descalifique el razonamiento de una persona simplemente porque sea creyente, al margen de la consistencia del mismo. Imaginemos que la Iglesia católica prohibiera fumar a sus miembros. Eso no supondría que, a partir de ese momento, cualquier persona que criticara el tabaco lo hiciera por convicciones religiosas, ni tampoco que cualquier ciudadano, católico o no, que impulsara una legislación antitabaco fuera un fundamentalista religioso porque pretendería convertir un pecado en una prohibición legal, saltándose la neutralidad religiosa del estado. Si la crítica del tabaco se hace sobre argumentos de salud pública, médicos y sociales, y no sobre razones teológicas, cualquier persona, creyente o no, tiene perfecto derecho a presentarlos como una alternativa válida para todo el mundo.
Junto a ello, y sobre todo, esa persona tiene derecho a que se le conteste con la misma línea de argumentación, en lugar de despreciar su razonamiento bajo la sospecha de que está influido por su fe. Siguiendo con ese ejemplo, aunque los católicos fueran los únicos en rechazar el tabaco, la discusión tendría que centrarse en si el tabaco es o no bueno para la sociedad, para la salud de las personas, y, en caso negativo, en cómo resolver el conflicto entre la libertad personal y la salud pública, y no sobre la supuesta carga moral de fumar. Para mí es claro que la actitud ante el tabaco no es una cuestión religiosa, pero el ejemplo me parece que ilustra sobre el razonamiento que intento defender. Si una persona, sea creyente o no, expresa sus convicciones con razones que no son religiosas, tiene el derecho a ser contestado con el mismo tipo de argumentos, en lugar de ser menospreciado por su afiliación religiosa. Al igual que los argumentos ante el tabaco, los transgénicos o las centrales nucleares no son religiosos, vengan o no de personas creyentes, tampoco lo es la defensa de la vida humana, como no lo fue la abolición de la esclavitud (que también se promovió por grupos religiosos, no lo olvidemos). No se puede discutir del fondo de un asunto cuando no se concede al oponente el derecho a disentir, cuando no se analizan sus razones, sino su adscripción ideológica.

domingo, 15 de noviembre de 2015

La Fe contra nada

Parece razonable hoy hablar de los atentados en Paris. La conmoción es generalizada. Esa nueva forma de guerra, que no discrimina lugares ni personas, amenaza con convertirse en generalizada: Egipto, Turquía, Túnez, N.York, Londrés, Madrid, Paris,.... No conozco las claves de la lucha antiterrorista, pero la lógica dice que una sociedad libre es vulnerable, es tanto más vulnerable cuanto más libre. Queremos viajar sin trámites, renunciamos a inscribirnos, nos molestan los controles, que nos filmen, abominamos que tengan información nuestra... de todo eso imagino que se aprovechan quienes simplemente tienen que entrar en un país, apoyarse en quienes comparten su locura, y atentar contra quienes simplemente viven cotidianamente.

No tengo ninguna receta especial para aminorar la amenaza terrorista, pero sí quiero apuntar dos cuestiones que me han dado que pensar estos días. Por un lado, la respuesta de la sociedad occidental se restringe a manifestaciones de valores que parecen huecos: libertad y democracia son muy importantes, pero no tienen apenas contenido: también los norcoreanos hablan de la democracia, como ellos la entienden. Ante la amenaza de personas que tienen convicciones tan fuertes que les llevan a matarse, matando, solo puede responderse con convicciones profundas. Ante la Fe, sin duda deformada hasta el desprecio del mismo Dios a quien dicen servir, no puede esgrimirse la nada. En occidente necesitamos recuperar la Fe; siempre la hemos tenido y eso ha permitido que lleguemos donde estamos. No puede restringirse a una confrontación entre su perversa interpretación de Dios y nada; necesitamos responder con el rostro verdadero de Dios, que es el fundamento de nuestra libertad y de los demás ideales que definen la sociedad que queremos. Solo he oído a un mandatario occidental utilizar la palabra oraciones para referirse a los fallecidos de Paris: los demás hablan de un recuerdo, un pensamiento, una intención: ¿qué es eso? ¿qué fundamenta eso? No es preciso ser cristiano para reconocer los enormes avances que el cristianismo ha llevado consigo: eso es occidente. No se ha dado en otro sitio, aunque ni Australia, ni otros muchos países que comparten esos mismos valores están en occidente. Lo que les une no son los puntos cardinales, sino una determinada visión del ser humano, del respeto a personas que piensan de otro modo, de justicia, de misericordia. Todo eso es esencialmente cristiana, lo quieran llamar así o no.
Mi segunda reflexión tiene que ver con la educación. ¿Qué han escuchado los ciudadanos europeos que en un momento de sus vidas se han ido a Siria o Iraq a unirse a una empresa absurda que les lleva a cometer atrocidades? ¿Qué les hace vivir al margen de la sociedad que les ha acogido? ¿Qué valores han recibido? ¿Qué Historia han aprendido? No podemos seguir impartiendo una educación hueca, vacía de convicciones, insulsa, neutra. Para defender el modo de vida en el que vivimos tenemos que creer en el él, que fundamentarlo con valores produndos, que están por encima del juego político, incluso de las convicciones personales: el relativismo moral está desnudo ante el fanatismo.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Los "otros" cristianos

Iglesia de Omodos en Chipre central
Estos días he estado en Chipre por razones profesionales. Se trata de una isla privilegiada del Mediterráneo, con una larga tradición histórica y con un entorno natural y humano sumamente agradable.
Cada vez que estoy en un país de mayoría ortodoxa, me viene a la cabeza la gran afinidad entre los cristianos de un lado y otro del Mediterráneo. Como es bien sabido, la separación entre la iglesia latina y la oriental, o si se prefiere, católica y ortodoxa, fue más fruto de cuestiones personales que teológicas. La herencia de la tradición romana había quedado en la Roma oriental (Bizancio), mientras la capital del anterior imperio se recuperaba de un largo declive cultural tras la paulatina asimilación de los pueblos bárbaros. Bizancio eran tan cristiana como Roma, o quizá más aún pues conservaba muy cercanas las tradiciones de los primeros siglos de la Iglesia. Ocupaba los lugares santos del cristianismo, bizantinos hasta la conquista musulmana a fines del s. VII. Bizantinas eran las iglesia más emblemáticas de la cristiandad, desde la Basilíca del Santo Sepulcro, hasta la de Belén, pasando por la mayor parte de los lugares donde habían predicado los primeros cristianos: Efeso, Tesalónica, Corinto, Galacia, Tiro, Atenas, Alejandría...
Tras diez siglos de separación, ahora los cristianos orientales nos parecen muy alejados de nosotros, pero en realidad siguen estando tan cerca como en el momento de la separación. No entendemos su liturgia, pero apreciamos su arte, la delicadeza de sus iconos, su sentido de lo sagrado, la belleza de sus monasterios. No entendemos su lengua, pero en el fondo hablamos un lenguaje común, creemos en el mismo credo, vivimos de los mismos sacramentos, practicamos la misma oración...
Los últimos Papas han intentado acercarse a la iglesias ortodoxas, tenderles un abrazo fraterno. Desde el encuentro de Pablo VI con Atenágoras hace algo más de 50 años, se han sucedido muchos abrazos entre Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco con los patriarcas de las principales iglesias ortodoxas. Todos ansiamos la unión, para que la Iglesia pueda respirar con los dos pulmones, como el gustaba decir a S. Juan Pablo II. Sería una lección muy hermosa para un mundo que se aleja de Dios, que no entiende de Teología, que sabe más bien poco de Historia y que no entiende que los amigos de Jesús estén divididos.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Holy wins

Estos días hemos vuelto a sufrir la frivolidad colectiva con ocasión de una fiesta importada y manipulada, que a fuerza de patrocinarse en los medios acabará colándose hasta en el calendario laboral. Halloween se ha convertido en la noche de los disfrazes, las brujas, los zombies y demás estrafalarios personajes, que poco tienen que ver con la raíz del acontecimiento. Como es bien sabido, el término hace referencia a una forma arcaica en inglés de referirse a los santos ("Hallowed be thy name" es como los anglosajones rezan en el padrenuestro nuestro "santificado sea tu nombre").
Puesto que la noche es previa al día de todos los santos, que hoy celebramos, la fiesta era una manera de recordar a los fieles difuntos que ya disfrutan del cielo, a tantas almas anónimas que tuvieron vidas ejemplares aunque no hayan sido elevados a los altares. De ahí pasó a recordar la realidad de la muerte, que como nadie quiere recordar, había que teñir de todo tipo de estrafalarias interpretaciones, jolgorios y desenfrenos que más tienen que ver con la ignorancia ante la muerte que con su consideración.
Por eso, no estaría de más volver al origen de la efemérides y considerar a tantos antepasados nuestros  que tuvieron vidas nobles y ahora disfrutan de Dios en el cielo, o a tantos otros que esperan a hacerlo, y solo necesitan un empujón de nuestras oraciones.
Hace unos días me comentaron la iniciativa de una parroquia, que celebra la fiesta de "Holy wins", el santo gana, animando a sus feligrases a considerar la importancia de considerar nuestra vida como un tránsito hacia otra mejor. Como dice una poesía popular, "Aquel que se salva sabe y el que no, no sabe nada". No es cuestión de disfraces que solo intentan ocultar la única realidad incuestionable (que hemos de morir en algún momento), sino más bien de tenerlo presente, de modo que sirva para guiar nuestras vidas.