domingo, 15 de noviembre de 2015

La Fe contra nada

Parece razonable hoy hablar de los atentados en Paris. La conmoción es generalizada. Esa nueva forma de guerra, que no discrimina lugares ni personas, amenaza con convertirse en generalizada: Egipto, Turquía, Túnez, N.York, Londrés, Madrid, Paris,.... No conozco las claves de la lucha antiterrorista, pero la lógica dice que una sociedad libre es vulnerable, es tanto más vulnerable cuanto más libre. Queremos viajar sin trámites, renunciamos a inscribirnos, nos molestan los controles, que nos filmen, abominamos que tengan información nuestra... de todo eso imagino que se aprovechan quienes simplemente tienen que entrar en un país, apoyarse en quienes comparten su locura, y atentar contra quienes simplemente viven cotidianamente.

No tengo ninguna receta especial para aminorar la amenaza terrorista, pero sí quiero apuntar dos cuestiones que me han dado que pensar estos días. Por un lado, la respuesta de la sociedad occidental se restringe a manifestaciones de valores que parecen huecos: libertad y democracia son muy importantes, pero no tienen apenas contenido: también los norcoreanos hablan de la democracia, como ellos la entienden. Ante la amenaza de personas que tienen convicciones tan fuertes que les llevan a matarse, matando, solo puede responderse con convicciones profundas. Ante la Fe, sin duda deformada hasta el desprecio del mismo Dios a quien dicen servir, no puede esgrimirse la nada. En occidente necesitamos recuperar la Fe; siempre la hemos tenido y eso ha permitido que lleguemos donde estamos. No puede restringirse a una confrontación entre su perversa interpretación de Dios y nada; necesitamos responder con el rostro verdadero de Dios, que es el fundamento de nuestra libertad y de los demás ideales que definen la sociedad que queremos. Solo he oído a un mandatario occidental utilizar la palabra oraciones para referirse a los fallecidos de Paris: los demás hablan de un recuerdo, un pensamiento, una intención: ¿qué es eso? ¿qué fundamenta eso? No es preciso ser cristiano para reconocer los enormes avances que el cristianismo ha llevado consigo: eso es occidente. No se ha dado en otro sitio, aunque ni Australia, ni otros muchos países que comparten esos mismos valores están en occidente. Lo que les une no son los puntos cardinales, sino una determinada visión del ser humano, del respeto a personas que piensan de otro modo, de justicia, de misericordia. Todo eso es esencialmente cristiana, lo quieran llamar así o no.
Mi segunda reflexión tiene que ver con la educación. ¿Qué han escuchado los ciudadanos europeos que en un momento de sus vidas se han ido a Siria o Iraq a unirse a una empresa absurda que les lleva a cometer atrocidades? ¿Qué les hace vivir al margen de la sociedad que les ha acogido? ¿Qué valores han recibido? ¿Qué Historia han aprendido? No podemos seguir impartiendo una educación hueca, vacía de convicciones, insulsa, neutra. Para defender el modo de vida en el que vivimos tenemos que creer en el él, que fundamentarlo con valores produndos, que están por encima del juego político, incluso de las convicciones personales: el relativismo moral está desnudo ante el fanatismo.

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