viernes, 25 de diciembre de 2015

El cumpleaños de Jesús

Recibí hace unos días un mensaje en el móvil, que incluía una carta de Jesús a un amigo, señalando su contrariedad porque hubiera tantas fiestas en honor de su cumpleaños (eso es la Navidad), y fueran tan pocos los que le invitaban a esas fiestas.
Sí, la Navidad se ha convertido para muchas personas en una celebración de no-se-sabe-qué. Hay que estar contentos, hay que regalar, hay que tirar petardos, hay que decorar, hay que poner luces, hay que comer y beber más de la cuenta, hay que cantar, hay que reunirse con la familia, hay que viajar... pero no sé sabe bien por qué. ¿Qué hace que estos días sean tan entrañables? ¿Cuál es su sentido? ¿Por qué hacemos extras que no nos permitimos en otros periodos del año?
No voy a meterme ahora en los detalles históricos sobre desde cuándo se celebra la Navidad y por qué se instauró el 25 de Diciembre. Lo importante es que la Tradición cristiana, que abarca toda Europa, América, muchos países de Africa y Oceanía, y algunos de Asia, celebra -algunos desde hace muchos siglos- que en estos días nació Jesús de Nazareth, Dios que quiso hacerse hombre, como nosotros, para "redimirnos del pecado y darnos ejemplo de vida", como decían los viejos catecismos: en suma, para morir por nuestras culpas y para darnos un maravilloso testimonio de una vida que nadie en la Tierra, en la Historia, ha podido superar. Si hubieramos sido atrapados por un grupo terrorista, secuestrados y encarcelados en condiciones durísimas, y alguien se hubiera ofrecido para liberarnos de esa prisión, intercambiandose por nosotros, ¿cómo le estaríamos agradecidos? ¿qué haríamos en su recuerdo? Si ese alguien fuera además un príncipe, con una enorme fortuna, que perdería completamente por liberarnos; si fuera muy poderoso y perdiera toda su influencia para ocultarse en una cárcel por nuestra libertad... Pues mucho más que so hizo Jesús por nosotros, y por eso, y por esa luminaria de su vida y sus palabra que no puede apagarse, celebramos la Navidad, su cumpleaños. ¿Vamos a seguir celebrándolo sin El? ¿Vamos a reir, a cantar, a comer, a bailar sin acordarnos cuál es el motivo último de esa alegría?

domingo, 20 de diciembre de 2015

En el año de la misericordia

El pasado día 8 iniciaba el Papa Francisco solemnemente el año de la misericordia, un año jubilar en la Iglesia católica para conmemorar el 50 aniversario del fin del Vaticano II, marcado por una virtud que le resulta especialmente cercana al actual Pontífice. "Dios no se cansa nunca de perdonar", ha repetido en muchas ocasiones, y nos invita ahora a considerarlo con una renovada fuerza, y a darlo a conocer a quienes, por una u otra razón, se han apartado de Dios y de la Iglesia.
Dice el conocido aforismo, que Dios perdona siempre, el hombre algunas veces y la naturaleza nunca. En mi reciente viaje a Emiratos, nos invitaron a visitar la gran mezquita Sheikh Zayed en Abu Dhabi. En una de las paredes del interior figuran los calificativos que los musulmanes atribuyen a Dios: el segundo de ellos es "El Compasivo con toda la creación"; el tercero "el Misericordioso con los creyentes". También los musulmanes reconocen la misericordia de Dios, aunque lamentablemente algunos no la practiquen. Para los cristianos, el nombre propio de Dios es Creador (Padre), Palabra (Hijo) y Amor (Espíritu Santo), todo en la íntima unión de la Trinidad. No puede separarse ningún atributo de Dios del ser Padre-Palabra-Amor. A eso nos llama el Papa Francisco en este año de gracia, a reflexionar de nuevo sobre ese Amor que explica la Creación y la Redención.
Si Dios ha querido crearnos para el amor y ha querido redimirnos para recuperar el amor perdido por nuestra propia soberbia, el año de la misericordia es principalmente un periodo para recuperar el amor a Dios y para ahondar en ese amor a través del amor a sus criaturas, a todas. Recuperar el amor perdido es reflexionar sobre el sacramento del perdón. Me preguntaba un amigo hace unos meses hablando de la confesión: "¿Pero ese sacramento no lo habían quitado en el Vaticano II?"; no, no lo han quitado. Sería tremendo que los católicos perdieramos ese tesoro: un Dios que perdona, que nos manifesta ese perdón hasta físicamente, cuando escuchamos "yo te absuelvo de tus pecados". Es El, aunque actué a través de una imagen suya, de un sacerdote, que siempre nos recibirá con corazón paternal, como el buen padre de la parábola del hijo pródigo. (Para quienes hace tiempo que no se confiesan, hay una guía didáctica muy sencilla en el siguiente enlace)
Un año también para, recuperando ese amor, entregarlo a los demás. Misericordia significa "misere cor dare": dar el corazón al mísero, a quien necesita esa compasión, ese sentir con. Ser misericordioso es mirar más allá de nosotros mismos, ver personas necesitadas de nuestro cariño, de nuestra atención, de nuestro tiempo, quizá de nuestros recursos, aunque no sólo. Leía hace tiempo uno testimonio de un voluntario que trabajó junto a la Madre Teresa de Calcula (pronto la llamaremos Santa). Al llegar al hospital, le dejó en brazos un niño pequeño que estaba agonizando. No pudo hacer nada. Murió poco después. Ella le dijo que sí había hecho mucho, mostrar a ese niño que había sido querido, servir de imagen de Dios para entregar un amor visible a quien ya no tenía nada.

domingo, 13 de diciembre de 2015

¿Qué celebramos en Navidad?

Ayer regresé de Emiratos Arabes, un país de reciente creacion (nació en 1971), pero de gran empuje cultural y económico. Heredero de las tradiciones nómadas de la península arábiga, la gran riqueza petrolífera primero y la perspicacia de los líderes tribales (jeques) después han convertido a este país en referente del mundo árabe, además uno de los más abiertos a Occidente.  En Emiratos conviven el inglés y el árabe como lenguas cooficiales, amparando a una enorme diversidad de trabajadores de distinos sectores que buscan en el afluencia economica del país una mejor vida. El rápido desarrollo de sus dos principales ciudades, Dubai y Abu Dhabi, las convierte en eje económico, comercial y turistico del golfo pérsico.
Estos días celebraba el país su día nacional, el 44 aniversario de su nacimiento, y las calles de Al Ain, donde me he alojado, se engalanaban con luces y motivos decorativos referentes al evento. Me invitaron a visitar una feria cultural que organizan con este motivo donde recuerdan sus tradiciones, su artesanía y gastronomía, sus danzas y canciones, su destreza en la doma de caballos y camellos. Aparentemente, conviven bien el fomento de esas tradiciones con la apertura a las nuevas tendencias, principalmente tecnológicas. Choca un poco ver a mujeres y hombres ataviados con sus trajes tradicionales manejando móviles de última generación. Parece que la tecnología, muy presente en la vida cotidiana del país, no les resulta contradictoria con sus propias raíces culturales: la tablet y el móvil conviven con el velo o el turbante. Por ejemplo, la directora del departamento de Geografía de la Universidad más importante del país me recibió con cordialidad, pero excusó darme la mano indicando que no era costumbre (diferencias culturales dijo), y no parece que sintiera contradicción entre dirigir trabajos de sus alumnas sobre imágenes de satélite mientras iba vestida, al menos en el exterior, con el mismo estilo de ropa que podría haber llevado su bisabuela.
Me dio que pensar esta cuestión por contraste con cuestiones que vemos todos los días en nuestro país, que en apenas 30 años ha cambiado tan drásticamente hasta olvidar las costumbre sociales y las tradiciones culturales que había acumulado en su larga historia. Desde luego no pienso que cualquier cosa sea buena por el hecho de ser antigua, pero también me parece un error despreciar una tradición por el hecho de serlo. Confundir una tradición, en el modo de hablar, de vestirse, de comportarse, de valorar ciertas cosas, con el atraso es actitud de nuevos ricos, que piensan con orgullo pasar por encima de sus antepasados como si fueran deficientes mentales, cayendo por eso en los mil tropiezos que ellos ya superaron.
Hay muchos frentes donde esta actitud esta presente. Ahora se puede observar claramente en la tradición navideña. A base de obviar lo que no puede obviarse, porque es el núcleo de lo que celebramos estos días, se acaba por caer en la más ridícula estulticia. Ya no se felicita la Navidad, sino "las fiestas", pero parece que nadie se pregunta de qué son esas fiestas, qué celebramos exactamente y por qué deberíamos felicitarnos. Para obviar el recuerdo del nacimiento de Jesús, (Navidad = Nacimiento), intentan identificar la Navidad con las cosas más absurdas, como los osos polares, la nieve, o las luces de no-se-sabe-qué. Naturalmente el árbol es más representativo que el Belén, porque lo usan los nórdicos o los estado-unidenses, y ese señor gordo vestido de rojo (que por cierto es una imagen de San Nicolás, obispo de Mira en la actual Turquia) más generoso que nuestros Reyes Magos. Me parece que más allá de los símbolos el asunto es de más calado, pues supone el abandono de una tradición cultural propia para cambiarla por algo mucho menos sólido, de menos calado y, además, foráneo, extrinseco a nuestras raíces. No parece que tenga mucha lógica.

domingo, 6 de diciembre de 2015

¿A qué ha ido el Papa a Africa?

Un perspicaz analista de la situación internacional se quedaría perplejo ante el reciente viaje del Papa a Africa. Ha visitado tres países: Kenia, Uganda y Republica Centro-africana. Ninguno de ellos cuenta con relevancia internacional, ninguno cuenta para los planes de los poderosos: no tienen grandes recursos naturales, ni excesivo petroleo, ni una gran población... Tampoco deberían ser objetivos prioritarios de una Iglesia católica que trata de recuperar su presencia social en Occidente, de seguir avanzando en Oriente y de reducir el envite de las sectas en América. Visto desde fuera, no es un viaje muy razonable, pero la cuestión de fondo es que la Iglesia no se mueve por ninguna de las motivaciones que se mueven las grandes potencias: no busca los recursos, ni las grandes masas, ni la influencia política o económica. La Iglesia sólo pretende, nada más y nada menos, que vivir como Jesús vivió, continuar su labor de anunciar la "buena nueva " (el Evangelio), a todas las personas, a cada una a cada uno, independientemente de su condición social o económica, de su situación geográfica, de su influencia. Dijo un escritor francés que Dios sólo sabe contar hasta uno; para Dios cada uno es importante, cada uno merece toda la sangre de Cristo, todo el tesoro de la Redención. El viaje del Papa Francisco no puede ser más ilustrador de esta actitud: va a visitar a quien necesita su calor humano y sobrenatural, a quien requiere consuelo, cariño, coraje, oracion. Unos pueblos duramente castigados por la violencia, por enfrentamientos crueles, casi siempre producto de intereses foráneos.
Mejor que nadie expresa la alegría de quien recibe al Papa sin tener nada que ofrecerle, salvo su cariño filial, el obispo español de una de las regiones que visitó Francisco,  Bangassou, Juan José Aguirre. Con palabras emocionadas de gratitud, nos indicaba el enorme valor de quien recibe la visita de un padre, de un padre para quien cada hijo es valioso, independiente de los juicios humanos que sobre él o ella se hagan. Recomiendo su carta, llena de pasión por la vida y de esperanza pese al dolor que viven cotidianamente: "Gracias porque nos has dado valor y esperanza, porque no te callaste, porque miraste a la cara a los pobres, porque abriste la Puerta Santa de la Misericordia enseñándonos un carril prioritario, diferente del resto de la Iglesia, para ir más rápido hacia Sus Manos, experimentar su amor, y nos pediste que lo repartiéramos después, en forma de gestos de reconciliación. Nos enseñaste un camino, nos mostraste cómo salir de hoyo, del laberinto en el que estamos... Cuando, después de la foto ritual en la Nunciatura, te cogiste a mi brazo para subir los escalones, sentí tu fuerza, no tanto física, sino sobre todo humana y espiritual. Bromeamos contigo en la comida con los Obispos cuando te enseñamos dos palabras en sango: ndoyé y siriri. Las repetiste a los jóvenes de la vigilia de oración 3 horas después: " Empapad vuestra vida de amor y paz"