domingo, 31 de enero de 2016

Los políticos que necesitamos

Digital Reasons acaba de publicar el último libro del profesor Enrique San Miguel, catedrático de Historia del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos. Versa sobre el papel fundamental de los políticos cristianos en la construcción de la Unión Europea. Líderes de la talla de Adenauer, De Gasperi, Schuman o Aldo Moro, que supieron superar los horrores de la Segunda Guerra Mundial, y una larga historia de enfrentamientos entre las naciones europeas, para vislumbrar un futuro común, basado en los valores que han hecho nuestro continente referencia social para el resto del planeta. El respeto a la libertad individual, conjugada con la búsqueda del bien común y de la justicia social, la solidaridad como principio básico del orden social, un estado donde rige el derecho basado en la justicia son valores a los que no podemos renunciar, sea cual sea la situación económica o política. Pero esos valores se sustentaron en una concepción del mundo de la que ahora parece avergonzarse Europa, y esa es -en mi opinon- la clave de la crisis política en la que nos encontramos en nuestro continente. Se ha perdido la visión cristiana de la existencia, y se quieren mantener unos valores sin la base que les sustenta. ¿Qué queda del bien común, cuando no se acepta que existan verdades universales? ¿Qué de la generosidad y la apertura al otro, cuando no hay principios morales compartidos? ¿No nos sonroja el triste espectáculo que dan los políticos europeos ante la crisis de la inmigración en Siria o en Libia? ¿Cómo puede el conjunto más rico de países del mundo negar asilo a refugiados de una guerra, que además en buena parte ha sido causada o consentida por esos países? ¿Hemos olvidado los millones de europeos que emigraron a América en el s. XIX? ¿No somos conscientes de la herencia moral con países que han sufrido nuestro colonialismo hasta hace apenas unas décadas? ¿Dónde está la vitalidad europea para exportar su cultura, sus valores, su ciencia al resto del mundo?
Si enfocamos la situación en España, el libro del profesor San Miguel no puede ser más oportuno. ¿Dónde están los políticos inspirados por principios cristianos? No hablo naturalmente de los "católicos oficiales" (a Dios gracias ya van quedando pocos), sino de líderes con un auténtico sentido de la justicia, el bién común, la honestidad, o la política como servicio. En medio de las conversaciones (¿o mejor decir reyertas?) entre partidos por conseguir el ansiado sillón, resulta consolador conocer mejor la Historia, entender que es posible hacer política de otra manera, descubrir otras referencias en líderes que, con un auténtico sentido cristiano, supieron mirar más allá, perdonar y construir juntos, sociedades que han sido -me atrevo a afirmar- culmen de una concepción verdaderamente integral del progreso.

domingo, 24 de enero de 2016

Educación y empatía

Ayer volví a ver "Begin Again", una película de John Carney de 2013, que además de tener una magnífica banda sonora y una puesta en escena alegre y desenfada, toca muchos temas de gran calado humano. Una de las escenas que me resulta más interesante es el encuentro entre Gretta, la compositora recien traicionada por su novio cuando éste alcanza la fama musical, y Violet, la hija de Dav, el productor musical que consigue convencerla de grabar sus canciones.Violet es una adolescente con inseguridades y anhelos, desgarrada por la separación de sus padres. Viste de manera provocadora para llamar la atención del chico que le gusta en el instituto. Su padre se sorprende por lo que entiende es una desfachatez y culpa de ello a su madre, que tampoco es capaz de comunicarse bien con ella. A Gretta, en cambio, le bastan unos instantes para conectar. Lo primero que le pregunta es por el chico al que miraba (solo ella se da cuenta, no su padre que también presencia la escena). "-Le quieres", "-Sí, pero no tengo oportunidades, no se fija en mí", responde Violet. Gretta le asegura que no es así, y le hace pensar sobre su imagen ante él: "-Y quieres dar la impresión de que eres facilona". Acaba la escena proponiéndole ir de compras, y en las siguientes Violet ha cambiado su actitud y su seguridad (también su forma de vestir), y hasta acaba tocando la guitarra y mostrando ante su padre su talento.
Me parece que es una escena muy sugerente de la importancia de conectar con las personas a quienes se dirige nuestra labor educativa. Me parece que es una experiencia universal que sólo nos dejamos ayudar por quien percibimos que nos entiende, que intenta ayudarnos desde nuestra posición y no impornernos la suya. Por tanto, sólo puede educar quien es capaz de ponerse entender el punto de partida de la persona a quien se dirige. Dice un proverbio indio que para entender a alguien hay que andar con sus mocasines durante tres lunas. Es una manera hermosa de decir que no podemos juzgar a quien no entendemos. Los griegos clásicos acuñaron una palabra excelente para expresar esa disposición: empatía, que indica, literalmente, entrar "en el sentimiento" de otra persona, en su sentido, en lo que una determinada situación realmente significa para la persona. Sin ponernos en el lugar del otro es difícil transmitir nada, o serán sólo cosas muy superficiales. Con mucha frecuencia los docentes nos limitamos a eso, a transmitir conocimientos. No es poco, desde luego, si son relevantes y precisos, pero, tras muchos dedicado a la enseñanza, se me hace un objetivo algo estrecho. Me parece mucho más importante transmitir valores, ideales, sentido, motivaciones. Ayudar a elevarse por encima de sus propias limitaciones, en entendimiento del mundo, pero también en calidad de su trabajo, generosidad con los demás, sobriedad de vida, apertura mental.  En definitiva, solo con empatía, que nace en el fondo del cariño por nuestros alumnos, podemos recuperar el concepto platónico de educación: extraer de un alma todo el amor, el bien y la belleza que lleva dentro.

domingo, 17 de enero de 2016

El capitalismo no es suficiente

Aunque parece que la tremenda crisis económica que ha azotado a nuestro país y -en menor medida- al conjunto del mundo occidental va amainando, la sacudida social sigue haciendo muy penosos estragos, lo que ha llevado a diversos intelectuales a plantearse la vigencia de un modelo económico que se considera ya obsoleto. Ciertamente, el capitalismo -en sus diversas acepciones- está detrás de buena parte de nuestro desarrollo económico, que ha conseguido facilitar un nivel de vida razonablemente alto para una gran mayoría de la población de nuestras sociedades, particularmente si lo comparamos con cualquier otro periodo de la Historia. Ahora bien, observamos que el modelo no cumple muchas de las expectativas iniciales, que ha crisis de fondo que llaman a una reconsideración del modelo. No se trata de que haya paro coyuntural, por ejemplo, sino de un sistema que margina sistemáticamente a una buena parte de la población más vulnerable. No se trata de que haya crisis bancaria, sino de que se considere el instrumento como un fin, sirviendo a unos pocos en lugar de servir de lubricante de la economía. No se trata de que haya problemas ambientales, sino de que no podemos vivir a un ritmo que consumo más recursos del planeta de lo que éste es capaz de regenerar. En suma, no es una crisis de un país o de una región, sino más bien de un sistema que es preciso reconsiderar.
Este es el tema central del libro que recientemente ha publicado el profesor José Luis Fernández: "El Capitalismo" en la editorial Digital Reasons. El libro se subtitula, muy significativamente: ¿Bastan las leyes de mercado para regular la economía?, ya que plantea una de las cuestiones más fundamentales de este sistema económico. El ensayo es un lúcido análisis de los fundamentos de este sistema económico y social, de sus logros y carencias, para presentar algunas sugerencias que permitan reformarlo. La base de la doctrina social de la Iglesia se presenta como herramienta de enorme proyección para que esa reforma sea verdaderamente eficaz y sirva a los intereses del bien común. El profesor José Luis Fernández es catedrático de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales (ICADE) y Director de la Cátedra de Ética Económica y Empresarial, por lo que indudablemente es una voz muy autorizada para realizar esa crítica y proponer alternativas acordes con una visión antropológica integral del ser humano. Analiza con especial cuidado las bases éticas del capitalismo, sus carencias (individualismo, materialismo), planteando algunas ideas que permitan armonizar el desarrollo económico con otras facetas tanto o más trascendentes, que permitan lograr un progreso más armónico, que integre no sólo a todas las personas, sino también al resto de los seres vivos.

miércoles, 13 de enero de 2016

Reforma y Ruptura

Estos días estaba buscando en internet la cita bibliográfica de un poema de Santa Teresa que me gusta especialmente: "Nada te turbe, nada te espante...". Como la red es el refugio de todo tipo de escritos, paradójicamente a veces es mas difícil encontrar la fuente de una cita muy conocida que de otras menos usadas. Me llamó la atención que una de las páginas que el buscador sugería para mi búsqueda estaba tomada de un medio protestante. Leí con atención la referencia que hacían, precisamente de una de las santas que más eficazmente reformó la Iglesia, casi en el mismo periodo que Lutero se empeñaba en separarla.
Tengo varios amigos evangélicos, de los que admiró su fe y su vida de oración. En modo alguno, este escrito pretende ofenderles, pero realmente me resulta curioso que en un medio protestante se alabe a una santa católica, asumiendo -y eso es lo que me resultó más curioso- que santa Teresa era tan reformadora como ellos. El único argumento que se daba es que Teresa fue denunciada a la Inquisición, como sospechosa de herejía. Acabo de leer una magnífica biografía de la santa, que muestra en múltiples referencias de sus obras y sus cartas, que la reformadora del Carmelo no simpatizaba para nada con el supuesto reformador alemán, y que se sintió en todo momento hija de la Iglesia. Sus problemas con la Inquisición no pasaron a mayores, como sí ocurrió con otros eclesiásticos y seglares por razones que no siempre tenían que ver con la ortodoxia católica. Ahora bien, el elemento más llamativo de la supuesta vinculación protestante de santa Teresa de Jesús es considerar que cualquier reformador de los abusos o los vicios de la Iglesia de la época tenía el espíritu de Lutero. En realidad, Lutero contribuyo más bien poco a la reforma de la Iglesia. En una película que se estrenó hace unos años, el mentor espiritual de Lutero, el prior del monasterio agustino donde vivía, le comenta al final de su vida: "Yo te pedí que reformaras la Iglesia, no que la destruyeras". Efectivamente, de la supuesta reforma protestante no se concluyó más mejoras para la Iglesia que la reacción a que dio lugar, pero las iglesias separadas: luterana, calvinista, anglicana, baptista, y un larguísimo etc. lo siguen estando, tras cinco siglos de las tesis de Wittenberg. La ruptura que inició Lutero desgarró Europa en las siguientes décadas, tanto en el terreno religioso como en el político y cultural. Hoy, la separación de los que seguimos a Jesucristo sigue siendo ocasión de escándalo para los no creyentes.
Ciertamente la reforma de la Iglesia era necesaria en aquellos tiempos -y siempre, porque el trigo está asociado a la cizaña como nos indica Jesús en el Evangelio-, pero la actitud y los medios de santa Teresa, san Ignacio, san Francisco Javier o san Francisco de Sales son bien distintos de los que emplearon Lutero, Calvino o Zwinglio. Solo se puede reformar algo desde dentro, cambiando lo que sea preciso, no inventando una institución paralela.

domingo, 3 de enero de 2016

Desconectarse

He pasado unos días de retiro espiritual, aprovechando las vacaciones navideñas. Leer, pasear, contemplar, meditar, revisar, planear, reflexionar son verbos que forman parte básica del actuar humano, pero que parecen sujetos a una especie de gripe tecnológica que ahora los reduce, en algunas personas, a la mínima expresión. Vivimos en la sociedad de la comunicación; de todo se informa, a la mayor brevedad, todo interesa, todo se divulga, desde lo más relevante a lo más nimio, desde lo más trascendente a lo más superficial. Como somos limitados para asumir lo que nos llega del exterior, nos desborda esa ingente corriente de datos y acaban convirtiéndose en ruido. El ser humano necesita remansar lo que recibe, filtrar lo que es realmente importante, separar el grano de la paja, y para eso es preciso que desconectemos esas antenas exteriores y nos centremos, al menos en algunos momentos al día, al mes, al año, en lo que realmente está en nuestro interior. Para conectar con nosotros mismos, es preciso desconectarnos del barullo exterior.
Decía Einstein que información no es lo mismo que conocimiento. Sin información externa no podemos conocer, pero conocer no es un mero ir acumulado más y más información: o se asume-medita-reflexiona, o pasa sobre nosotros como un rio caudaloso, arrastrando sedimentos a otro lugar sin dejar nada en nuestro lecho.
Ayer leía en la prensa la relación de las 50 empresas con mayor valor bursátil del mundo. Entre las 10 primeras había cuatro tecnologícas. La tecnología atrae extraordinariamente; es muy difícil resistirse a consultar la prensa digital, ver videos en youtube, revisar el último mensaje en twitter o contestar los mensajes de whatsapp que acaban de llegar. Como estos medios están permanentemente funcionando, la conexión es constante y también lo es el barullo al que me refería antes. Me parece que es preciso desconectarse periodícamente, vivir la realidad presencial, en lugar de estar permanentemente enganchados a la virtual. ¿No es más sencillo hablar con una persona que tenemos delante que contestar a otra situada no-se-sabe-dónde, interrumpiendo la conversación que teníamos con la primera? Junto a la falta de cortesía que eso supone, el problema más de fondo es nuestra creciente incapacidad para contemplar, meditar, revisar, planear, reflexionar sobre nuestra vida, nuestra relación con con Dios y con los demás, o nuestras metas profesionales. No es tan difícil, basta, simple y llanamente, apagar el aparato, quizá dejarlo estar en nuestra casa, por unas horas al menos, liberarnos de un cable invisible que nos tiene permanentemente enganchados a una realidad que no es nuestra, que nos ayuda en muchas ocasiones, pero en otras nos empequeñece, nos debilita, nos desconecta de lo que realmente es valioso.