domingo, 25 de diciembre de 2016

Feliz ¿qué?

Estos días resulta muy propio enviar mensajes de felicitación. A las tradicionales postales navideñas se suman ahora los correos electrónicos, whatsapp, SMS, skypes o cualquier otra manifestación de la mensajería electrónica. Yo debo ser un nostálgico, porque todavía me hace ilusión que me envíen una felicitación personal, que incluya de alguna forma mi nombre, quizá porque me parece un tanto perezoso tomar un mensaje genérico y enviar a toda la lista de contactos, como si uno sólo fuera parte de una lista tutti-fruti, o quizá porque todavía me parece que -por encima del modo de hacerlo- comunicarse es enviar un saludo a una persona singular, distinta de otra, que merece algo que solo aplica a ella.
El segundo aspecto que me lleva a la reflexión es lo que incluye el mensaje de felicitación. ¿Qué felicitamos exactamente en estos días? A mi me han llegado mensajes variados: me felicitan las fiestas o las holidays (que viene siendo lo mismo), la estación (no sé bien si meteorológica o de metro), el fin de año (cada día empezamos uno nuevo), o incluso el solsticio de invierno. Incluso hay gente que felicita....¡¡la Navidad!!, en un derroche de imaginación, e incluso te envían una imagen de algún Belén (gracias San Francisco por la idea de recrear el nacimiento de Jesús). Si ciertamente hace falta imaginación para traer a la mente y al corazón el nacimiento del Dios-con-nosotros en medio de un folklore de luces, compras estrafalarias, petardos, señores gordos vestidos de rojo y todo un sin fin de elementos que recuerdan bastante poco a la primera Navidad de la historia. ¿Dónde está la frugalidad de José y María, refugiados en una cueva porque Belén no "tenía sitio para ellos" en la posada? ¿Dónde la alegría de los sencillos de corazón, que son los únicos avisados del gran Acontecimiento? ¿Dónde la generosidad de compartir lo poco que tenían con Quien tenía todo y no quiso tener nada?
Para los que todavía tenemos claro qué significa la Navidad y qué lleva consigo, os mando una felicitación muy especial, la de unas niñas cristianas en Pakistán, uno de los muchos países donde celebrar la Navidad y alegrarse por el nacimiento de Jesús lleva consigo arriesgar la vida. Creo que son los que más se parecen a un matrimonio de emigrantes que hace 2000 años visitaron, con motivo del censo, un pueblo que no quiso acogerles. Agradezco desde aquí a Ayuda a la Iglesia necesitada su ingente labor en apoyo de nuestros hermanos más vulnerables.

domingo, 18 de diciembre de 2016

La persecución de la mayoría

Conociendo los terribles atentados a la libertad religiosa que se producen en diversos países del mundo, sobre todo entre los cristianos en regiones de mayoría musulmana (Pakistán, Siria, Irak, Egipto, Nigeria...) o con regímenes oficialmente ateos (Corea del Norte, China...), hablar de persecución religiosa en España resulta ciertamente exagerado. Estamos muy lejos de sufrir lo que hermanos nuestros de esos países sufren cotidianamente, y no nos queda más que admirar su valentía y entereza la fe, su fidelidad a sus propias convicciones en medio de un ambiente hostil.
Hecha esta salvedad, los episodios de acoso religioso en nuestro país se están multiplicando preocupantemente, por lo que -sin histerismos, pero con firmeza- debemos replantearnos si estamos defendiendo adecuadamente nuestros derecho básico a la libertad religiosa. Resulta preocupante que se financie con dinero publico una exposición "artística" sacrílega o que se considere de poca relevancia la profanación de una capilla universitaria o que se empeñen algunos gobernantes en prescindir de símbolos religiosos en el espacio público, incluso en las fiestas religiosas. Lo curioso del caso es que esto además ocurra en un país de mayoría católica. Que las minorías sean perseguidas en cualquier país resulta ciertamente preocupante; que lo sean las mayorías resulta chocante y que además se haga en nombre de un supuesto respeto a las minorías resulta ya estrambótico.
Esta semana hemos tenido dos episodios judiciales que no ayudan mucho a respetar la libertad religiosa. No se presentó la demanda como una venganza, obviamente, los cristianos perdonamos y queremos a quienes nos están ofendiendo; simplemente queremos que se delimite claramente qué derechos se están violentando.
Si un grupo de personas entra en una sinagoga o en una mezquita y se ponen a insultar a los presentes, seguramente serán condenados por faltar al respeto a unas personas que practican libremente sus creencias; si en una manifestación de un determinado movimiento social unos participantes se disfrazan de rabinos o monjes budistas para pitorrearse de estas autoridades religiosas, seguramente serían reprendidos por menospreciar a esas confesiones religiosas. Ahora bien si ambas cosas ocurren en un evento católico o se dirige a autoridades católicas, simplemente se considera una manifestación de la libertad de expresión. En fin, doble rasero para juzgar a las minorías y a las mayorías, que sólo ocurre en países de mayoría cristiana. En los de mayoría musulmana, hinduista o atea, son las minorias las que sufren la falta de libertad religiosa. En ambos casos, somos cristianos.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Otra vez con los Belenes

Llega en unos días la Navidad que, no viene mal recordarlo, es lo que celebraremos a fines de este mes. Quien quiera celebrar el solsticio de invierno, la convergencia de Cáncer y Capricornio, las auroras boreales o las primeras nevadas del Pirineo está en su derecho de hacerlo, pero muchas personas en este país celebran otra cosa. Lo curioso del caso, en éste como en tantas otras cosas que pasan en este país en relación con nuestra tradición cristiana, es que una minoría tenga que imponer sus gustos a la mayoría, con la pobre excusa de que alguien pueda sentirse ofendido.
Por poner un ejemplo fácil de entender, si yo invito a mi casa a unos amigos que no son del Real Madrid (o incluso que les fastidia este equipo), y en su presencia celebramos que gane un partido que están retransmitiendo en ese momento, no veo por qué estaría ofendiendo a mis amigos. No lo celebro contra ellos, sino como algo que nos alegra a quienes vivimos en mi casa. Es más, lo lógico sería que esos amigos también se alegraran de ello, por la amistad que nos une, aunque a ellos no les interese el fútbol o no sean partidarios de ese equipo. Siguiendo este simil, no veo por qué algún inmigrante en nuestro país deba sentirse ofendido porque celebremos la Navidad. De hecho, estoy seguro que nadie sensato lo hace, y que obviamente cuando alguien les invoca para garantizar una supuesta neutralidad del Estado no confesional en el que vivimos, lo hace con una excusa muy pobre. La neutralidad ciertamente implica que no favoreces un interés particular, pero también que no niegas un interés general. ¿Es tan difícil esto de entender para los gobernantes ateos que (tantas veces con el propio voto de los católicos) están gobernando en las distintas administraciones públicas?
La manía inquisidora lamentablemente sigue estando presente en los gobernantes de nuestro país. Quien gobierna se considera capacitado para imponer sus ideas a los demás, en lugar de respetar las de quien piensa de otra forma. La tontuna insticional con los belenes navideños entra en esta categoría. La Navidad (=natividad=nacimiento, de quién?) parece que tiene que expresarse en símbolos que son foráneos (el árbol de Navidad es norte-europeo, aunque tiene un significado cristiano también), extemporaneos (muñecos de nieve o trineos con el calentamiento climático cada vez son menos frecuentes) o insulsos (paisajes New Age, o símbolos anodinos). En fin, por mi parte pondré un Belén en mi casa, y animo a todos los lectores a que lo hagan. Seguramente les ayudará a recordar qué celebramos y por qué estamos alegres.