domingo, 24 de septiembre de 2017

Spotlight: las medias verdades

Ayer vi Spotlight, ganadora del Oscar a la mejor película y al mejor guión en 2016. Cuenta la investigación realizada por unos periodistas del Boston Globe sobre los abusos sexuales de sacerdotes católicos en la diócesis de Bostón, que concluyó con un gran escándalo social y religioso,que todavía mantiene un clima de sospecha sobre el clero católico en muchos países del mundo, incluido el nuestro, pese a que no se hayan detectado casos significativos.
La película está muy bien hecha, los actores son excelentes, el guió es vivo y las diferentes historias están bien entrelazadas. Ciertamente la película merece el óscar, aunque me queda la duda de si también su sesgo anticatólico ha colaborado en el éxito. Me pregunto qué hubiera pasado si, por ejemplo, la cinta hubiera elaborado la idea de que la mayor parte de los abusos sexuales se realizaron por sacerdotes homosexuales. Seguramente, la cosa hubiera sido distinta: quizá ni siquiera se habría estrenado.
La película, como se indica al inicio, está "basada en hechos reales", los personajes son los que son y los hechos se parecen bastante a lo que ocurrieron. Como a cualquier católico razonable, me llena de profunda verguenza y pena lo ocurrido en Bostón y cualquier otro país donde se hayan producido estos abusos de niños, y me cuesta entender cómo una persona que ha entregado su vida a Dios y a los demás pueda caer en tamaña degeneración. Pero, a la vez, me parece que la película plantea una visión maniquea de un problema muy complejo. Para el guionista de Spotlight, la diócesis de Bostón, con el cardenal Law a la cabeza, no sólo no hizo nada eficaz para acabar con el problema, sino que hizo todo lo posible para encubrirlo. El film extiende esta sospecha a toda la Iglesia, presentando en el epílogo de la película la dimision y traslado a Roma del cardenal Law poco menos que como un ascenso. Poco saben de la forma vaticana de retirar a un obispo de su mandato cuando su actuación ha sido equivocada, como el mismo Law reconoció al marchar: "A todos los que ha sufrido por mis defectos y errores les pido a la vez disculpas e imploro su perdón". Nada se dice, por supuesto, del muy activo papel de Law en la promoción de los derechos civiles en los años 60 en EE.UU.: en la película se le presenta como una figura más bien frívola y superficial. 
Nada se dice tampoco de los esfuerzos internos de la Iglesia para conocer y atajar el problema (recomiendo el libro de George Weigel, El coraje de ser católico, 2002). De hecho, una parte de la opinión pública puede pensar que la pederastia se da únicamente en la Iglesia católica, simplemente porque es la única institución religiosa que ha investigado y publicado masivamente esos abusos. Los informes más concienzudos en EE.UU. realizados a partir de casos estudiados en un periodo de 50 años afectan al 4% de los sacerdotes católicos de ese país, y la mayor parte de los casos comprobados afectan únicamente al 0.002 %: esto es se trata de verdaderos desequilibrados.
Por otro lado, no queda muy claro las supuestas terribles presiones que iba a ejercer la Iglesia contra el Boston Globe para que no publicara su reportaje. Uno hubiera esperado ver en el film varios matones visitando a cada uno de los periodistas, pero esa tremenda presión parece que se concretó en un par de conversaciones de amigos católicos con el encargado del equipo. Parece que el guionista tiene una percepción equivocada del supuesto poder del catolicismo en Boston: quizá eso explique que haya sido gobernador de Massuchussets... un mormón!! (Mitt Romney: 2003-2007).

Sin quitar un ápice a la gravedad del problema, y aplaudiendo las múltiples iniciativas que tanto Benedicto XVI como Francisco han tomado en esta cuestión, un juicio objetivo sobre la pederastia en los sacerdotes católicos concluye que se trata de un fenómeno muy marginal. En ningún paso sería justo afirmar que esta patología se da más entre los católicos que entre otros colectivos religiosos, incluidos sus líderes. Ernie Allen, presidente del National Center for Missing and Exploited Children, de EE.UU. concluía en un artículo de Newsweek (2010): "Puedo afirmar sin duda que hemos visto casos en muchas instituciones religiosas, desde evangélicos a ministros de las principales denominaciones, pasando por rabís y otros". Si esto es así, la pregunta obligada es "¿por qué sólo hay noticias de los sacerdotes católicos? ¿se imaginan una película de Hollywood donde el protagonista fuera un rabino pederasta?
Insisto, no estoy defendiendo la conducta de quienes abusaron de niños con el agravante de la confianza que da un autoridad religiosa: me parece repugnante. Sólo estoy diciendo que el caso, desgraciadamente, no es exclusivo de la Iglesia, sino que afecta a muchas otras entidades, civiles y religiosas. Pero escupir sobre la Iglesia católica es gratis, en ciertos ambientes está bien visto.


domingo, 10 de septiembre de 2017

La respuesta al Islam

Hablaba ayer con un amigo sobre los recientes atentados yihadistas en Cataluña. Me indicaba su preocupación por dar una respuesta adecuada a la creciente influencia islámica en Europa. Aunque en España nuestra relación con el Islam tiene unas largas raíces históricas (700 años de convivencia, o mejor decir de confrontación), hay otros países europeos donde la influencia musulmana actual es mucho mayor que en el nuestro. Por ejemplo, en Francia o en Alemania, donde la inmigración del norte de Africa y de Turquía, respectivamente, supone ya un porcentaje elevado de su población.
La primera reacción ante esta creciente influencia puede ser muy variada. Para algunos, supone un peligro inminente, pues parten de la base que los valores islámicos no aportan nada a las sociedades democráticas occidentales, o más bien son caballos de Troya para destruirlas. Para otros, se trata de un enriquecimiento cultural, al agrandar nuestra visión con nuevas perspectivas. Otros simplemente consideran que es una tendencia inevitable: ante el agotamiento demográfico y la crisis de valores que viven las sociedades occidentales, habrá otros valores que los reemplacen.
Me parece que todos tienen algo de razón, y que no resulta fácil tener una postura (y una política) coherente y de largo plazo ante la rapidez de las transformaciones sociales y culturales que estos fenómenos de emigración masiva suponen. Históricamente, los grandes imperios, con los valores que implicaban, cayeron por su propia debilidad interna, y fueron reemplazados por otros pueblos que, paradójicamente, acabaron adoptando buena parte de esos valores. El caso del imperio romano es particularmente nítido: implicó el colapso de lo que entonces era Europa, la ruptura política y social a gran escala, la sustitución de un "estado de derecho" (con todas sus limitaciones de época, pero bastante similar a lo que ahora entendemos por este concepto), por un conjunto disgregado de poderes locales, que costó más de mil años convertir en estados nacionales. No sé si ahora occurrirá algo parecido con la inmigración africana y asiática a Europa. A mi modo de ver una de las principales diferencias sería qué institución -o conjunto de valores- quedaría tras ese debacle político. En el caso del imperio romano, fue la Iglesia quien se encargó de transmitir la cultura clásica, quien en última instancia garantizó que no se empezara de cero, y que finalmente se recuperara lo mejor del ingenio greco-romano, asumiendo sus progresos. ¿Quién haría ahora ese papel? ¿Está la Iglesia en condiciones de hacerlo? ¿Es lo suficientemente coherente, con principios morales y teológicos claros que fundamenten una economía, una cultura, una política? ¿Tendría la influencia intelectual que tuvo para sostener lo mejor de nuestra cultura actual y servir de germen de una sociedad post-europea?
No sé responder a esas preguntas, pero sí me queda claro que el problema no es tanto la influencia exterior, la inmigración de pueblos con otras culturas, sino el debilitamiento interior, la falta de capacidad del cristianismo europeo para alumbrar al mundo contemporáneo con valores que no sean contemporáneos, precisamente porque lo contemporáneo deja todos los días de serlo. Solo puede alumbrarse el presente con energía que sea permanente, porque el presente deja de serlo en cuanto lo hemos vivido. No podemos mantener una sociedad honda sin raíces, no habrá valores si mantenemos la liquidez, la vaciedad, que pretende mostrarse como fundamentadora de la convivencia. No se pierde la convivencia pacífica porque se tengan ideas sólidas, sino solo porque no sepan defenderse con razones. Más bien al contrario, sólo se emplea la violencia cuando no se tienen razones para defender las ideas o cuando las ideas se han convertido en ideología, al margen de la realidad que debería sustentarla.