domingo, 22 de octubre de 2017

Pon entusiasmo para cambiar las cosas

"Una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie". Me encantan estas palabras del Papa Francisco que escribió al poco de iniciarse su pontificado, en la Evangelii Gaudium. Creo que hay que darle muchas vueltas cuando nos preguntamos por qué determinadas ideas prevalecen u otras se marchitan. No se trata tanto de que sean razonables (mucho mejor si lo son) o incluso coherentes (todavía mejor), sino de que se presenten con convicción, de modo positivo, festivo si se quiere. Ciertamente la manera de presentar las ideas propias no debería ser garantía de éxito, porque también puede hacerse entusiasta apología de cosas muy poco razonables, pero en la sensibilidad contemporánea, cuenta mucho más el entusiasmo con el que se presenta que la solidez del argumento.
Me parece que esta afirmación vale para casi todo, desde la transmisión de la Fe, que era en el marco en el que el  Papa Francisco presentó la frase que he citado antes, hasta la promoción de una estilo artístico, una escuela de pensamiento o un programa político. Sin entusiasmo es difícil cambiar las mentalidades. Y el entusiasmo lleva consigo imaginación para presentar el mensaje, coraje para defenderlo en todas las circunstancias, y testimonios personales que muestren el éxito de quien lo aplica con coherencia.
Pese a haber escrito un libro sobre el entusiasmo en la vida cristiana (permitanme que lo recomiende de nuevo), me sigue dando una "envidia sana" (si tal cosa existe) las personas que transmiten entusiasmo en el mensaje que propagan, sobre todo en el mundo académico en el que me muevo, porque muchas veces me reconozco como mas racionalista que emotivista. Obviamente presentar argumentos sólidos, certeros, es muy importante en la educación, pero también transmitirlos con pasión, con verdadero entusiasmo, ayuda enormemente a crear empatías, no sólo a transmitir conocimientos, sino vivencias, y por tanto, hábitos que estimulen el cambio. Y sin cambio, sin mejora, la educación -en cualquier nivel académico- se queda coja.
Me venía esta reflexión a la mente viendo estos días la situación de Cataluña. Un grupo presenta argumentos muy "serios" (la ley, la constitución, el estado de derecho); otro presenta testimonios y eslóganes que se apoyan en valores muy atractivos (libertad, autonomía, pacifismo...), que hablan de la vida, no solo de la razón, que indican lo que les gustaría ser y no lo que deberían ser. Me preocupa que los catalanes que prefieren mantenerse en España no parezcan mostrar entusiasmo por ello, mientras los secesionanistas lo ofrecen con ocasión o sin ella, sin apelar a razones de peso, que todavía no acabo de entender en profundidad. ¿Alguien puede explicarme exactamente por qué quieren separarse? ¿Qué grado nuevo de libertad adquirirían? ¿Dejarían de aplicarse las leyes, serían otras, cuáles? ¿Tendrían mejores servicios públicos? ¿Dejarían de pagarse impuestos? ¿Habría otros territorios en Cataluña que también tendrían derecho a la autodeterminación?
Me parece que si se quiere cambiar la marea que lleva a una gran parte de la población catalana al independentismo es preciso articular un mensaje ilusionante, entusiasta, de qué significa estar en España, qué aporta la Historia común, la cultura compartida, la forma de ver el mundo, los valores familiares, las tradiciones... No es solo cuestión económica, ni jurídica, sería muy poco entusiasmante que fuera solo eso.


domingo, 15 de octubre de 2017

La revolución que cambio el mundo

Se cumple este mes el primer centenario de la Revolución Rusa, iniciada en marzo de 1917 con el destronamiento del zar, y culminada en octubre con la proclamación del gobierno bolchevique que abría paso a la creación de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia.
Llama la atención el poco impacto mediático que está teniendo esta conmemoración, quizá por haberse diluido en la vorágine informativa del secesionismo catalán, o quizá porque la izquierda ideológica es poco amiga de aceptar su pasado histórico cuando es especialmente perverso. Mis casi 57 años (los cumplo en unos días) me permiten recordar el entusiasmo con el que la izquierda valoraba el regimen soviético, incluso en los años 70 y 80, cuando ya eran bastante evidentes las barbaries que había cometido con su propio pueblo. Recuerdo una entrevista que realizó TVE a Aleksandr Solzhenitsyn poco antes de ser galardonado con el premio Nobel de literatura. Su descripción del horror de los campos de concentración mereció para algunos compañeros de carrera, que seguían empeñados en defender el marxismo, el calificativo de engañosa, el del entrevistador (José María Iñigo) de tendencioso, y el del entrevistado de "fascista", que es el apelativo coloquial de todo aquel que no está de acuerdo con las ideas de quien reparte los "carnets de progre" (por cierto hace unos días le aplicaron el mismo calificativo a Serrat a propósito de sus dudas sobre el supuesto referendum, ya se ve que la ideología marxista mantiene sus atavismos).
Volviendo a la revolución rusa, me parece grave que no se recuerde un acontecimiento de tal magnitud histórica, no sólo porque fue el primer estado donde se aplicó el sistema marxista (lo que luego se denominó el socialismo real), sino porque fue el núcleo que expandió esa ideología a múltiples países: desde Cuba hasta Camboya y China, pasando por buena parte del Este europeo y Sur asiático. El balance de estos regímenes es aterrador: 100 millones de muertos según algunos autores. Ya fuera por  flagrantes incompetencias en la gestión pública, que llevaron a enormes hamburnas en Rusia o China, ya por la represión política generalizada (el caso de Camboya es especialmente terrible, pero no hay que olvidar a Corea del Norte o, en mucho menor grado, a China, todavía actualmente), los crímenes asociados al sistema marxista son inmensos, y todavía frecuentemente banalizados o ignorados, por quienes siguen identificando al marxismo con el progreso social.
Quien quiera conocer con algo más de detalle el origen de esta maquinaría ideológica que ha impactado terriblemente la vida de cientos de millones de personas en el s. XX, y aún hoy día, les recomiendo la lectura de la obra de Vladimir Lamsdorff-Galagan: "La Herencia de la Revolución Rusa", publicado hace unos días por Digital Reasons. Describe de manera ágil y muy bien documentada el origen y desarrollo del proceso revolucionario ruso, la entronización de Lenin y Stalin, las contradicciones del sistema y su derrumbamiento a fines de los años ochenta. Un obra sencilla, de fácil lectura, pero que hará pensar a muchos intelectuales más familiarizados con la ideología que con la Historia.

domingo, 1 de octubre de 2017

¿Nacionalismo = Egoísmo?

Este verano charlaba con un buen amigo con el que nunca había comentado temas políticos, ya que nos unen otro tipo de intereses culturales y, sobre todo, ambientales. En concreto, salió el tema del nacionalismo catalán, al que mi amigo se adhería con singular entusiasmo. La conversación transcurrió en un tono cordial y razonable, pero me dejó muy mal sabor de boca, ya que suponía empañar, de alguna forma, la amistad que habíamos forjado a partir de esos intereses comunes. Es propio de amigos compartir ideas, y no sería lógico que estuvieramos de acuerdo en todas. Del diálogo surge la comprensión, ver las cosas desde otro punto de vista y aprender de quien discrepamos. Sin embargo, en las cuestiones políticas, esos intercambios de opiniones acaban resultando pegajosos, y queda el poso tras el rifirafe de que algo se ha levantado entre nosotros.
Casi dos meses después de aquella conversación, hoy se evidencia esta cuestión en el proceso independentista de Cataluña, que ha supuesto la separación de amigos y de familias, azuzados por los políticos oportunistas, remachado por los medios de uno y otro bando, y sembrados por muchos años de educación unidireccional.
En la conversación con mi amigo, lo más decepcionante fue constatar que tras las grandes aspiraciones se escondía, en el fondo, la búsqueda de la autonomía económica. Tras repasar las raíces culturales o históricas del sentimiento separatista, me vino a decir algo así como: "si nos hubieran dado algo parecido al cupo vasco, no se hubiera llegado a esto". Así que de eso se trata, pensé, de que el dinero que se genera allí se quede allí, de contribuir menos al bien común y algo más al bien de ese territorio. Es un argumento fácil de esgrimir. En tiempos de crisis, encontrar el culpable en la contribución que se realiza a otros territorios más desfavorecidos es muy sencillo. Basta además con insistir en el supuesto despilfarro de quienes reciben esos recursos. Como el asunto no es muy elegante, se tiñe de otras cuestiones: se habla de sentimiento (que entiendo, y me parece muy respetable), de historia (que convendría estudiar más a fondo, por ambos lados), de cultura (que todos valoramos, la de uno u otro lado), y, a más a más, del sacrosanto derecho a decidir nuestro futuro. No se habla de dinero, se habla de democracia, de derecho a elegir y de otras muchas cosas que son n nobles y fácilmente vendibles, sobre todo de cara al exterior. A mi me resulta cuando menos sospechoso que quien reclame la independencia sean las regiones más ricas de un país: Lombardía, Cataluña, País Vasco, Quebec... Me parecen más auténticas las que saben que pueden perder recursos si se separan, pero están convencidas de que tienen una herencia distinta: Escocia, Irlanda, Córcega...
La solución es muy compleja, pero como escribir es gratis, propongo que hablemos a fondo de ese asunto, del dinero, de cuánto y cómo tiene cada territorio de un estado que contribuir al bien común. Quizá si el estado de las autonomías no ha resuelto los problemas del nacionalismo catalán es porque nunca se ha planteado un verdadero estado autonómico, en donde quien gestiona los servicios cobre por ellos a sus ciudadanos: quien no pueda o no quiera hacerlo, que le ceda sus competencias al estado.