lunes, 25 de diciembre de 2017

Felices ¿qué?

En estos días previos a la Navidad, todos hemos recibido múltiples felicitaciones y buenos deseos. La facilidad de las comunicaciones a veces entorpece más que ayuda, pues al menos antes la gente se tomaba un poco de tiempo e imaginación para escribir un tarjetón navideño y poner algunas palabras que tuvieran que ver algo con el receptor de la misiva. Ahora, se elige "lista de distribución", y se envía por ahí cualquier chorradilla que se le ha ocurrido a uno en los previos quince segundos, o incluso se re-envía la chorradilla que se le ha ocurido al algún otro individuo quien, por alguna razón desconocida, ha conseguido nuestra dirección de correo o de whatsapp. Parece que de lo que se trata es de enviar algo, aunque sea una foto familiar, todos sonrientes, un paisaje invernal o una
instantánea de un señor gordo vestido de rojo con pinta de vikingo.
Escribo esto mientras escucho un concierto de Navidad de los tenores, en Viena, hace algunos años. Ante tanta belleza, dirigida previsamente a celebrar lo que hoy celebramos (que Dios se ha hecho hombre para que los hombres podemos acercanos más a Dios), me resulta todavía mas preocupante el aluvión improcedente de felicitaciones sin sentido que me han llegado estos días. Pero¿ dónde estamos en la civilización occidental? ¿No nos sirve la enorme cantidad de artistas que han pintado el nacimiento de Jesús, para tener que camuflar la Navidad de una fiesta de fin de semana? ¿No nos parece eminente la música que se ha compuesto en honor del Salvador del mundo para que destrocemos los oídos con música bullanguera y petardos? ¿No es excelso contemplar las historias escritas por genios de todos los tiempos sobre el sentido de la Navidad, para que sigamos buscandolo en las rebajas de Amazon?
Sigo escuchando el concierto de los tenores, sigo contemplando el Belén que tengo ante mi vista, y sigo agradeciendo a Jesús que no se haya fijado en nuestra cazurrez, que haya preferido arriesgarse a que le tratemos así... por que si no, no habríamos tenido la oportunidad de tratarle como quiere, con la cercanía de quien abandonó su hogar de Dios, allá donde brillan las estrellas, para venirse a nuestras casa, para estar con nosotros, para que lo sintamos muy cerca...

domingo, 10 de diciembre de 2017

El legado de Lutero

Terminamos el año 2017 en el que hemos conmemorado el aniversario del cisma que partió el cristianismo occidental en dos. Digo conmemorado, y no celebrado, porque no creo que haya mucho que celebrar la mayor crisis que ha sacudido al cristianismo desde sus orígenes. Si bien el gnosticismo fue una gran amenaza para el cristianismo primitivo, o el arrianismo -unos siglos más tarde- estuvo a punto de barrer la ortodoxia cristiana, o el cisma de Oriente partió en dos mitades a la Iglesia, a mi modo de ver la mayor herida a la comunidad cristiana ha sido la mal llamada Reforma protestante. No cabe duda que la Iglesia necesitaba una reforma desde bien entrada la Edad Media, que las corruptelas de todo tipo habían deteriorado el mensaje evangélico en muchos estamentos de la Iglesia, pero lo que consiguió Lutero y los demás "reformadores" protestantes, no fue tanto reformar la Iglesia sino romperla. Romperla y, añado yo, desfigurar su doctrina hasta pulverizar la misma noción del cristianismo. No estoy diciendo que todos los protestantes estén alejados de Jesucristo, ni mucho menos: los hay muy piadosos y enormemente ejemplares en su actuar moral. Lo que estoy diciendo es que Lutero sembró el germen de una transformación doctrinal tan intensa que ha terminado por difuminar la misma esencia del cristianismo. La enorme división en las propias iglesias protestantes así lo prueba: más de 12.000 denominaciones desde el s. XVI a nuestros días, lo que indica qué pocos principios comunes dejó la "libre interpretación" de las Escrituras que preconizaba Lutero.
Hace poco estuve en Amsterdam, para una reunión de trabajo. Cuando viajo al norte de Europa, precisamente a esos países que se sumaron a la rebeldía luterana, comprobamos el resultado: son países donde el cristianismo ha desaparecido casi completamente, dejando solo al recuerdo las señales de la tradición cristiana.
No estoy juzgando las intenciones de Lutero, ni mucho menos las de los muchos cristianos que ahora siguen su tradición "reformadora", sólo me centro en las consecuencias. La reforma de la Iglesia era completamente necesaria, pero desde dentro de la Iglesia, no creando iglesias paralelas, con planteamientos doctrinales que poco tienen que ver con la tradición cristiana. Reformados son Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús, Hildegarda de Bingen y Felipe Neri. Ellos consiguieron que la Iglesia dejara muchas prácticas mundanas, que los sacerdotes estuvieran mejor formados y fueran mas ejemplares, que las órdenes religiosas buscaran la perfección espiritual. Naturalmente sigue habiendo necesidad de reforma en la Iglesia, porque donde hay seres humanos, hay debilidad y pecado, pero sobre un sustrato de valores y piedad que esté anclado en el Evangelio.
Lutero, Calvino, Zwinglio y compañía viven en el s.XVI en países cristianizados a partir del siglo VII. Si querían recuperar la pureza del cristianismo primitivo que según ellos había deformado la Iglesia romana, quizá deberían haber mirado a en qué creían los cristianos de los lugares donde nació el cristianismo. La fe en la presencia de Jesús en la Eucaristía, la importancia de la confesión o el sacerdocio, la devoción a la Virgen María o la petición a los santos, por ejemplo, son valores 100% comunes a los cristianos orientales y latinos. Sin embargo, todo eso es negado por los seguidores de Lutero. ¿Quién tiene más probabilidad de estar cerca de lo que Jesús realmente enseñó, de lo que sus primeros discípulos entendieron y practicaron, algunos cristianos del norte de Europa del siglo XVI o los sucesores de los lugares donde vivieron Jesús y sus primeros discípulos? ¿A qué tipo de sociedades han dado lugar los principios de Lutero? ¿Qué frutos de santidad, de piedad cristiana han ofrecido?